Acaba de cumplir noventa y cuatro años, pero habla desde más lejos todavía: está en la tierra del límite, allí donde llegan los poetas que no temen el silencio. Rafael Cadenas (Barquisimeto, Venezuela, 1930) ha convertido la austeridad en misterio, o viceversa, y en esas lejanías alumbra versos como revelaciones. «Tal vez sólo para hacerte sitio / me tiene en pie la vida», escribe en uno de los poemas de ‘A Rilke, variaciones’ (Galaxia Gutenberg).Cadenas ha estado en muchos sitios, pero siempre ha regresado con noticias: del exilio (se refugió en la isla de Trinidad durante la dictadura de Marcos Pérez Jiménez), de los premios (casi todos, incluido el Cervantes), de sí mismo, del dolor, de Oriente. Hasta de la política, que abandonó en los setenta. Antes, en 1963, firmó ‘Derrota’, un himno inmortal, latinoamericano: «Yo que no he tenido nunca un oficio / que ante todo competidor me he sentido débil / que perdí los mejores títulos para la vida / que apenas llego a un sitio ya quiero irme (creyendo que mudarme es una solución)…»Con las décadas ha terminado mudando de estilo, también, y ha depurado su verbo hasta convertir la palabra en instante: es ahí donde se juega la partida. En esa desnudez de persona y paisaje. En ese encuentro. «En cada cosa comienza o termina el universo», dice uno de sus ‘Dichos’. Y otro: «Cuántas utopías derrumbadas. Eso te abrió los ojos. Agradécelo». Él ya pactó con lo inevitable.—Ayer mismo, en el metro de Madrid, me encontré con su poema ‘Fracaso’: «Cuanto he tomado por victoria es sólo humo / Fracaso, lenguaje del fondo, pista de otro espacio más exigente, difícil de entreleer es tu letra». ¿Qué le dice ese poema hoy?—Que los fracasos nos encaminan hacia donde nos corresponde naturalmente. —A estas alturas, ¿qué recuerdos le quedan de su infancia?—Cuando estaba en la escuela primaria jugué al béisbol, en casa molía el maíz para el pan y hacía los mandados. También pasaba horas encaramado en el techo de tejas viendo los zamuros o en árboles o frente a un riachuelo que pasaba por el solar. Allí un árbol me regalaba pequeñas embarcaciones fabricadas por él. También solía ir al Río Turbio. —¿Está de acuerdo con Rilke en que la verdadera patria del hombre es la infancia? ¿Le sigue acompañando su niñez?—Espero que sí. El niño vive en todos los adultos, pero a veces se esconde para protegerse hasta del mismo que lo lleva, sobre todo si éste es un odiador.—¿Cómo le llegó la vocación?—Uno comienza por ser lector, luego lo tienta el escribir y empieza a intentarlo. Un llamado que a menudo se oye.—Los primeros versos de ‘Los cuadernos del destierro’ decían así: «Yo pertenecía a un pueblo de grandes comedores de serpientes, sensuales, vehementes, silenciosos y aptos para enloquecer de amor. Pero mi raza era de distinto linaje». ¿Cuál es su linaje, pues?—No tome literalmente esas palabras. Yo mismo no puedo explicarlas. Mi linaje es el más alto que existe: haber nacido. Creo que la naturaleza tuvo a bien fabricarme valiéndose de una pareja a la que quise mucho, pese a haber heredado rasgos que me han dado quehacer. —¿Nunca ha hecho locuras por amor?—Sí, pero era bastante inconsciente. Estaba como aletargado. Hoy trato de ser diferente de aquel distraído, estar a la mira, la atención es muy importante.—¿La poesía es una pregunta o una respuesta?—Respuesta no hay. Hasta la vida que llamamos corriente es inefable. Todo es misterio, aun lo que llamamos insignificante.—Hay en gran parte de su obra reciente un gusto por lo oriental. ¿Qué ha encontrado en Oriente que no le daba Occidente? ¿Ha habido algún viaje que lo marcara en este sentido o ha sido un viaje lector, más bien?—El viaje ha sido mediante ese transporte, ha durado años. Pero he leído sobre todo a autores modernos occidentales, los más procedentes de la física cuántica; lo que pasa es que Occidente ha sido muy desdeñoso, pero hay pensadores orientales equiparables a los de Occidente.—¿Se siente un extranjero en este presente tan marcado por la tecnología y la velocidad?—Conviene no resistir lo que nos moleste. No se puede luchar contra lo que forma parte del mundo, es indetenible.—¿Cómo se lleva con el paso del tiempo? ¿Le fatiga el cuerpo a estas alturas?—El tiempo, tal como lo vivimos es una medición. No camino como antes. Estoy limitado para lo que tanto me placía. Era muy andador. Vagaba por la ciudad sin objeto, sólo por gusto.—Ha dicho que le hubiese gustado ver esta frase de Huxley en la entrada de su facultad: «Nunca he sentido que la literatura fuese algo que ha de ser estudiado sino más bien algo para disfrutarse». ¿Lo sigue pensando? ¿Le sirve como lema de vida (literaria)?—Pienso que en primer lugar debe existir o despertarse el placer de la literatura, pero importa mucho también su estudio. Por ejemplo, hasta un lector culto necesita guía para adentrarse en la poesía madura de Rilke, las ‘Elegías de Duino’ y los ‘Sonetos a Orfeo’. —¿Admira la lentitud de Rilke?—Si, contrasta con la velocidad imperante actualmente. Aunque está un tanto olvidado, lo cual revela lo poco que interesan autores profundos. Rilke es un antídoto para el olvido de la vía interior, el vivir se ha vuelto muy externo. —¿Qué nuevo sabor le encuentra ahora?—Uno de los rasgos principales de Rilke es su fervor por la naturaleza; en este aspecto guarda afinidad con Spinoza, con Goethe y con Einstein. Se identifica con ella, tiene conciencia cósmica. Varias de sus concepciones son muy actuales como la del espacio interior, la del mundo interpretado que impide el contacto sin condicionamiento con la realidad, lo abierto que significa sin abrigo, arte como pasión de la totalidad, mundo misterioso que se despliega tras lo fenómeno, unicidad de todas las cosas, inmanencia de lo de aquí, el instante vivido con agradecimiento, poetización del pensar, y podría añadir otros rasgos, pero la entrevista se haría muy larga. Sólo añadiré que Rilke, después de tanta zozobra, tuvo una serenidad sorprendente en sus últimos años. —Usted, que ha sido profesor, ¿ha dejado alguna vez de ser alumno? ¿Se siente en deuda con sus maestros poéticos? ¿A cuáles vuelve más?—Siempre he dicho que soy un estudiante. Leo mucho para llegar a la ignorancia. Su pregunta me rebasa, término por cierto que Rilke usa mucho. En otra ocasión podré contestarle cabalmente su pregunta sobre los poetas que he frecuentado más. —¿Confía en la metáfora como forma de conocimiento?—No, además los poetas actuales casi no emplean la metáfora. —En el discurso del Cervantes citó a Schiller: «Alguien le preguntó a Schiller por qué no era de ninguna iglesia, y este contestó: por religión, es decir, por religiosidad (…) Creo que cuando el pensamiento ve su límite, aparece una apertura hacia lo indecible». ¿Lo indecible, el misterio, le ha acercado a Dios?—Creo que soy religioso, pero Dios es lo desconocido, además cada religión cree que su Dios es el verdadero y esto es lo que ha dividido a la humanidad creando odios, llevado a guerras. A propósito, cuando oigo hablar de crímenes de guerra me parece absurdo porque el principal crimen es la guerra misma, promovida por defensores de la paz. En este momento estamos en medio de una locura sin poder hacer nada. Hasta la ONU carece de fuerza para detenerla, sólo puede hacer exhortaciones.Noticia Relacionada reportaje Si John Gray: «La mayoría de los ateos son demasiado lerdos para entender que creer en la ‘humanidad’ es mucho más absurdo» Javier Villuendas—Le cito un poema suyo de ‘A Rilke, variaciones’: «Andabas / de país en país / y a la vez / por encima. / No pertenecías / a ninguno. / Ni frecuenta / tus líneas / la cruel palabra patria». ¿Cree en la patria todavía?—Abogo más bien por un mundo unido; ya es tiempo de que sea cosmopolita, mas eso no hace que los seres humanos olviden la tierra donde nacieron, de manera que no existe contradicción. Lo urgente hoy es defender el planeta, y las grandes potencias tan presuntuosas no pueden enseñorearse de él. En realidad, son poderosas, pero atrasadas e incultas, a la zaga de la inteligencia alcanzada por el desarrollo del propio mundo que dominan.—¿Y en la política? ¿Confía en la posibilidad del cambio, de la mejora?—Sólo si ocurre una transformación de la mentalidad, Karl Jaspers incluso habla de la necesidad de una conversión. Creo que los seres humanos debemos darnos cuenta del daño que causa el ego, y sobre todo el ego nacional. Es evidente que cada nación entona loas a sí misma, lo cual es germen de conflictos. Carecen de humildad.—Ante la perspectiva del final, de la muerte, ¿le pesa más el miedo, la curiosidad o la indiferencia?—Prefiero no responder a esta pregunta.
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