Lonely Planet imaginario (III): Atardecer en La Mareta

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Lonely Planet imaginario (III): Atardecer en La Mareta

Nada más relajante que darse un baño en el mar o ponerse a remojo después de propiciar otro baño, pero de sangre. Tras sus días en Caracas, José Luis Rodríguez Zapatero descansa en su residencia de verano en Lanzarote, un lugar donde puede, al fin, retomar sus sesiones de footing en la playa tras validar la elección fraudulenta de Nicolás Maduro como presidente de Venezuela. Más de dos mil civiles venezolanos pasan sus horas en una celda mientras él habla de sus intentos de paz removiendo un mojito.Veranea el socialista en la urbanización Famara Bungalows , donde compró una casa en 2017, el mismo año en el que viajó, qué casualidad, a Venezuela para poner en marcha un diálogo de paz —sí, de paz—, entre el gobierno de Nicolás Maduro y una oposición encarcelada. Cualquier maledicente podría pensar que lo de la mina de oro venezolana de su propiedad es real. Sea o no Maduro el yacimiento más grande que haya encontrado Zapatero en América, dinero para inversiones inmobiliarias hay. ¡Será por reparos!En estos días, goza Zapatero de un merecido descanso en la misma isla donde se ubica La Mareta , el palacio de lujo donde veranean el presidente de gobierno Pedro Sánchez y su familia, y en la que han de celebrarse animadas reuniones estivales por la paz mundial, barbacoas por el empoderamiento de los pueblos oprimidos o catas de piña colada a favor de la paz ajena. Socialismo que veranea unido, permanece unido en la abundancia. Gusta José Luis Rodríguez Zapatero acudir a este complejo en el que él también veraneó cuando ocupó la Moncloa. En La Mareta hay de todo. Más de treinta mil metros cuadrados junto al litoral, diez bungalows de dos alturas, acceso exclusivo al mar, dos piscinas, jardín con lago y hasta un helipuerto, por si algún dictador fugado deseara asilarse unos días y que el propio Zapatero no descarta emplear como zona de carga y descarga de material antidisturbios que él y sus socios pudiesen vender a precio de saldo antes de iniciar una ronda de diálogos de paz.De Famara Bungalows a La Mareta hay un paso. Sí señor, un pasito para adelante y otro para atrás, pero con ganas. Y en esas estará Zapatero, yendo y viniendo en modo marcha olímpica, sin separar los pies del suelo. ¡Y quién no querría juntarse con Pedro Sánchez para refundar el Estado federal alrededor de una buena fuente de cabrito y papas con mojo! «¡Mójalo ahí, Pedro! ¡Que pringue bien!», dirá José Luis, henchido de tanta naturaleza, mientras recita de memoria pasajes de la obra José Saramago, que vivió y murió en esa hermosa isla en la que cada quien puede despeñarse de sus propias montañas de fuego. Los atardeceres en La Mareta serán, nunca mejor dicho, la mar de divertidos. Imagina el vacacionista varado en Madrid cómo los canarios se reunirán, a la hora de la puesta de sol, con pancartas alusivas a la solidaridad fiscal interterritorial y deseosos de escuchar un dueto de Zapatero y Sánchez. Se llevan la mar de bien estos dos. Estrecho es el afecto entre ambos desde la campaña de las generales, cuando Zapatero hizo de maquillador de la coalición Frankenstein y empujó, de a poquito, el caballo de Troya de los nacionalismos en Ferraz. Con esa mirada reptiliana y aspecto de ave de mal agüero, el expresidente socialista se dará cremita en los hombros a la sombra de una palmera mientras piensa, por qué no, en hacer construir en Guatiza o en el Timanfaya dos estatuas de Hugo Chávez hechas con los restos de las que derribaron, en Caracas, poco antes de él coger un vuelo de Plus Ultra.

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