Hubo un tiempo en que a Lorenzo de’ Medici (Milán, 1951) le dio por ocultar su apellido. «Es que cuando la gente te apunta con el dedo, cuando eres siempre el centro de la atención sin quererlo, al final sí que molesta, porque yo solo quería ser normal, como todos los demás», dice. «Tuve una crisis de adolescencia. A los 17 años estaba tan harto que decidí usar el nombre de mi madre. En España tenéis dos apellidos, pero en el pasaporte italiano solo tenemos un apellido, y usé el de mi madre, Bertolini, durante seis o siete años, hasta que por motivos administrativos tuve que volver al Medici. Ahora he hecho tantas entrevistas que me parece una cosa muy normal. No me supone ninguna carga, ya he pasado esa etapa», comenta divertido al otro lado de la pantalla del ordenador. Lorenzo es el último de la saga familiar que entre los años 1400 y 1700 gobernó Florencia, impulsó el Renacimiento y apoyó a artistas de la talla de Miguel Ángel o Leonardo da Vinci. Sí, los Medici en los que se inspiró Maquiavelo para escribir ‘El príncipe’, los que han inspirado tantas películas y series de televisión.Lorenzo vive con la «fatalidad» de ser el último de los descendientes: no habrá más después de él y su hermano, puesto que ninguno de los dos ha tenido hijos. «Seremos los últimos de mi rama -aclara-. Queda otra rama con la que no tenemos relaciones desde hace 20 generaciones. Yo creo que si mi familia ha sobrevivido seiscientos años con su prestigio y su fama, aunque nosotros no estemos aquí, creo que sobrevivirá otros seiscientos años. O sea, que hay Medici para rato». Él, a diferencia de sus antepasados, no se ha dedicado al mecenazgo ni al poder, sino a escribir. «Es mi pequeño grano de arena a la historia de mi familia, para mí es muy importante que el nombre sobreviva. Es importante que yo vaya a festivales [en septiembre estará en Segovia en el Hay Festival], que el nombre circule, que la gente se acuerde de que estamos aquí. No es una cosa personal, es por la familia». «Si mi familia ha sobrevivido seiscientos años con su prestigio y su fama, aunque nosotros no estemos aquí, creo que sobrevivirá otros seiscientos años»Lorenzo se hizo escritor precisamente por su apellido. En 2001 participó en la presentación de un libro sobre el mecenazgo de la familia Güell y no tardaron en proponerle que escribiera sobre su familia. «Yo no era escritor, pero dije que lo podía intentar. Escribí ‘Los Médici, nuestra historia’ y fue un éxito bestial. Entonces me pidieron que escribiera un segundo libro, que fue ‘La conjura de la Reina’ [ya una novela histórica], y así de paso en paso y por casualidad me he descubierto escritor». Pero una precisión. «No es que yo haya querido hacer novela histórica, yo quiero escribir novelas policiacas, pero no me dejan. Me han encasillado en la novela histórica». Su último libro, ‘El Fiorentino’ , se inscribe también en este género, y la protagonista es Ana María Luisa . «Es una persona muy importante para nuestra familia porque ella, en 1743, tenía la idea de que era importante que en el futuro se conservara el apellido. Los Medici eran inmensamente ricos y tenían colecciones increíbles de cualquier tipo de arte, y varias herencias habían recaído en ella. Pensó: ¿Qué voy a hacer, lo reparto entre los primos de la familia, que con el tiempo lo van a vender, se va a separar todo y no habrá recuerdo de lo que hemos hecho? ¿O lo regalo a la ciudad de Florencia, que lo conservará para atraer turistas, y lo que hemos hecho durante tres siglos se quedará para el futuro? Gracias a ella lo que hemos hecho está en todos los museos de Italia. Sabía que si lo repartía entre los familiares, se darían a la buena vida y no quedaría nada, y ciertamente tenía razón», bromea. «También dejó cosas menores a su primo más cercano, que es mi antepasado, o sea, que nos llegaron cosas también de la familia, pero no tan importantes».«Me da vergüenza decirlo, pero aunque mi pasaporte es italiano, soy suizo»Pese a estas raíces, Lorenzo de’ Medici nunca ha vivido en Italia. «Me da vergüenza decirlo, pero aunque mi pasaporte es italiano, soy suizo. Mis padres, que eran primos segundos, se casaron en 1932. Sufrieron el régimen fascista en Italia y en el 36 huyeron a Argentina, donde vivieron hasta 1955. Yo ya había nacido, desafortunadamente, y nos fuimos a Suiza. Por eso mi lengua materna es el francés, no el italiano. Con mi hermano hablo en francés. Cuando tenía 28 años estaba harto de vivir en Suiza, que es un país muy aburrido, y me fui a América. Viví cuatro años y medio en Nueva York. Fueron los mejores años de mi vida. Luego mi padre murió y para estar con mi madre fui a Montecarlo, donde he vivido 18 años. Después me cansé de Montecarlo y me fui a vivir a Barcelona, y me quedé veinte años. Tuve que aprender español [por eso su dominio tan bueno del idioma] y naturalmente catalán, que no hablo. Y con toda esta historia del independentismo y la autonomía de Cataluña era tan insoportable que dije: me voy. Elegí Portugal, y aquí estoy, hasta la próxima revolución, que me llevará a no sé dónde. Soy un culo inquieto», resume Lorenzo.Pequeño burguésEn concreto, se marchó de Barcelona en 2017, el año de la declaración de independencia. «Era insoportable todo -recuerda-. En veinte años me ha dado tiempo a conocer a mucha gente. Hacía fiestas en casa, venían diez personas y al final había cinco contra cinco y se acababan insultando, sin hablar… Había amigos de toda la vida que ya no se hablaban. Yo no tenía nada que ver con todo eso y me fui. Menos mal que las cosas se han calmado». En Portugal vive muy tranquilo, dice. Allí sigue pensando en nuevos misterios sobre los Medici para las futuras novelas. «Habrá más», avanza. Los Medici siempre fueron unos especialistas del marketing… ¿Hay alguna familia comparable a ellos? «No sé si debería decirlo, pero creo que nadie lo ha hecho. Todos lo han intentado, pero nadie ha llegado a nuestro nivel». Y la última pregunta: ¿Le habría gustado vivir esa época de esplendor? No, responde. «Si sufrías un mal de dientes o cualquier otra cosa debía de ser terrible. Yo probablemente hubiera muerto a los 20 años. Una operación era impensable. No, no, no. Mucho mejor hoy ser un pequeño burgués que no un príncipe de Toscana».
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