Dentro de los temas de conversación que cosen el mundo, tal vez el de la comida haya sufrido una mutación mayor en los últimos años, en un fenómeno solo comparable al de la alfabetización masiva del siglo pasado y a la democratización de la sillita de playa, que es a la espalda lo que Oskar Schindler a los judíos. El refinamiento del paladar es tal que hoy es imposible mantener una charla informal sin manejar un registro de sabores digno de un lord inglés en huida constante de la gastronomía ídem (por eso los británicos levantaron su imperio, por el apetito). Ya nadie pide un vino sin estudiar la carta. —La carta, por favor.—Por supuesto.—Vamos a pedir [lo dicen así, anunciando su decisión como un premio], este godello [y entonces lo señalan bien para que el camarero no se equivoque con el precio]. Donde antes decíamos gastrónomo o glotón ahora decimos ‘foodie’, síntoma evidente del crecimiento exponencial de esta afición: las cosas, sí, se universalizan por la vía del progreso, que las abarata, pero el precio a pagar siempre es el anglicismo (si no por qué íbamos a llamar ‘streaming’ al ‘streaming’ y ‘roaming’ al ‘roaming’). Aunque el ‘foodie’, en su afán cosmopolita, hace esfuerzos más allá de Shakespeare: dice ‘steak tartar’, pero también ‘parmigiana di melanzane’, ‘takoyaki’, ‘baklava’ y ‘shawarma’. Por lo que sea, la ‘street food’ ha sustituido a la tradicional comida rápida, que casi nunca se llamó ‘fast food’.—¿Has probado el ‘gyros’ en Grecia? —Oh, sí, pero en el ‘kebab’ turco está mejor, más jugoso. —Y el sushi en Japón… otra historia.—Bro, qué locura. Esta es la música de las terrazas. Para que nos entendamos: es como si al hablar del tiempo uno tuviera que tener una opinión formada y solidificada sobre los cumulonimbos sudafricanos, sin duda muy por encima de los de Namibia, aunque agosto no es su mejor época, no.El ‘foodie’ come para contarlo allí donde le dejen, por eso fotografía el plato antes de zampar. Hubo un tiempo en el que los viajeros daban la turra a sus amigos con las diapositivas de sus expediciones: ahora sus hijos hacen lo mismo con sus experiencias gastro alrededor del globo («este pase estaba increíble, el mejor del menú, qué ‘umami’»). Están las redes cargadas de recomendaciones tan concretas que asustan («la mejor ‘gyoza’ de Ávila»), pero el ‘foodie’ auténtico no se fía de una única fuente. Antes de ir a desayunar contrasta por al menos tres vías distintas (las tres online, por supuesto) si el pincho de tortilla del bar de la esquina es tan bueno como le prometes. En la época de la desinformación, los verdaderos ‘fact checkers’ son ellos. Se les puede escapar un bulo sobre la salud de Kate Middleton, pero no les van a colar un arroz seco.Dentro de los ‘foodies’ están los ‘fancy foodies’, o los ‘foodies cuquis’, que valoran el entorno y el envoltorio antes que el contenido. Es por ellos (y ellas) que hay restaurantes donde te sirven los ‘baos’ en una escultura de un oso panda con la mano extendida y al final de la cena la gente se sube a bailar a sus mesas mientras beben cócteles a precio de cigala gigante («aquí pagas el ambiente»). Y está el ‘foodie historiador’, siempre dispuesto a contarte la historia de la ensaladilla rusa, y el ‘foodie fusión’, capaz de explicarle a un gallego que lo que tiene que hacer con una nécora no es cocerla sino hacer un ‘chili crab’. Y por haber hay hasta ‘foodies’ del café («con lo bien que se come en España, qué mal café tenemos»). No van al Starbucks porque prefieren el café de autor.Es difícil defender la ignorancia, pero no la nostalgia de aquellos días en los que las cosas estaban ricas o no, cuando volvías a casa a por la merienda y tu abuelo te hacía un bocadillo de chocolate con leche y no podías pedirle más a la vida. Me han contado que ahora lo preparan en un estrella Michelin.
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