Llevar dos goles con el Real Madrid en apenas una hora de juego solo está al alcance de una auténtica leyenda o de un verdadero impostor. Sea lo que sea en lo que termine rompiendo el jugador turco, ya tiene ganada toda mi atención. Y la de su afición: la blanca y la turca.Lo que más me gusta (y no son desde luego pocas cosas) de Arda Güler, aparte de lucir un apellido con diéresis, es que a todos nos ilusiona de la misma manera que nos gustaban los futbolistas de antes: sin apenas haberle visto jugar, por un par de vídeos suyos entrenando y por lo que nos cuentan de él los expertos. El resto lo pone nuestra imaginación. Nos hemos formado un retrato robot del Arda Güler futbolista a partir de su fisionomía y de otros parecidos razonables que le hemos ido sacando. Desde su fatídica pretemporada llevamos esperando su debut, sabiendo con certeza que tenía ese je ne sais quoi que solo tienen los mediapuntas zurditos con clase y las chicas parisinas tipo Caroline de Maigret. Todo pudo ser humo. Un espejismo. Pero lo mejor de todo es que no íbamos para nada mal encaminados.Algunos fichajes terminan rindiendo muy por debajo de las expectativas creadas (Kaká o Hazard). Otros, en cambio, las superan ampliamente (Cristiano o Bellingham). Y ya luego hay un grupo minúsculo de jugadores que cumplen exactamente lo que sospechábamos de ellos; como es el caso de Arda Güler, que creíamos que era un jugador talentoso y descarado, un zurdito con clase algo mercurial. Y así parece que es. Tal cual. Solo existe otro jugador blanco que haya cumplido milimétricamente, paso a paso, todo lo que se esperaba de él con la precisión de la hoja de ruta de un GPS: Toni Kroos.Y de un zurdo talentoso que llega a otro que nos deja: David Silva se retira premiado con la insignia de diamantes de la Real Sociedad. Se va como ha ido toda su carrera: un poco bajo el radar. Bajo la lluvia, lesionado, sin hacer demasiado ruido, sin ganas de protagonismo, dejando que su éxito y su clase hablen por él. El Madrid da un paso de gigante para ganar la Liga sin necesidad de hacer grandes contorsiones. Jugando con su Unidad B (incluso por momentos con la C), con el piloto automático puesto durante algún tramo del partido y mirando de reojo el viaje a Múnich para batirse, cara a cara, con uno de sus enemigos íntimos.
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