Carlos Franganillo: «La primera vez que visualicé lo que era un periodista fue Clark Kent en ‘Superman’»

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Carlos Franganillo: «La primera vez que visualicé lo que era un periodista fue Clark Kent en ‘Superman’»

Trabajó como reportero en Oriente Próximo, Tailandia, Alemania y Grecia. Informó en Moscú durante tres años y fue corresponsal en Washington para RTVE hasta 2018, cuando asumió las riendas de los informativos de la cadena pública. Este año ha dado el gran salto a la televisión privada como director de Informativos Telecinco y presentador de su segunda edición. Se trata del periodista Carlos Franganillo , una de las miradas más innovadoras y ágiles del periodismo en España. En esta cuarta entrega de conversaciones veraniegas (y para que corra el aire fresco y disperse la canícula), hemos pedido a Carlos Franganillo que nos dejase retratarlo, ventanas abiertas, en el Norte, donde pasa unos días de desconexión. Sobre sus recuerdos de verano, su vocación, su temprano gusto por los cómics, pero sobre todo de periodismo, conversa Franganillo con ABC.Graduado en Comunicación Audiovisual por la Universidad Antonio de Nebrija y en Periodismo por la Universidad San Pablo-CEU, Carlos Franganillo se inició en el periodismo en el diario La Nueva España. También trabajó en el departamento de prensa de la Fundación Príncipe de Asturias y, finalmente, opositó para formar parte de RTVE, donde hizo un trabajo riguroso que mezcló el periodismo canónico con la frescura y la cercanía de su forma de informar. Su labor fue reconocida con el Premio APM al Mejor Periodista del Año 2019, cuando aún era el conductor del telediario 2 de TVE. Este año le corresponde el Premio de Periodismo ‘Francisco Cerecedo’ que otorga la Asociación de Periodistas Europeos (APE) . Su independencia, su rigor, capacidad para innovar los formatos periodísticos y su vocación por el reporterismo son algunos de los atributos que lo identifican y que le valieron ese reconocimiento de los compañeros de profesión .—Moscú o Washington ¿Cuál ha sido su peor verano?—Hay para todos los gustos. El verano de Moscú era bastante llevadero, divertido y muy cosmopolita. Era una época muy interesante. Pasaron cosas que explican bastante lo que ocurre ahora. El verano electoral de 2016 en Estados Unidos fue muy intenso. Creo que fue la época más estresante de mi vida. Querían a los corresponsales de Washington las 24 horas explicando el último disparate. La época Trump y ese verano en concreto, lo recuerdo muy intenso.—¿Cuándo empieza a notarse el verano para los que hacen televisión?—No hay verano tranquilo, lo que sí ocurre es que las redacciones, como en cualquier sector, la gente se tiene que ir de vacaciones y se quedan a medio gas. Es decir, tienes que hacer lo mismo con la mitad de gente y con el doble de esfuerzo. Tienes que intentar mantener el tipo, mantener unos volúmenes de audiencia determinados, con menos gente y con la misma competencia, además.—¿Hemos decretado una muerte prematura de la Televisión frente a las plataformas o Internet?—La televisión es un producto de enorme futuro, lo que pasa es que hay que entenderla como algo mucho más amplio. Nunca antes la humanidad ha consumido tanta creación audiovisual, informativa o de ficción como ahora. Estamos todo el día viendo imágenes. La narración audiovisual está en su pico máximo.—¿Y el formato clásico? ¿A qué se enfrenta?—La televisión tradicional, pues al final tiene el reto, desde hace tiempo, y está en ello, de adaptarse a ese nuevo entorno, de atender a esa demanda tradicional y adaptarse a esa nueva demanda, en el caso de la información, pues las citas de las tres y de las nueve son importantes, pero también lo es construir nuevos relatos en nuevas plataformas.—¿Transformación o desaparición? —La televisión está en un proceso de metamorfosis, pero no está ni mucho menos muerta. El problema es que todo está mucho más, no necesariamente fragmentado, pero lo vemos en cualquier soporte de comunicación. Ahora hay podcasts, mil y una plataformas. Lo difícil es atenderlas a todas.El periodista y presentador Carlos Franganillo. GUSTAVO DE LA FUENTEVerano (y periodismo)Un buen periodista nunca deja de serlo. Ni siquiera en vacaciones. Por eso, al preguntarle por sus recuerdos de infancia, acaso los primeros veranos en Asturias, su tierra, Carlos Franganillo acaba recordando las tardes leyendo las historietas del periodista del Daily Planet, Clark Kent, transformándose en Superman.—¿Cuál es su primer recuerdo de verano?—Pues me vienen muchos a la cabeza, muchos veranos en casa de mis abuelos en Piedras Blancas, ahí en Asturias, en Castrillón. En casa de mis tías abuelas también, donde tenían un campo y, ahí enredábamos durante horas y horas en la huerta. Me acuerdo de algunos viajes a Galicia con mis padres también de pequeño. Los campamentos a los que iba desde los nueve años, con el colegio y con el Centro Asturiano de Oviedo. Los veranos de infancia fueron felices, muy familiares y, bueno, pues sobre todo me vienen a la cabeza los primeros viajes, eso, a Galicia, a las Rías Bajas, a Bayona y este tipo de sitios de los primeros veranos cuando tenía cuatro o cinco años.—¿Qué libro recuerda de niño? —De niño leía muchísimo, sobre todo comics, de Superman fundamentalmente, pero de muchos otros. A partir de una cierta edad, en torno a los 10, 11 años, recuerdo unos libritos que había cuando salía una serie del joven Indiana Jones en Egipto o donde fuera. Recuerdo haberlos comprado en verano en las Rías Bajas, en Galicia, y estar devorándolos. Es la primera imagen que se me viene a la cabeza. Entre los libros de ahora me gustan mucho las novelas del comisario Montalbano.—¿Hasta qué punto pudo influir el cómic en su aproximación al periodismo?—¡Claro! Clark Kent es Superman. La primera vez que visualicé lo que era un periodista fue Clark Kent. Y siempre me llamó la atención. Desde niño siempre he tratado de estar muy informado y siempre me ha interesado mucho la información. Veía los telediarios, leía el periódico que mi padre traía a casa. También me ha atraído la aventura, porque me ha gustado mucho la novela y el cine de aventuras.—¿Se ha devaluado la imagen del periodista?—Los periodistas estamos pagando un montón de platos rotos. Hay una parte que está absolutamente inflada y es una visión negativa, muy interesada por parte de algunos sectores. Hay algo ganado a pulso, sin duda, porque como en cualquier profesión: hay buenos y malos periodistas. En una profesión que vive de cara al público y que todo lo que se publica es con intención de que sea leído y visto, pues evidentemente el ruido es mucho mayor, pero trato de no generalizar. —¿Qué percepción tiene de la profesión?—Hay periodistas excelentes. En España se me ocurren varios puñados de periodistas muy, muy buenos, de los que me creo absolutamente cada coma y cada letra que escriben. Evidentemente hay gente que se enmascara dentro de la profesión con otras intenciones. Hay algunos que ni siquiera son periodistas, pero como es una etiqueta tan amplia y el asunto de la libertad de expresión es también un tema tan delicado y tan fronterizo, pues evidentemente es la guarida perfecta para muchos canallas también.Libertad (de prensa)—¿La libertad de expresión tirando piedras contra su propio tejado?—Hay gente que hace daño intencionadamente a la profesión, disfrazándose. Y luego también pienso que hay sectores populistas de izquierda y de derecha donde incomoda especialmente el periodismo. Entonces convertir al periodista en un esbirro del poder o en un tentáculo del poder y mezclarlo en todo tipo de conspiraciones, pues es muy rentable. Y es una maniobra de agitación muy, muy eficaz.—¿Tenemos motivos para estar preocupados?—Al poder, como es lógico y es humano, le molesta el periodismo y le molesta el escrutinio y le molesta la fiscalización. Porque yo creo que es una estrategia de autodefensa. Todos creemos estar en el lado correcto de la historia y de la verdad, Y cualquier discrepancia a veces se entiende como una traición. Ocurre prácticamente en cualquier sector del poder. Esa amenaza siempre está ahí y ese riesgo siempre está ahí. No hay ninguna libertad ganada para siempre y por completo. Lo oportuno es ser beligerante con ese tipo de asuntos y no dejar pasar ninguna mala intención y ningún amago de ataque, aunque simplemente se quede en eso.—¿Ve al Gobierno de Pedro Sánchez interfiriendo en la libertad de prensa?—Es complicado que en un país como España el poder pueda cruzar determinados límites, no porque no tenga intención, sino porque hay una serie de contrapesos que lo harían muy complicado, pero eso no significa que no haya tentaciones y tentaciones muy graves, ¿no? Estamos todos obligados a llamar la atención ante el más mínimo desliz, porque esas cosas suelen suceder un paso detrás de otro y la erosión de las democracias es algo que estamos viendo delante de nuestras narices en países, que políticamente estaban sin cuestionar.—¿Qué puede llegar a ser asfixiante para usted?—¡Buf! Muchas cosas. El bienestar de mi familia es la prioridad total. Y a partir de ahí, en cuanto al día a día y a la profesión, pues me angustia el frenesí, el ritmo que ha cogido la comunicación. Es imposible de frenar. Y la exigencia de ser especialmente riguroso, incluso en ese torbellino en el que vivimos, debe permanecer. En un momento donde se piden reacciones inmediatas, donde los políticos todos deben reaccionar en menos de una hora, porque si no están desaparecidos y algo raro está pasando. Es decir, todo ha cogido una velocidad que no es buena para la reflexión, no es buena para tener contexto ni para tomar distancia. —En ese frenesí, cobra fuerza la teoría del bulo.—Es perfecto porque quien quiere intoxicar y quien tiene ideas fijas e inamovibles, pues es el caldo de cultivo. Su respuesta es inmediata, ya la tiene preparada. Quien quiere saber lo que está ocurriendo de verdad necesita investigar, preguntar, necesita dejar que todo se aposente un poco. Todo eso lleva tiempo y necesitas que el espectador te espere también, ¿no? Y ese es el reto de nuestro tiempo que, bueno, que tiene también consecuencias políticas, consecuencias de la vida. Consecuencias para la democracia, consecuencias para la convivencia, consecuencias generales, no solo para el periodismo.

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