Es 27 de julio de 2024. Menos de dos semanas para el pleno de investidura del socialista Salvador Illa como nuevo ‘president’ -no había fecha fijada entonces- y Carles Puigdemont interviene en un acto en el sur de Francia, arropado por la plana mayor de Junts: « Mi obligación es ir al Parlament si hay debate de investidura . Yo debo estar ahí y solo un golpe de Estado podrá impedirme estar». No era, ni por asomo, la primera vez que el expresidente catalán manifestaba su intención de volver a España, pero el anuncio propagado a bombo y platillo instaló en las filas del partido una teórica certeza: Puigdemont trataría de entrar en el Parlamento catalán, aún a riesgo de su detención. Pero su regreso no se pareció en nada a eso sino que terminó siendo un engaño público en el que también sus fieles resultaron timados.El prófugo, este jueves, dio su discurso en el Arco del Triunfo de Barcelona, se esfumó y provocó el desconcierto entre sus parroquianos . Más allá de las repercusiones jurídicas y del descrédito de las Fuerzas de Seguridad que entraña su huida, el regreso de Puigdemont es una cronología acelerada. Desde que apareciera caminando en una calle aledaña al paseo de Lluís Companys hasta que terminó su discurso y su abogado, Gonzalo Boye, lo agarró del brazo para que emprendiera su huida en coche, apenas pasaron 15 minutos. «No sé cuándo nos volveremos a ver, pero espero que cuando lo hagamos podamos acabar con el grito de ‘ Viva Cataluña libre ‘». Esas fueron sus últimas palabras antes de desaparecer junto al secretario general de Junts, Jordi Turull.En aquel momento, la proclama parecía anticipar un posible arresto de camino al Parlament; un trayecto que daba por hecho también la voz en ‘off’ de la emisión en directo: «A continuación, acompañaremos al Muy Honorable Presidente Puigdemont hasta el Parlament». No fue así y todo formaba parte de un nuevo ‘ truco de escapismo ‘, una tomadura de pelo a las fuerzas del orden pero también a todos aquellos que madrugaron el jueves para intentar verle de cerca desafiar a las fuerzas de seguridad y entrar en el Parlament . Durante toda la mañana y parte de la tarde se decía e insistía desde Junts que Puigdemont estaría en el hemiciclo, que estaba a punto de llegar, que esta vez, sí.Noticia Relacionada estandar No Puigdemont «se burla de la policía», según la prensa internacional Carlos Mullor Un día después de la huida, describen la actuación de los Mossos como un «caos» y muchos dan por hecho que el expresidente esta ya en BélgicaEn aquel momento, la proclama parecía anticipar un posible arresto de camino al Parlament; un trayecto que daba por hecho también la voz en ‘off’ de la emisión en directo : «A continuación, acompañaremos al Muy Honorable Presidente Puigdemont hasta el Parlament». No fue así y todo formaba parte de un nuevo ‘truco de escapismo’ que engañó también a los suyos. Durante toda la mañana y parte de la tarde se decía e insistía desde Junts que Puigdemont estaría en el hemiciclo, que estaba a punto de llegar, que esta vez, sí. El propio líder de Junts se encargó de alimentar la idea de un regreso «institucional», que no de partido, al pleno de investidura del nuevo ‘president’. «El regreso que hemos estado trabajando durante tantos años no puede ser un acto de servicio a un partido , ni del mío», dijo el pasado mes de abril, semanas antes del comienzo de una campaña que vertebró, precisamente, en torno a su vuelta para ser investido. En una entrevista en RAC1, Puigdemont no solo subió la apuesta al anticipar que estaría en el debate fuera o no candidato a la presidencia, sino que llegó a insinuar que dejaría su escaño y la política. « En absoluto me veo como líder de la oposición ».El prófugo dio su discurso en el Arco del Triunfo de Barcelona, se esfumó y provocó el desconcierto entre sus parroquianosRenuncias aparte, fue también entonces cuando prometió un regreso solemne, no una «gamberrada», y que no trataría de entrar fugazmente y salir del país. «Mi regreso no puede ser un acto de provocación o una gamberrada », señaló, al tiempo que ejemplificó: «No puedo hacerme una foto en Figueras y salir corriendo» . Finalmente, la foto no sería en Figueras, sino en Barcelona, pero con una huida a la carrera -ataviado con sombrero de paja- que había negado pocos meses atrás.El 3 de agosto, un día después de que las bases de ERC dieran el visto bueno al acuerdo con el PSC para investir a Illa, Puigdemont reincidió en la «posibilidad real en pocos días» de su detención, dando a entender que haría lo posible para tratar de comprometer la investidura del socialista. «S i me detienen, no será la primera vez », mencionó en una carta, muy crítica con el Ejecutivo de Pedro Sánchez. «El retorno me puede comportar la detención y el ingreso a prisión, que sé que será cuestión de tiempo. Si salen, imagino lo que me espera y sé lo que debo hacer. También lo que no debo hacer; por ejemplo, convertirme en un objeto de negociación ni abonar ninguna decisión política que comporte renunciar a la lucha», proclamó. 48 horas después de una fuga televisada, poco queda de aquellas promesas .Y es que, al final, Puigdemont no entró en el Parlament. No solo eso. Ni lo intentó. Como narraron ayer los Mossos d’Esquadra, el líder de Junts se puso el sombrero, se metió en un coche utilitario de un agente de la policía autonómica, conducido por una mujer y con una silla de ruedas en el asiento del copiloto, hasta que le perdieron la pista, unas calles más allá del Arco del Triunfo, porque el semáforo se puso en rojo para el coche policial que hacía el seguimiento.Su última renuncia, ni intentar entrar en el parque de la Ciudadela en el que está el Parlament, ha dejado con el pie cambiado a una parte del independentismo que lo tiene como una divinidad. Sí, Puigdemont ha toreado a todas las Fuerzas de Seguridad, al Govern de ERC, al Gobierno del PSOE y a España en general, pero roza ya prácticamente la concepción de juguete roto . Un héroe para humillar al Estado pero sin rédito político. Genera alegrías por lo que hace pero no concita consenso entre un movimiento menguante, al menos en lo referente a la movilización callejera.Unas 3.500 personas secundaron la última llamada de Junts, la Assemblea Nacional Catalana, Ómnium Cultural, el Consell de la República y otras entidades para recibir como se merecía el « presidente legítimo ». La cifra la aportó la Guardia Urbana. Algunos periodistas que cubrieron el acto rebajan la cifra a un par de miles. Su partido elevó la cifra a 10.500 personas. Pero, en cualquier caso, incluso esta cantidad es ridícula si lo que se quería era recibir, a lo grande y comparable a Tarradellas, a un mito que llevaba siete años «en el exilio».
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