De poco importa los años que pasen. La controversia mil veces azuzada sobre la barbarie española en las Américas sigue en alza. Vivo ejemplo de ello son las aguas bravas que ha levantado el último documental de José Luis López-Linares, ‘Hispanoamérica’. Los posos de la Leyenda Negra , que todavía son capaces de amargar el café. Sin embargo, tan cierto como eso es que la pequeña aldea gala que combatía estos argumentos se ha convertido ya en una colosal legión. Y todo, gracias a los empujones de personajes como el mismo Juan Pablo II. Ejemplo de ello es que, durante su visita a la península en 1982, el Sumo Pontífice hizo hincapié en que la Monarquía hispánica fue el principal estandarte del catolicismo durante tres siglos. Casi nada.El Papa, en EspañaEl Papa llegó a nuestra casa en la tarde del 31 octubre de 1982. Intentaron agasajarle con alfombras, pero no funcionó. Tras descender de la fría escalinata, lo primero que hizo Karol Józef Wojtyla fue besar la tierra, también fresca por el otoño, pero más firme que el suelo del avión. Aquella era tierra rojigualda: la del aeropuerto Madrid-Barajas, al que arribó a las cinco de la tarde. Así arrancó la primera visita del Juan Pablo II a España. Diez intensas jornadas en las que pisó 16 ciudades, casi derrumbó las murallas de Ávila con el estruendo de miles de aplausos y hasta cató la paella valenciana. En todos los rincones, el grito fue unánime: «¡Juan Pablo II, te quiere todo el mundo!».Noticia Relacionada estandar No ¿Por qué la Falange quiso asesinar a Franco tras la Guerra Civil? Un camino de odios y traiciones Manuel P. VillatoroEl aterrizaje del avión, un Boeing 727 ‘Ciudad de Ivrea’, fue el punto álgido de un proyecto que tuvo que retrasarse un sinfín de ocasiones. Una de las interrupciones más famosas fue el atentado que el terrorista Ali Agca perpetró contra Juan Pablo II el 13 de mayo de 1981. El pistolero a sueldo hirió al Papa con dos disparos que le tuvieron hospitalizado cuatro meses. Después de su recuperación, el Vaticano quiso organizar la visita para la segunda semana de octubre, pero prefirió dejar algo más de tiempo para que el evento no coincidiera con el Día de la Hispanidad. Problemas de agenda por uno y otro lado.Al final, el gran día fue un domingo, la jornada más atareada del Sumo Pontífice. «Ha sido una mañana normal de trabajo en la vida del Papa. Una ceremonia de beatificación, que dura dos horas y media, el tradicional ‘Ángelus’ con media hora de retraso y, después, la esperada mención al viaje apostólico», escribía Joaquín Navarro-Valls, enviado especial de ABC. Sin descansar, Juan Pablo II se subió al Boeing junto a cuarenta y cinco periodistas, una escolta ínfima y una alfombra roja que no le pareció pertinente por ser demasiado ostentosa. El periodista se percató de una curiosidad: «Uno de los guardias suizos es hijo de emigrantes mallorquines». Salieron a las tres menos cuarto, puntuales, acompañados de una frase sincera: «¡Estoy deseando llegar!».Menos de tres horas después se cumplieron sus deseos. «El griterío era como el de Río de Janeiro, la emoción de los rostros parecía copiada de Dublín, la lluvia de confetis no trasladó a la Quinta Avenida. Pero el conjunto, festivo y gozoso, era completamente español», escribía en ABC J. L. Martín Descalzo. El Papa fue recibido a los pies del avión por Don Juan Carlos y Doña Sofía. Él en traje, ella con un vestido a cuadros. Hubo austeridad y recato: lo que el religioso quería. Su sonrisa era amplia. El público explotó en júbilo. «Majestades, venerables hermanos en el Episcopado, autoridades, querido pueblo de España, ¡Alabado sea Jesucristo!», afirmó.¿Conquista, descubrimiento?En su primer discurso se deshizo en elogios hacia España. «Vengo atraído por una historia admirable de fidelidad a la Iglesia y de servicio a la misma, escrita en empresas apostólicas y en tantas grandes figuras que renovaron esa Iglesia, fortalecieron su fe y la defendieron en momentos difíciles». Juan Pablo II también alabó la labor de los españoles en las Américas a partir del siglo XV; una tarea que, por si fuera poco, fue supervisada por los mismísimos Reyes Católicos –Isabel fue una firme defensora de los derechos de los nativos– y personajes como el controvertido, pero eficiente, Bartolomé de las Casas. Así explicó todos estos pormenores el Sumo Pontífice:«Vengo a encontrarme con una comunidad cristiana que se remonta a la época apostólica. En una tierra objeto de los desvelos evangelizadores de San Pablo; que está bajo el patrocinio de Santiago el Mayor, cuyo recuerdo perdura en el Pilar de Zaragoza y en Santiago de Compostela; que fue conquistada para la fe por el afán misionero de los siete varones apostólicos; que propició la conversión de los pueblos visigodos en Toledo; que fue la gran meta de peregrinaciones europeas a Santiago; que vivió la empresa de la Reconquista; que descubrió y evangelizó América; que iluminó la ciencia, desde Alcalá y Salamanca y la teología en Trento».«Vengo atraído por una historia admirable de una fidelidad a la Iglesia y de servicio a la misma, escrita en empresas apostólicas y en tantas grandes figuras que renovaron esa Iglesia, fortalecieron su fe, la defendieron en momentos difíciles y le dieron nuevos hijos en enteros continentes. En efecto, gracias sobre todo a esa sin par actividad evangelizadora, la porción más numerosa de la Iglesia de Cristo habla hoy y reza a Dios en español. Tras mis viajes, sobre todo por tierras de Hispanoamérica y Filipinas, quiero decir en este momento singular: ¡Gracias, España; gracias, Iglesia en España, por tu fidelidad al Evangelio y a la Esposa de Cristo!».Pero esta no fue la única ocasión en la que el Sumo Pontífice hizo referencia al descubrimiento del Nuevo Mundo por parte de los españoles. El 12 de octubre de 1992, en el V Centenario de la Evangelización de América, Juan Pablo II viajó hasta Santo Domingo y, durante uno de sus discursos, puso en valor la figura de los sacerdotes y evangelizadores que lucharon contras las tropelías perpetradas al otro lado del Atlántico: «Jesús llamó bienaventurados a los que tienen sed de justicia. ¿Qué otro motivo sino la predicación de los ideales evangélicos movió a tantos misioneros a denunciar los atropellos cometidos contra los indios en la época de la conquista a la llegada de los conquistadores?».Noticias Relacionadas estandar No «Estoy hasta los cojones» El presidente que (sí) dimitió y se exilió de España harto de la política Manuel P. Villatoro estandar No Su vida desconocida El lado más íntimo de Lenin: ¿virgen, reprimido sexual o pervertido? Manuel P. VillatoroComo ejemplos de «acción apostólica» e «intrépidos evangelizadores» puso a Bartolomé de Las Casas, Fray Antonio de Montesinos, Vasco de Quiroga, Juan del Valle, Julián Garcés, José de Anchieta, Manuel de Nóbrega y «otros tantos hombres y mujeres que dedicaron generosamente su vida a los nativos». Aunque aquella jornada sí dio un pequeño tirón de orejas al Imperio español: «La Iglesia, que con sus religiosos, sacerdotes y obispos ha estado siempre al lado de los indígenas, ¿cómo podría olvidar en este V Centenario los enormes sufrimientos infligidos a los pobladores de este Continente durante la época de la conquista y la colonización?».En sus palabras, había «que reconocer con toda verdad los abusos cometidos debido a la falta de amor de aquellas personas que no supieron ver en los indígenas hermanos e hijos del mismo Padre Dios». Y, aunque es innegable que se sucedieron casos de abusos –contra los que combatieron, en efecto, evangelizadores y sacerdotes–, también lo es que la conquista se llevó a cabo con la ayuda de los nativos; que la mayor cantidad de muertos las provocaron las epidemias; que la Monarquía hispánica llevó hasta el Nuevo Mundo universidades y hospitales, y que la Corona fue proteccionista en extremo con los nativos.
Leave a Reply