Sánchez es el oso que ahoga todas las causas que decide abrazar. Las deja sin aire en los pulmones, con la tráquea obstruida y las extremidades inertes girando sin cadencia, como un espantapájaros de tela en mitad de un campo de molinos. Ese es el principal problema de ser un mentiroso compulsivo, un intoxicador y un fascistucho de tres al cuarto: que nadie te cree, que eres contraproducente para tus objetivos y, peor aún, que lo único que logras es que el resto se posicione en contra de causas objetivamente buenas solo porque el que las defiendes eres tú. Es injusto, pero también es lógico, es el juego de causas efectos y el recorrido natural de una gota de veneno que, disuelta en el vaso, convierte todo el agua en arma homicida.Hemos despachado muy rápidamente el debate acerca de la prensa. Y me temo que, si dejamos de lado lo emocional y nos centramos en lo estrictamente racional, Sánchez tiene parte de razón, por muy osuno que sea el tipo. Efectivamente, en todo el mundo existe un problema con las ‘fake news’, con la desinformación y con la actividad de ciertos pseudomedios. Y no tan ‘pseudo’. Todo ello es el resultado del auge de las redes sociales y de su actividad polarizadora, que logran convertir al ciudadano en un nodo propagador de basura, sectarismo y fundamentalismo que no aspira a conocer la verdad sino a recopilar opiniones que confirmen sus sesgos previos. En este entorno, algunos se empeñan en dar al público lo que el público pide –el infierno está lleno de plegarias atendidas– y convierten al lector en un vertedero, en un instrumento de propaganda y en un arma a disposición de un partido. Esto es indeseable, pero no delictivo: en el siglo XIX casi toda la prensa era adoctrinadora, razonadora y moralizante. Había periódicos propiedad de sindicatos, de empresas, de partidos y de gremios. Y, como tal, se dedicaban a interpretar la realidad conforme a sus intereses. Hoy sigue habiéndolos. Y no pasa nada, mientras se deje claro. Eso también es libertad de prensa.Me preocupa más la actividad de desinformadores y propagadores de bulos a derecha e izquierda que pueden arruinar la vida de quien se propongan lanzando información falsa. Eso ya no es «prensa no objetiva» sino algo muy alejado del periodismo y más cercano al acoso o al chantaje. La prensa no debe proteger eso, sino defenderse de eso. Porque es su principal víctima. Aun así Sánchez debe saber que la solución está prevista y que no hace falta una nueva ley mordaza que, con la excusa de acabar con los bulos, acabe también con la verdad y con la crítica al Gobierno. Las leyes que protegen la libertad de expresión y de prensa son el Código Penal y el Código Civil porque los límites son la injuria y la calumnia y no tanto la manipulación. Esto no va solo de protegernos de Bannon sino, sobre todo, de proteger a los lectores de la mayor fábrica de bulos , mentiras, desinformación y ‘fake news’ que existe hoy en España. Y que, por supuesto, no es otra que el propio Pedro Sánchez.
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