Auster y la obsesión del azar: todo sucede siempre de repente

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Auster y la obsesión del azar: todo sucede siempre de repente

Paul Auster tenía los ojos rotundos, como de haber visto demasiado. Tuvo esa clase de biografía que te prepara para saber que en cualquier momento puedes perderlo todo: un hijo, una nieta, la salud. Había algo griego en su forma de entender la existencia, como si fuéramos las víctimas de un grupo de dioses aburridos jugando a ser lo que ya son, y nosotros individuos minúsculos a los que todo les sucede siempre de repente. «Un día hay vida. Por ejemplo, un hombre de excelente salud, ni siquiera viejo, sin ninguna enfermedad previa. Todo es como era, como será siempre. Pasa un día y otro, ocupándose sólo de sus asuntos y soñando con la vida que le queda por delante. Y entonces, de repente, aparece la muerte», escribía al principio de ‘La invención de la soledad’, su primer éxito, inspirado, ay, por la pérdida de su padre. Y entonces, de repente, aparece la muerte. ¿No caben ahí todas las biografías? ¿Qué otra forma hay de morirse sino esa? Él tenía cáncer, pero hace apenas unas semanas, su mujer, Siri Hustvedt , celebraba su mejoría en Madrid. Así podría empezar (o terminar) cualquiera de sus libros.Noticia Relacionada CRÍTICA DE: estandar Si ‘Baumgartner’, así es su última novela Rodrigo FresánAuster era un escritor obsesionado con el azar, que es el tema con el que levantó el monumento a la humanidad que es ‘4 3 2 1’: su contribución a la gran novela americana, que es la gran novela de la vida. Ahí convirtió en certeza la sospecha de que aquello que somos depende hasta del aleteo de una mariposa en el espacio. Y que virando un grado el ángulo de lo que ya sucedió todo salta por los aires: pierdes una pierna, te mata un autobús, te conviertes en escritor. Nada está bajo nuestro control. O mejor: casi nada. Era lo suficientemente humilde para aceptar que somos esto pero podríamos haber sido cualquier otra cosa. Es muy poco lo que separa al éxito del fracaso, al feliz del infeliz, al atleta del lisiado. El narrador de ‘4 3 2 1’ lo explica con clarividencia: «Lo real también consistía en lo que podría haber ocurrido pero no sucedió, que un camino no era mejor o peor que cualquier otro, pero el tormento de estar vivo en un solo cuerpo significaba que en un momento dado uno tenía que encontrarse exclusivamente en un solo camino, aunque pudiera haber estado en otro dirigiéndose a un lugar enteramente diferente». Los personajes de Auster, sí, son golpeados con violencia de las formas más crueles, más fortuitas, y su historia es la historia de una recomposición. Quisieran ser héroes, pero son hombres condenados a volver a empezar, a arrastrar sus culpas, sus recuerdos. La mujer de Baumgartner, el profesor de filosofía que da nombre y protagoniza su última novela, muere en la playa, desnucada por una ola en el último baño del día, minutos antes de recoger las cosas y volver a casa. Y Baumgartner, el viudo, se convierte en un hombre que se agarra a lo que le queda como puede, a veces de manera ridícula, flirteando con una cartera a la que le dobla la edad. «A Baumgartner le ha dado por pedir libros que ya no necesita y que jamás abrirá para acabar donándolos a la biblioteca pública del barrio con el único propósito de pasar un par de minutos en compañía de Molly cada vez que llama al timbre para entregárselos», escribe Auster, consciente de que somos ridículos en lo íntimo pero que ahí hay algo luminoso, seguramente la luz de seguir vivo. Noticias Relacionadas estandar Si Paul Auster y el plan maestro Karina Sainz Borgo estandar Si Primera muerte (y resurrección) de Paul Auster David MoránSi lo kafkiano es una pesadilla, tal vez lo austeriano sea despertar de un sueño en el que estábamos a gusto, en el que lo teníamos casi todo. Y la obligación de vivir sin ello.Las últimas líneas de ‘Baumgartner’ son proféticas, la despedida más elegante que se recuerda por estas tierras. «Y así, con el viento en la cara y la sangre aún rezumando de la herida en la frente, nuestro héroe se dirige en busca de ayuda, y cuando llega a la primera casa y llama a la puerta, empieza el último capítulo de la historia de S. T. Baumgartner». Es difícil no imaginárselo así, con los ojos más grandes todavía.

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