Un cuento de Rodrigo Cortés

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Un cuento de Rodrigo Cortés

Hola, me llamo Sarita y soy una niña peculiar. Una niña interesante. ¿Te había contado ya que me llamo Sarita? «El pasado es un lugar», decía siempre mi abuelo, y ahora lo digo yo. Cuando salgo al balcón, quiero decir, y lo digo así, en voz alta, como si estuviera diciéndoselo a alguien, ni lo digo por lo bajo ni lo pienso ni lo musito ni nada (sé lo que es musitar), ni lo digo para mí como si fuera vieja, porque no soy una vieja, aunque pueda serlo si quiero, y a veces quiero, pero hoy no, hoy soy una Sarita de nueve años, nueve para diez, diría si quisiera (me expreso muy bien para mi edad), si fuera yo de matizar, que no lo soy, aunque eso ya es matizar, ¿no?, decir cosas que no hace falta decir siempre es matizar un poco, me parece. Matizar es eso.Salgo al balcón muchas veces, más o menos cada día, sobre todo en el verano, porque yo en el verano voy adonde quiero, y adonde quiero es casi siempre al balcón, con su manguera enrollada y todo, para las plantas, no para mí, aunque a veces me doy un poco por aquí, por el cuello, un poco de agua, digo, abriendo un poco así el grifo, si no hay nadie por la calle, pero por aquí sólo, para refrescarme, pimpán, no quiero regarle a nadie la cabeza, y menos sin avisar, esas cosas nunca sientan bien, aunque en el verano sí (pero sin avisar no, sin avisar nunca), o aunque a veces pasen y ya está, porque no todo pasa como una quiere. El verano lo veraneo en el balcón, el invierno lo veraneo en la playa, el otoño lo veraneo en la montaña, y la primavera, según: a veces me voy al extranjero, a Galicia o así, y a veces me meto en mi cuarto y no salgo de allí hasta el 21 de junio, sin comer ni nada, a veces hasta el 20, a veces hasta el 22, según el año, hasta que empieza el verano y eso, y entonces salgo al balcón y pasan cosas en el balcón, que es donde a mí, no sé si ya lo he dicho, me gusta lo que más ir de vacaciones.El pasado es un lugar», decía siempre mi abuelo, y ahora lo digo yoVivo sola, o sea: vivo sola porque quiero, o sea: no tengo madre ni padre ni nada, pero vivo sola porque quiero, porque tengo muchos amigos, cada uno en un año diferente, y luego está mi abuelo, que es el que me enseñó a viajar en el tiempo, que ya no está, porque se murió, y a veces lo visito, pero no mucho, porque viajar en el tiempo es un lío y no se puede abusar mucho, viajar en el tiempo no es ¡hala, a viajar en el tiempo!, es más pues venga, a viajar en el tiempo, pero con cuidado si puede ser, porque viajar en el tiempo es una cosa llena de reglas y no es viajar porque sí, ni adonde una quiera ni nada. Hay que andarse con cuidado y estar con los ojos bien abiertos, porque viajar en el tiempo está lleno de características. Por ejemplo: no se puede viajar a cualquier año, hay que viajar a un año en el que estés viva o en el que vayas a estar viva, así que no puedes arriesgarte mucho, no puedes irte muy lejos, porque una llega adonde sea —al año que sea, digo— con la edad que tenía o que vaya a tener, y piensa con esa edad, con la cabeza de esa edad, así que puedes viajar en el tiempo, por ejemplo, para delante, sin pasarte, pero no demasiado para atrás, porque si resulta que tienes, vamos a poner, nueve años, y viajas, vamos a decir, al año pasado, pues llegas a hace un año con la edad que tenías hace un año, con ocho años en vez de nueve, y piensas como con ocho años en vez de nueve, y pensar con ocho años en vez de nueve no tiene mucha cosa, pero tampoco es lo mismo, y si viajas a hace tres años, por ejemplo, y llegas allí con seis, pues a lo mejor ya tienes un problema, porque a lo mejor te cuesta más pensar, y a lo mejor vuelves y a lo mejor no. Yo una vez viajé a hace seis años y casi me quedo allí, con tres años de edad, porque con tres años de edad se piensa poco, o con muy pocas palabras, es todo hambre, calor, picor, cosas así, como si hubiera menos colores, y me costó mucho querer volver porque no sabía muy bien lo que era querer volver, me sabía querer dormir, me sabía querer beber, me sabía querer hacer pis, pero no querer volver, y menos mal que el abuelo, que entonces todavía estaba vivo, me dio un empujoncito para acá: dejó primero que tuviera mucha hambre mucha hambre (tampoco esperó tanto, con tres años se tiene hambre siempre) y luego puso un plátano en el futuro, en el futuro de entonces, que sería el invierno pasado, y por eso volví, por el plátano. Porque tenía hambre. Si no, no vuelvo.Noticia Relacionada reportaje Si ‘Agosto y el autómata’, un relato de verano de Rodrigo Cortés Rodrigo Cortés La sabiduría instintiva de una niña y la inteligencia natural de su robot protagonizan el relato de verano de Rodrigo Cortés, que fiel a su cita con los lectores de ABC compone un divertido engranaje literario repleto de girosViajar al futuro es parecido, igual ya te lo has imaginado, sólo que primero piensas mejor y mejor, cada vez mejor, y luego ya peor, pero ya luego, ya de vieja, y hay cosas que ya se te quedan, experiencias y así, y palabras, por eso hablo tan bien, por eso sé decir bien tantas cosas, y si por ejemplo viajas, tú o quien sea, a cuando tienes, por ejemplo, veinte años y aprendes a pintar allí, pues primero llegas allí, con veinte años ya, con cuerpo y cabeza de veinte años, pensando como los mayores —pero en un momento llegas, ¿eh?, porque tener muchos años después de esperar muchos años es normal, pero yo no hablo de eso, yo hablo de dar un salto y ¡pumba!, tener ya veinte años y pensar con veinte años y todo, con conflictos y todo—, y si aprendes a pintar allí, que es lo que te estaba diciendo, pues luego das un salto para atrás y ¡zas!, vuelves a tener nueve años, o los que sean, con la cabeza de nueve años, pero pintar ya sabes, más o menos, porque has aprendido a los veinte, por eso es mejor viajar al futuro, porque te traes cosas, lo que pasa es que tampoco es muy seguro, porque tienes que apuntar muy bien para no viajar a un año, por ejemplo, en el que estés ya muerta, por ejemplo, porque entonces llegas ya muerta, así que al principio te andas con ojo, con bastante ojo te andas, y al principio a lo mejor sí que saltas más años de golpe porque te imaginas con quince años o así y no te imaginas que vayas a estar muerta ni nada, ni con treinta, a lo mejor, ni con cuarenta, salvo que te vayas a caer de una moto, porque de una moto te puedes caer siempre, pero a partir de los cuarenta la verdad es que ya vas con más cuidado y te miras muy bien por todas partes antes de saltar, y hasta te tocas bien por todo el cuerpo, a ver si te duele algo, a ver si no estás enferma, a ver si tienes buena pinta, y, si tienes buena pinta y no estás enferma ni nada, pues nada, saltas otro año, por probar, porque lo más normal es que un año después sigas viva y todo bien, pero ya vas con bastante ojo, y luego saltas sólo un mes, a lo mejor, o sólo una semana, o sólo un día. O sólo un rato. Eso si ves que estás bien, si no, si ves que no tienes buena pinta y ves que no estás muy sana, pues no te arriesgas ni nada, no saltas, para qué, te quedas como estás y ya, o vuelves para atrás, lo que tú quieras, y yo una vez salté hasta los setenta años de golpe porque estaba como enfadada y audaz, que es lo mismo, porque entonces tenía siete años y pensaba como con siete años, sin mucha cabeza, y me había pasado no sé qué y me salió decir ¡y a mí qué todo!, y claro, no medí las consecuencias, porque las consecuencias se miden a partir de los quince o así, y por suerte estaba viva a los setenta, menos mal, aunque me dolían muchas cosas, la verdad, así que ya no salté más ni nada, ya no salté más lejos, ni ese día ni otro. No me atrevo. Por si acaso.Tienes que apuntar muy bien para no viajar a un año, por ejemplo, en el que estés ya muerta, porque entonces llegas ya muertaY ahora tengo un problema muy gordo que te va a dejar del revés, gato, un problema de esos que sólo pasan con los viajes en el tiempo, un problema lleno de paradojas, como decía el abuelo, porque verás. Resulta que tengo nueve años, ¿no? Y aquí estoy, en el balcón, porque es agosto y yo los veranos los paso en el balcón. (Y antes de seguir voy a explicarte por qué los paso en el balcón. Resulta que antes los veranos eran veranos de playa, como los de todo el mundo que puede irse a la playa, pero una vez que viajé al futuro y tuve como veintitrés años, me hice trotskista o así, con gafas y todo, y me dio por la lucha de clases y la revolución permanente, y encontré como más democrático pasar los veranos en el balcón, o en el pueblo como mucho, pero, como no tengo pueblo, pues en el balcón mismo. Y ahora hago planes quinquenales y tengo problemas con los estalinistas. De ahí me viene. Y luego volví al pasado, pero como se me había quedado lo del trotskismo, pues se me quedó también lo del balcón. Sigo). La cosa es que me he encontrado una nota escrita a mano, mira, que yo creo que me he enviado a mí misma, porque la letra es la mía, mira, seguro que es del futuro, porque la nota dice: «Querida Sarita. Soy tu yo del futuro, pero del futuro de dentro de mil años. Agárrate. Te preguntarás cómo es posible que te escriba de tan lejos. Pues verás. Tú a los setenta estabas hecha polvo, ya lo sabes, y a los setenta y uno, pues peor. Pero luego los chinos inventaron una cosa para meter la conciencia dentro de una secuoya gigante, que son las que más viven, más que las tortugas, viven. Hasta tres mil años viven. Y aquí estoy, Sarita de nueve años, mil años en el futuro, dentro de una secuoya, intentando hablarte de una manera que puedas entender, porque yo ahora soy una mujer sabia, de pensamiento sofisticado, mientras que tú eres una niña, y aquí estoy, Sarita, copiándote la forma de pensar, que es la mía de hace mucho, aquí en la parte de abajo de la Sierra Nevada de California, que es donde más secuoyas hay, aunque ahora se llama Nueva California, no sé por qué, porque no hay ninguna California vieja por aquí, que yo sepa, ni California a secas, sólo Nueva California, que es más nueva que la tuya, eso seguro, pero también la misma, o más vieja, según se mire. No nos distraigamos. Te decía que tengo una cosa que decirte. Ya verás. He encontrado una grieta en el tiempo, Sarita. Me ha llevado quinientos años encontrarla y otros tantos decidirme a hablarte de ella. Porque es una grieta peligrosa llena de implicaciones y por eso tienes que». Eso dice la nota, gato. Escrita dentro de muchísimo. Y yo no sé si es que en el futuro hay poco papel o qué, o si es que la Sarita de dentro de mil años es más tonta que un zapato, pero las palabras llegan justo hasta el final del papelito, por las dos caras, y ya no cabe más. Menudo bajón, gato.Noticia Relacionada reportaje Si Hombre del tiempo sobre fondo amarillo Rodrigo Cortés En este relato de verano, el cineasta y escritor Rodrigo Cortés, fiel a su cita con los lectores de ABC, hace malabares con los calores de agosto e imagina un mundo en el que la meteorología es una ciencia y una magia y una ingeniería del climaPero eso no importa mucho, ¿verdad?, o importa tirando a poquísimo, porque, como tengo nueve años, soy una irresponsable de tomo y lomo y a mí qué. Algunas cosas se me han quedado de ser mayor, pero la mayoría no. Yo sólo sé que es verano y que los veranos los paso en el balcón, con las piernas así, colgando, agarrada a los barrotes, que no sé si se llaman barrotes, con la manguera y los tiestos. Tan a gusto. Contigo, Fitipaldi, aunque seas del vecino, que ya me dirás tú por qué te pasas tanto por aquí, por cosas que notas, será. Ya verás como te vea mi madre —tampoco vivo sola sola, no me pongas esa cara, gato, lo decía por decir—, que es maestra y tiene muchos libros, pero en verano es escritora y no se la puede molestar. Los gatos notáis mucho las cosas. Los gatos os quedáis así, como mirando, y se os nota que venís de Egipto. Y, como se me ha quedado lo de querer ser del montón, de las que veranean en el balcón y todo eso, pero a la vez me sé el secreto de volver a ver al abuelo, yo creo que voy a romper la nota y voy a viajar al pasado siempre que quiera, aunque sea con cuidado, y al futuro, ahora que sé que viviré mucho tiempo, sin arriesgar mucho tampoco, que a saber cómo piensa una secuoya gigante, a saber cómo tiene la cabeza, a saber si de una secuoya gigante se puede volver. Igual las secuoyas gigantes son seres indiferentes, gato, con tantos anillos en el tronco como años tienen, y a lo mejor no les importan las niñas y les dan igual los balcones. Y los gatos. Y los veranos. Y eso, gato, sí que no. Eso no. Eso nunca, Fitipaldi.

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