A sus 64 años, que cumple este domingo , Carlos Sobera (Baracaldo, 1960) confiesa: «No me puedo quejar. Me considero una persona realizada, y quiero seguir exprimiendo a tope la vida». Desde que tras estudiar Derecho y ejercer como profesor en la Universidad del País Vasco, decidió dedicarse a su verdadera vocación: el espectáculo —aunque no reniega de aquella época: «Fui muy feliz durante los años de universidad. Y con las chicas no se me dio mal. Tonteé y me tontearon» —, ha encadenado proyecto tras proyecto en una exitosa carrera que hoy continúa y cuenta con hitos como conducir los concursos ‘ ¿Quién quiere ser millonario?’ y ‘First Dates’, su personaje de Eduardo Medina en la serie ‘Al salir de clase’ y su debut en el Festival de Teatro Clásico de Mérida como protagonista de ‘Miles gloriosus’ de Plauto. Ahora repasa su trayectoria profesional y personal en ‘A contracorriente’ (Espasa), una autobiografía repleta de reflexiones, anécdotas y retranca —«los jóvenes y jóvenas (es cachondeo)» —, del que fue un niño «inocente, gordito, con las orejas grandes. Si no era tonto, lo parecía. Me daban por todas partes. Me llamaban ‘elefante con termitas’», a quien rescató John Wayne : «Comienzo a imaginarme grandes aventuras, a perseguir grandes retos y, sobre todo, a soñar con alzarme y demostrar que ni tonto ni cobarde».—«Soy pragmático e idealista, a la vez. O sea contradictorio», apunta. ¿Cuáles serían sus principales contradicciones?—Todos somos contradictorios. A veces, soy un hombre contradictorio respecto a los consejos que recibo, aunque soy tremendamente respetuoso con los que me dan, y acudo con cierta frecuencia a pedirlos. Creo en la libertad, la justicia, la igualdad y al mismo tiempo en la propiedad privada. —Su libro está escrito desde el sentido común, que hoy parece que es el menos común de los sentidos… —En efecto, es una de las cosas que más poderosamente me llama la atención. Si echamos un vistazo tanto a nuestro país como fuera, el sentido común parece brillar por su ausencia, y surgen las peores incoherencias que uno pueda ver. Por ejemplo, lo que está ocurriendo en Venezuela. Hay todo un país que se está levantando contra un supuesto apaño de elecciones y de repente observas que hay personas que eso lo ven con claridad y determinación, y otras que no lo ven, o no lo quieren descubrir. Hoy la ideología y los intereses de todo tipo, políticos, económicos o hasta personales, y muchas veces espurios, han ido sustituyendo al sentido común. Son muchos los que han renunciado a pensar con cierta coherencia.«Hoy la ideología y los intereses de todo tipo y muchas veces espurios sustituyen al sentido común»—Usted advierte de la caída de valores y reivindica algunos que han ido quedando arrumbados: la disciplina, el esfuerzo, la familia —hay un homenaje a sus padres—… ¿Se podrán recuperar?—No sé si se podrán recuperar o no. Uno nota que sobre todo entre mi generación y las más modernas, hay ciertos valores que se han ido diluyendo. El espíritu de trabajo, el sacrificio… en buena medida por el incremento del nivel de vida en España y en Europa. Nos hemos adormecido bastante y acostumbrado a que determinadas cosas vengan de serie como los airbags en los coches, y damos por supuesto que nos merecemos todo, y no. Hay que ganarse todo a pulso, lo mismo que hacen los deportistas para ganar una medalla. Hay que hacer esfuerzos, sacrificios, renunciar a cosas. Creo que también ha influido la sociedad tan avanzada tecnológicamente.—Recuerda algún momento de «tierra, trágame»…—Siempre hay momentos así. El que viví con Catherine Deneuve es uno de ellos. Fue terrible, imaginé que iba a ser mi final en la televisión. Ocurrió en una grabación del programa ‘Boulevard’. Fue una desgracia la forma en que se cayó cuando iba cogida de mi brazo y tropezó, y la reacción que tuvo. Muy de diva, no voy a decir francesa, muy de diva en general. Me miró como si yo fuera un escarabajo, me dije: «Madre mía, solo queda que me aplaste con el tacón de su zapato maravilloso». O como cuando hice el ‘casting’ para ‘El juego de la oca’, que le eché valor, y me quedé de piedra cuando me pidieron que me desnudara, y pensé la madre que me parió, igual se me ha ido un poco este asunto, y recé para que no hubieran grabado el vídeo y sobre todo que no circulara por ahí. Nunca sabes lo que puede pasar. O a veces soy despistado, y le digo a alguien encantado de conocerte y me dice, no, no, si ya nos conocemos, estuvimos en tal sitio juntos. Me preocupa que van a pensar mal de mí, que soy un exquisito, un divo de mierda,—¿Tiene ‘manías’ antes de empezar una función?—Hay algunas a las que instigo a la compañía y otras puramente personales. Cuando hicimos ‘Miles gloriosus’, antes de comenzar la función, los miembros de la compañía, los actores, los técnicos… uníamos las manos y gritábamos el ‘Roma vincit!’, como en la película ‘Gladiator’. Y decíamos que todo lo que hacemos en esta vida tiene su eco para la eternidad. Y manías personales: siempre que entro en un escenario tengo que hacerlo con el pie derecho. Esto para mí es esencial, aunque tenga que dar la vuelta al teatro entero. No puedo vestir de amarillo, y me santiguo. Miro hacia arriba y me acuerdo de mi padre: «Aquí seguimos, ‘aita’, aquí seguimos haciendo lo que queremos, que ya es mucho».—¿Tanto en la vida personal como profesional resistir es una de las claves? ¿Sería su consejo para los jóvenes?—Me parece fundamental. No solo la mía, sino todas las profesiones son muy competitivas. No todo te sale bien, y desde luego no a la primera por lo general. Hay muchas situaciones en las que si te dejas llevar por el desánimo o la excusa de no tengo suerte, no llegas a nada. Y si alguna vez tocas el éxito con la punta de los dedos, lo que tienes que hacer es no dormirte en los laureles, seguir trabajando, ser humilde.«De repente, la vida te cambia. Como cuando a mi mujer, Patricia, le diagnosticaron un derrame cerebral»—¿Son imprescindibles las redes?—Tengo redes, aunque a Facebook y Twiter no les hago mucho caso. Sí a Instagram. Y ahí soy muy errático. No estoy continuamente subiendo informaciones. Las redes como modo de comunicación nueva, y revolución tecnológica y democratización están muy bien, son un gran invento. Pero siempre todo lo bueno, tiene una parte mala, hay una cara y una cruz. Esa democratización también permite que los desalmados o los aburridos se dediquen a expresar todo tipo de opiniones, pensamientos que muchas veces son groseros, en algún caso hasta constitutivos de delito. En otro momento de la sociedad determinada gente nunca habría tenido acceso a la opinión pública. Falta regulación en este medio. Habría que corregir, subsanar errores. Llegará algún día. —¿Cuál sería uno de los peores momentos de su vida? —Tengo que echar la vista atrás hasta la muerte de mi padre para evocar golpes muy severos. Y luego, sobre todo cuando a mi mujer, Patricia, le diagnosticaron un derrame cerebral. Estaba en un momento de máxima felicidad, disfrutando de la familia, del trabajo… Y de repente, la vida te cambia. E imagínese para ella, de estar completamente sana a estar en peligro de irte para el otro barrio. Estos golpes por inesperados te enseñan muchas cosas. Parece que tenemos todo claro, pero cuando te suceden cosas así, volvemos a replantearnos lo importante. Hay que aprovechar el presente, porque la vida se puede ir en cuestión de segundos.«Lamentablemente, España está muy radicalizada, muy dividida en dos bloques, hasta con dosis de odio de uno hacia otro»—Cada capítulo de su autobiografía empieza con una cita de muy diferentes autores, de épocas distintas. ¿Es usted un buen lector?—Me atrae la lectura, pero no soy tan buen lector como quisiera. De hecho, me encantan las librerías y llegué a abrir una, pero como en este país no se lee mucho no es un negocio redondo, y pasado un tiempo tuve que cerrarla. Visito mucho las librerías, me pongo a ojear, me puedo tirar un par de horas buscando qué me interesa. Y me compro hasta siete libros a la vez. Me pego un atracón de compra, pero luego no me pego el atracón de lectura porque el día a día me come mucho, y me impide tener tiempo. Últimamente, entre otros títulos, compré ‘España diversa’, y, aunque estoy de vacaciones aún no lo he empezado. Pero no pierdo la esperanza. —Revela usted que le gustan los concursos sobre todo porque participa en ellos gente real. ¿Son un poco como un termómetro de la sociedad?—En la tele se ve cada vez menos gente de carne y hueso, con problemas normales. Al final los personajes anónimos son los que más te sorprenden, te cuentan cosas, no pocas veces insólitas, con la mayor espontaneidad, lo he comprobado especialmente en ‘First Dates’. Los concursos te permiten tener acceso a este tipo de personas. Y eso es fascinante, cada cosa que te dicen atrae tu atención, es como viajar por ciudades como París donde tienes que estar mirando continuamente a derecha e izquierda porque prácticamente todo resulta interesante. Pues con la gente normal, igual, tienes que escuchar todo porque todo lo que dicen te atrapa.«En ‘First Dates’, la pareja que sufría Síndrome de Down nos dio una inolvidable lección de naturalidad»—¿En ‘First Dates’ hubo alguna situación que le asombrara especialmente?—Han sido numerosas. Por ejemplo, el caso de la pareja que sufría Síndrome de Down, que nos dio a todos una inolvidable lección de naturalidad a la hora de abordar el amor y las relaciones personales. Y en el lado negativo, una pareja que por razones políticas no quería ni cenar junta, lo que fue una lamentable muestra de lo radicalizada que está España, muy dividida en dos bloques, hasta con dosis de odio de uno hacia otro. Fue una cita que ni tan siquiera se pudo emitir. En general, pasan cosas bonitas, como las parejas que vienen transcurridos los años a presentarnos a sus hijos o a renovar sus votos de amor. —Recalca que el gusanillo de la actuación como actor en sentido estricto nunca le abandona. ¿Tiene en perspectiva algún proyecto?—Nunca me olvido de esa faceta, y como las obras en las que actúo suelen tener un largo recorrido, queda cubierta. El 23 de octubre estreno una función en el Teatro Reina Victoria de Madrid: ‘Inmaduros’, de Juan Vera y Daniel Cúparo, que viene precedida de un gran éxito en la escena de Buenos Aires. Estaremos en Madrid hasta diciembre y luego empezaremos gira. Y comenzaré en 2025 el rodaje de una película, ‘El consejero’, que está basada en la pieza ‘El ministro’, de Antonio Prieto, que representé con excelente acogida. —¿Su autobiografía tendrá una segunda parte?—Me gusta ‘amenazar’ con ello. Pero la verdad no lo sé. Tengo que ver también que recepción tiene esta primera, pero algún día no descarto escribir una segunda. Uno de los objetivos que me propuse es que fuera un libro intenso pero breve y fácil de leer. Y seguiré viviendo experiencias. Y alguna vez me asalta la tentación de escribir un libro de viajes sobre lugares recónditos que poca gente visita. Patricia y yo somos dos enamorados de los viajes. Cada vez que tenemos oportunidad cruzamos el charco, y nos vamos a cualquier parte del mundo.
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