«Hoy los talibanes están felices, ondeando sus banderas por toda la ciudad. Mientras, yo estoy en casa, sin trabajo, sin dinero, sin poder vestirme como quiero, sin poder vivir como antes». Es el tercer 15 de agosto que Mahjuba , una profesora afgana, pasa escondida en su domicilio de Kabul. Desde hace tres años, vive con el temor de que le arresten, le peguen, incluso le maten. No sería una sorpresa. Las fotos que comparte por WhatsApp muestran ojos amoratados y brazos con marcas tras una paliza. Ella y otras compañeras han sufrido las consecuencias de manifestarse en Afganistán para defender sus derechos.El 15 de agosto de 2021, el mundo contuvo el aliento al ver cómo miles de personas intentaban, a la desesperada, subirse a un avión, cualquiera les valía, para escapar de lo que todos pensaban que sería Afganistán y que el tiempo ha terminado dado la razón: un infierno. Masas humanas corrían desesperadas hacia el aeropuerto de la capital afgana. De aquello queda una de las imágenes más recordadas de entonces: un grupo de afganos agarrándose al fuselaje de un avión en su empeño por escapar.Huida a toda costaTodos los que pudieron, huyeron. Nilofar, estudiante de Ciencias Políticas, lo hizo hacia Polonia con la ayuda del Ejército polaco. Momin, traductor con las Fuerzas Armadas españolas en la provincia de Herat, llegó a Madrid con su familia tras un agónico viaje. Y así hasta más de 120.000 personas. Muchos utilizaron países vecinos, como Pakistán e Irán, para su evasión del terror talibán. Ambos Estados acogen el 90% de los refugiados afganos del mundo. España, según datos de la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados, ha acogido a 3.731 refugiados afganos, la mayoría colaboradores con el Ejército y agencias de cooperación, como Aecid. Vuelta de la ‘sharía’ Tercer aniversario del la llegada de los talibanes al poder tras la caída de Kabul y la salida de los Ejércitos aliados del país AGENCIASEE.UU. quería salir de Afganistán. Se había convertido en el conflicto más largo de su historia. El 31 de agosto era la fecha fijada por el Departamento de Estado para completar oficialmente su retirada del territorio. Con esta decisión, el Gobierno estadounidense no esperaba resolver los problemas del país, pero sí convencer a las dos partes en conflicto para que firmaran algún tipo de acuerdo que culminaría con la renuncia del presidente, Ashraf Ghani, y la entrada en el Ejecutivo de los talibanes. Así lo firmaron en los Acuerdos de Doha en 2020, durante la presidencia de Donald Trump, que se ejecutarían durante el mandato de Biden.Informaciones que se han ido publicando estos años en los medios estadounidenses aseguran que en el Departamento de Estado se habían hecho planes para escenarios catastróficos, aunque, en ningún caso, una toma de Kabul como la que los talibanes hicieron en pocas horas. Las evaluaciones de Inteligencia afirmaban que el Ejército afgano iba a ser capaz de contener a los talibanes. No fue así. Salida de un país en llamas Agencias y SanBernardoEn apenas cuatro días, los fundamentalistas se hicieron con el control total. El 12 de agosto, los militares de EE.UU. recibieron informes de que los talibanes habían entrado en Ghazni, a menos de 160 kilómetros de Kabul. Veinticuatro horas después, ya estaban instalados en las afueras de la capital. En la madrugada del 15 de agosto, los combatientes se abrieron paso hasta las puertas de la ciudad. Los fundamentalistas recuperaron rápidamente el control del Estado y del Gobierno de Kabul. «En esta fecha, Alá concedió a la nación muyahidín de Afganistán una victoria decisiva sobre una fuerza internacional arrogante y ocupante», recordaba ayer el primer ministro Mohammad Hassan Akhund en un comunicado.Bajo la ley de la ‘sharía’A pesar de las promesas iniciales de respetar los derechos humanos, los talibanes volvieron a imponer de forma constante su estricta interpretación de la ley basada en la ‘sharía’, incluidas las ejecuciones públicas, las amputaciones y la flagelación. Desde la toma del poder, quienes viven bajo el régimen talibán han sido testigos de la regresión de cualquier avance en materia de derechos y libertades en los últimos 20 años. Mujeres y niñas esperan su ración de comida en un país con más de 23 millones de personas pobresLos talibanes han impuesto duras restricciones a los derechos de las mujeres a la educación, el empleo, la libertad de expresión y de movimiento, y la vestimenta. Bien lo sabe Bibi, madre de cuatro hijos. Desde 2021 lleva intentando sacar adelante a su familia. Su marido no puede trabajar por enfermedad y a ella, por su condición de mujer, no le dejan. Recuerda dónde estaba cuando los talibanes tomaron la capital. «Estaba en casa viendo la televisión y no podía creer lo que estaba sucediendo. Empecé a llorar y abracé fuerte a mi hija pequeña». Bibi tenía 15 años cuando los talibanes llegaron por primera vez en 1996. «Sabía lo que nos esperaba», dice.«Las mujeres que han protestado han sido acosadas, amenazadas, detenidas, arrestadas y torturadas», comenta Fereshta Abbasi, experta en el país para Human Rights Watch. Para esta experta, Afganistán se enfrenta a una de las peores crisis humanitarias del mundo. Se estima que cerca de 24 millones de afganos necesitan ayuda humanitaria. Además, el Estado Islámico de la Provincia de Khorasan, la filial afgana del EI, también sigue atacando a civiles mediante bombardeos y otros ataques, lo que suma sufrimiento a los afganos. Ningún estado reconoce el Gobierno talibán y la incapacidad de operar de las organizaciones humanitarias internacionales en el país hace que «caiga en el olvido lo que estamos viviendo. Esto es un infierno», denuncian las mujeres que permanecen en el país.
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