El cajón de la lencería de Yolanda Díaz

Home People El cajón de la lencería de Yolanda Díaz
El cajón de la lencería de Yolanda Díaz

Puede parecer confuso, pero sólo está desordenado. Para quien maneja el destino de su propia vida —y ya ni se diga de una nación o una causa—, la correcta intendencia del cajón de las mudas, calcetines y ropa interior supone un reflejo claro y decisivo de la gestión de las prioridades y buena gobernanza de quien los viste. Tomando por imaginario este apartado del armario de la vicepresidenta Yolanda Díaz –por quien esta sección de verano conserva una especial simpatía desde su inmortalización en el Bestiario estival como la Gorgona Bolchevique – conviene poner en negro sobre blanco algunas certezas acerca del tejido, la naturaleza y el diseño del contenido de esta gaveta.La primera es ideológica. Tiene que ver con la condición fabril de la ropa interior como prenda indispensable de la clase obrera. Hasta la plena industrialización, cuando el mono industrial acabó imponiéndose para todos por igual, semejante pieza debía ser ante todo funcional, resistente y duradera. Atrás habían quedado los verdugos para ensanchar las faldas o los corsés del romanticismo. Ya ni hablar de tocas o pantalones para los señoros. En la vida occidental industrializada, el día a día era duro y los calzones debían de estar a la altura. De esos años decisivos, de trabajo sin plusvalía y en plena lucha por los medios de producción, conserva Yolanda Díaz un muestrario importante. Me refiero a aquellas bermudas de echarse encima un partido –Podemos en aquel tiempo, Sumar en otros–. Arresmillados, confundidos con el antiguo perizoma comunista –puro y prístino como una hoz a punto de segar el trigo– conserva Yolanda Díaz estos calzones espartanos, cosidos con hilo fuerte de lideresa. He ahí la segunda certeza. En aquellos días, Yolanda dijo a sus discípulos lo que ellos quisieron oír. Llevaba bien ajustada la trusa, dispuesta a echarse al hombro a todos los comunistas del mundo. Pero llegaron los años monclovitas, la suave moqueta ministerial y el tierno cuero del escaño, y la vicepresidenta metió en su cajón de las bragas un carnaval de bombachos, uno según cada día de la semana. Y he ahí la tercera y más desgarradora de las certezas: la moda. Llegaron los blúmer a equipararse en número con los calcetines, dada la velocidad con que cambiaban las tornas de su ánimo y su espíritu: el culote de la Moto Mami, cuando lo fue; el mono de neopreno para bucear en los apoyos y pescar pellets; el calzonario de maestra de parvulario, una prenda indispensable de aquellos días en los que separa en sílabas las promesas electorales y los acuerdos con las patronales y, de las más recientes, las enaguas sedosas que vistió en la campaña de las coaliciones durante la septuagésima Guerra de las Izquierdas y de la que conserva una diminuta liga para guardar, muy discretamente, un boli Bic, un artefacto incluso más letal que una daga veneciana. Hay pocos bañadores, porque la vicepresidenta nunca se moja. ¡Ay, el cajón de las bragas de Yolanda Díaz ! Este paraje imaginario de nuestra serie nada tiene que ver con picardías, tallajes ni vidas privadas. En el hipotético calzonario de la vicepresidenta está la clave aritmética de por qué Sumar no suma. Sabiendo que planchar es su hobby, que la relaja hacer aquello que al resto de la humanidad le parece odioso, se entiende que, de tanto almidonar, han acabado las prendas de Yolanda como hojas de misal, un batiburrillo de estampitas inmunes al milagro. Donde antes estuvo proscrito el encaje, reina ahora el hiladillo. Ahí donde mandó la pana, queda apenas el ganchillo. ¡Yolanda, señora de nuestras barricadas, cuándo tu armario se transformó en el del Barbie!

Leave a Reply

Your email address will not be published.