El árbitro alargó 114 minutos la carrera de Kroos (no se atrevió a amonestarle en dos entradas consecutivas impropias de su leyenda) y ya estuvo siempre por debajo de un partido enorme, inolvidable, de la selección española. Entra en semifinales por la puerta grande tras una actuación infartante, que tuvo mucho de todo: una fase de juego atrevido y directo, el que marcan los atributos de los niños que pasan las vacaciones en Alemania; otra de cerrojo nocivo y cambios temerarios (quitarse de encima a los mejores para guardar el resultado se paga) que aprovecharon los germanos para hacer gala de su novelada relación con el último minuto, y una inesperada resurrección final (con ayuda arbitral: qué penalti le perdonó a Cucurella) que rompió con todos los tópicos del fútbol con ese cabezazo inmortal de Merino (vestido de Maceda en la Eurocopa de Francia 84, de Torres en la de Austria y Suiza del 2008, de Puyol en el Mundial de Sudáfrica), que ya se recordará siempre. Al anfitrión también se le puede ganar. El fútbol no es siempre un juego de once contra once en el que siempre gana Alemania. Otra vez España ha dicho que no. Ahora cuando ya parecía imposible.
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