Lepanto oscureció y ocultó bajo la alfombra las derrotas pretéritas, pero vaya si las hubo. El 27 de septiembre de 1538 se sucedió frente a la bahía griega de Previsa una de las muchas contiendas que mantuvo la Santa Liga contra el Imperio otomano antes del golpe de mano definitivo. En ella se enfrentaron cara a cara dos pesos pesados de los mares: Andrea Doria y Jeireddin Barbarroja. El primero contaba con más artillería, más naves y hasta el apoyo de los temibles Tercios españoles. Sin embargo, las malas decisiones del almirante cristiano –a veces pasa–, unidas al retraimiento de algunas de sus naves provocaron que la victoria segura tornara en derrota. Con todo, siempre podremos decir que nuestros soldados peninsulares blandieron el cobre como si fuese lo último que fuesen a hacer en su vida. Que en muchos casos, lo fue.Este enfrentamiento se produjo en un momento en que el Mediterráneo estaba bajo la hegemonía del sultán Solimán I y su Imperio Otomano, cuyos dominios se extendían desde el norte de África hasta las puertas de Viena. Conocido como ‘el Magnífico’, había consolidado un vasto imperio que desafiaba el poderío de los estados cristianos europeos, representados por nuestro castizo emperador Carlos . Este último, alarmado por la expansión enemiga y los constantes ataques piratas liderados por figuras como Barbarroja, aupó el alumbramiento de una coalición conocida como la Santa Liga, que incluía a Venecia, los Estados Pontificios, el archiduque Fernando de Austria y los caballeros de la Orden de San Juan de Malta. Y todo, bajo el liderazgo de Andrea Doria.Frente a frenteViento en popa y remeros dispuestos, Doria estableció que las galeras aliadas se reunirían a finales de verano con el objetivo de atacar Previsa, llamada también Preveza, una bahía ubicada en el golfo de Arta (en el suroeste de Grecia) donde se sabía que había fondeado la flota del antiguo corsario.«Las escuadras se reunieron en Corfú, a 100 kilómetros de Previsa, el 5 de septiembre. Sumaban 134 galeras, 72 naos gruesas de combate, 250 navíos menores y 16.000 soldados de desembarco; en total, por encima de los 50.000 hombres y 2.500 cañones», destaca el fallecido historiador y marino Cesáreo Fernández Duro en su obra ‘Armada española (desde la unión de los reinos de Castilla y Aragón)’. A su vez, y además del inmenso contingente, Doria contaba en muchos de sus buques con los recién creados Tercios españoles al mando de renombrados líderes como Francisco de Sarmiento, Juan Vargas o Álvaro de Sande.Noticia Relacionada «Los persas no eran brutales» estandar No Las mentiras del imperio que arrasó a los espartanos de Leónidas Manuel P. VillatoroPor su parte, Barbarroja tenía a su disposición una flota mucho más reducida para hacer frente a la Santa Liga. Así lo explica Duro en su obra de referencia: «Contra esta considerable fuerza vino desde el archipiélago Barbarroja a la cabeza de 85 galeras, 30 galeotas, 35 fustas y bergantines, bien reforzados de tropa turca. Informado por los exploradores de la situación de los ligueros, entró en el golfo de Arta». Los musulmanes, para defenderse de una armada tan gigantesca, decidieron esperar al enemigo dentro de la bahía formando una barrera de cañones con la que enviar a los cristianos junto a su Dios.Primeros movimientosA pesar de que Doria contaba con una ingente cantidad de buques, armamento y soldados, hubo que esperar casi un mes para que se decidiera a mover pieza frente a los turcos. Fue el 26 de septiembre cuando el almirante español estableció su plan de batalla: haría desembarcar a 15.000 hombres y algunos cañones ligeros al mando de Francisco de Sarmiento en el flanco derecho de la bahía para que tomaran por la fuerza el fondeadero y obligaran a Barbarroja a separar sus naves de tierra. Buena idea pero, al parecer, imposible para los oficiales, que rechazaron la propuesta. Sin saber cómo atacar, y mientras cavilaban un nuevo método para asaltar a Barbarroja, el almirante español dio órdenes a sus naves de retirarse hacia el islote cercano de Sessola para estar más protegidos.El repliegue de la armada de la Santa Liga debió enardecer los corazones de los musulmanes ya que, contra todo pronóstico y en lugar de huir, cargaron arcos y arcabuces… ¡y siguieron la estela de los buques católicos para plantarles batalla! «Con el retroceso de los cristianos se exaltó el ánimo de los contrarios, ansiando pelear: nada les hubiera contenido. Al amanecer el 27 salía a alta mar con la flota de 150 vasos, dividida en tres grupos, en forma de media luna; la derecha apoyada en la costa; en el centro y a vanguardia, 16 fustas. Debían estar alegres en uno y otro lado; iba al fin a decidirse la contienda», añade el experto español.Este movimiento dejó en una situación extraña a la flota española. Por un lado, Doria había recibido un regalo de cumpleaños anticipado con el temerario movimiento de Barbarroja , pues había querido desde el principio combatir en mar abierto. No obstante, durante el repliegue uno de los galeones mejor artillados de la Liga –al mando de Condulmiero– quedó separado de la fuerza principal y se convirtió en una presa fácil para los otomanos. Fuera como fuese, ya era tarde para pensar, pues iba a comenzar la contienda.Arranca la contiendaEl primero en iniciar las hostilidades fue Barbarroja al enviar un grupo reducido de sus navíos a combatir contra Condulmiero y su magnífico galeón armado; según las crónicas, con 130 piezas de artillería, algo inusual para la época. El ataque contra aquel gigante veneciano resultó aterrador, pero el bajel no estaba ni mucho menos indefenso y repartió balazos por doquier entre las galeras otomanas que le hostigaban y le impedían moverse. Así narró Duro aquel combate:«A la furiosa acometida opuso Condulmiero admirable serenidad; dejó aproximarse a los turcos a tiro de arcabuz, sin disparar un tiro; envíoles entonces una rociada con todos los cañones y cesó por encanto el bullicio, la galera más próxima, alcanzada de lleno, se fue al fondo en el acto ; quedaron otras destrozadas, y ciaron las demás, replegándose para atacar por escalones, esquivando las baterías de los costados. En esta forma lo hostilizaron hasta la puesta de sol».Mientras Condulmiero vendía caro su pellejo, la desesperante pasividad de Doria hizo que el flanco derecho católico se viera pronto superado por la vanguardia de Barbarroja, la cual, arrojando bolas metálicas al son de las chirimías, buscaba introducirse entre los buques enemigos y la orilla del islote hacia el que se dirigían los cristianos. Fue entonces cuando el almirante español dio órdenes de maniobrar lo más rápido posible a sus bajeles y poner rumbo, a todo remo y vela, hacia tierra para evitar ser atrapados en un fuego cruzado otomano.«Doria envió orden a las naos de aproximarse a tierra y aunque segunda y tercera vez se repitió la orden, ‘porque no la entendieron o porque Dios no quiso que lo entendiera’ no hicieron nada para cumplirla. Entonces comisionó Doria al rey de Sicilia, encargándole que en un bergantín fuera él mismo a requerir a los generales que avanzaran hacia el enemigo, lo que no hicieron, contestándole con evasivas. Doria se vio aislado, sin que le siguieran más de nueve galeras que nunca se apartaron del estandarte ni dejaron de tomar las vueltas que él tomó», explica, en este caso, el proveedor de la Armada Francisco Duarte en un informe sobre la batalla entregado al secretario del Emperador días después de la contienda.Duro finalEl destino quiso que dos de las naves que acompañaban a Doria y que se batieron durante los siguientes minutos hasta la extenuación estuvieran cargadas de españoles. Mala noticia para Barbarroja. «En este tiempo, los dos galeones principales, una nave en la que iba el maestre de campo Francisco de Sarmiento, otra vizcaína, hicieron su deber de manera que escarmentaron a los enemigos, sobre todo los dos galeones, de cuyo proceder sería poco e increíble cuanto se dijera», añade el proveedor.Lo mismo sucedió con el bajel en el que iba embarcado el capitán Villegas de Ulloa con su compañía. Y es que este, después de repartir arcabuzazos y cañonazos por doquier a los hombres de Barbarroja, terminó en el fondo del mar al negarse a rendir el buque. Al final, otro de los héroes hispanos que combatió aquella jornada espada en mano fue Machín de Munguía, natural de Vizcaya; un marino que hizo frente a tres galeras turcas con sus hombres y logró salvarse de forma milagrosa después de que su buque quedara a la deriva.Noticias Relacionadas estandar No Su vida desconocida El lado más íntimo de Lenin: ¿virgen, reprimido sexual o pervertido? Manuel P. Villatoro estandar No Isabel San Sebastián: «¿El feminismo actual, de izquierdas, reivindica a personajes como la Reina Urraca? Ni mucho menos» Manuel P. VillatoroSin embargo, la suerte ya estaba echada y de poco sirvió la forma heroica en la que se batieron los españoles. Doria, en un último intento de atraer consigo a los bajeles aliados hacia el combate, se paseó frente a la formación con la señal del ataque ondeando. Ninguno le siguió. Sin capacidad para motivar a sus hombres, el almirante católico no pudo más que tocar a retirada sin que ninguna de las decenas y decenas de naves girara su proa para enfrentarse al enemigo y cumplir sus órdenes. Según parece, el veloz ataque de Barbarroja había sorprendido de una forma increíble a los capitanes de la Liga.Con todo, mientras las velas de la Santa Liga se perdían en el horizonte seguidas por algún que otro barco turco, todavía había un combate que se seguía librando: el de Condulmiero. «El galeón quedó acribillado, hecho astillas, muertos trece hombres, heridos cuarenta, por dos veces incendiado y con no pocos balazos bajo la línea del agua. Al anochecer trataron los mahometanos de abordarlo, acudiendo Barbarroja en persona a dirigir el asalto, que al fin no se verificó. Dejaron al coloso hecho una boya, agujereado, inmóvil, manteniendo siempre su gloriosa enseña», completa Duro.El resultado fue funesto para la Santa Liga, que tuvo que ver con bochorno como miles de sus hombres fueron apresados y como casi 40 de sus naves acabaron hundidas o capturadas (entre ellas, cinco españolas). Mientras, Barbarroja no llenó más que unos pocos centenares de ataúdes y tuvo que despedirse de tres bajeles desfondados y reparar 20 muy dañados. La batalla, decidida desde el principio, había acabado en desastre.
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