La inmensa rabia de Robert Young se siente en cada exhalación. Su voz está rota. A sus 75 años, las grietas de su dicción se dilatan mientras recuerda al milímetro el día en que fue separado de su familia. Tenía 5 años cuando al regresar de la escuela, de camino a casa, la Policía lo metió en un furgón junto a su primo y sus dos hermanas. Una de ellas acababa de cumplir 3 años. Era 1954 y en aquel instante comenzó a sellarse en sus huesos un trauma que se llevará a la tumba. Antes de separar a niños y niñas en diferentes trenes de la Estación Central de Sídney, dos hombres de uniforme se acercaron a Robert. «Me dijeron que mis padres habían muerto» , rememora aguantando el tipo. Acto seguido, emprendió rumbo al lugar donde sería brutalizado durante los próximos once años de su vida sólo por ser aborigen: el Hogar para Niños de Kinchela.Se trata de una de las 484 instituciones en Australia que durante alrededor de un siglo acogieron a miles de menores de las llamadas Primeras Naciones . Fueron aislados de sus familias y de sus comunidades de manera sistemática, y despojados de su cultura. Se los conoce como la Generación Robada y, en la actualidad, hay unos 17.000 supervivientes.Las estimaciones sobre el número de víctimas totales de esta práctica que ocurrió en Australia entre finales del siglo XIX y 1970 son variadas, y algunas rondan los 100.000 niños apartados de sus hogares , ‘reeducados’ y, posteriormente, adoptados por la población blanca. Sólo en Kinchela internaron a unos 600 pequeños entre 1924 y su cierre en 1969.Noticia Relacionada estandar No La Policía de Australia descarta el terrorismo en el apuñalamiento de Sídney Pablo M. Díez El agresor, que mató a seis personas el sábado en un centro comercial, ha sido identificado como Joel Cauchi, un hombre de 40 años con problemas mentales«Nos desnudaron al entrar y quemaron nuestra ropa y nuestros zapatos. Nos embadurnaron con polvo blanco y nos hicieron caminar descalzos por una hierba espinosa. Si te quejabas, te ataban durante toda la noche a una higuera» , cuenta Robert. Además de la dignidad, también le arrebataron su identidad. Allí dentro tan sólo era un número, el 24. «El director tenía un pastor alemán que se llamaba Prince. Si no le llamábamos por su nombre, nos ponían en una fila donde otros niños nos tenían que pegar. El que no lo hiciera con ganas era el siguiente, así que todos daban fuerte». Sus ojos se encienden: «El perro tenía nombre y a nosotros nos numeraban». ConcienciaciónRichard es uno de los diez supervivientes miembros de la junta de la asociación Kinchela Boys Home Aboriginal Corporation (KBHAC) , que tiene el objetivo de difundir sus experiencias para concienciar a la población australiana. Se reúnen una vez a la semana y recordar momentos de aquella época les ayuda a sanar las heridas que el tiempo no ha sido capaz de cicatrizar. El humor maquilla esa crueldad que experimentaron y que les hermana. Entre las historias que rememoran, está la del cocinero holandés que colocaba larvas y pelo púbico en sus comidas. «Si rechazábamos el desayuno, nos lo servían para el almuerzo; y si no, para la cena», explica Michael Welsh, el presidente de KBHAC. Él era el número 36. «Uno de los niños pasó por detrás de él mientras estaba en los fogones y le empujó por como si fuera un accidente para que se quemara en sus partes». Ríen. También lo hacen, esta vez con sorna, cuando recuerdan que los tenían descalzos en invierno. «Metíamos los pies en excremento de vaca para calentarlos» . Michael es el único que saca un tema que incomoda: el de los abusos sexuales. Lo hace sin entrar en detalles. Quizás por respeto a alguno de sus ‘hermanos’ presentes en la sala. Reina el mutis.Robert Young muestra una foto de su padre biológico Niños aborígenes en KinchelaEsta deshumanización estuvo respaldada por diversas políticas que, sobre el papel, tenían el propósito de ‘proteger’ a los menores indígenas. La consecuencia es un trauma generacional que sigue muy vivo.La población aborigen y los isleños del estrecho de Torres componen casi un 4% del total en Australia; también un 32% de los reclusos, lo que les convierte en la minoría que más puebla las cárceles a nivel mundial. Los datos de suicidios son escalofriantes : casi un 5% de sus fallecimientos son por esta causa. Entre 2022 y 2023, murieron bajo custodia 31 indígenas, y, desde que se creó en 1991 la Comisión Real sobre Muertes de Aborígenes Bajo Custodia, han perdido la vida en cárceles o supervisados por la Policía casi 600 de ellos. Esta comisión formuló 339 recomendaciones de prevención que apenas se han implementado. Precisamente, uno de los debates más críticos en el país gira en torno al aumento de la edad de responsabilidad penal, que comienza a los 10 años. Esta ley promulgada en 1914 perjudica a los niños más vulnerables: los aborígenes, quienes aún hoy sufren la disfuncionalidad de un sistema incapaz de protegerlos de manera eficaz. «Esto viene de la legislación y de políticas que dicen proteger el interés de los niños. El sistema no ha sido creado teniéndolos en mente a ellos o a sus familias», sostiene Tiffany McComsey , directora general de KBHAC. «Los niños aborígenes están siendo separados de sus familias de manera desproporcionada. Hay mucho dinero que está yendo al mismo sistema que permitió que sucediera la Generación Robada , es decir, que invierte en la separación y no en la construcción de las estructuras familiares para evitar que esto suceda. Hay que desmantelarlo y construir algo que sea codiseñado con las personas aborígenes», recomienda McComsey.Niños aborígenes en KinchelaEsta suerte de narcisismo colonizador que controla la narrativa ha vendido que las vidas de los aborígenes son mejores dentro de la cultura blanca, a la que se les ha obligado a formar parte bajo unos parámetros contrarios a su naturaleza y a las costumbres que han adquirido durante 60.000 años. Por el camino se les brutaliza, se les traumatiza, se les margina y se les desubica para luego hacerles responsables únicos de su confusión. Responsables ante la ley y ante una sociedad que, sin acabar de comprender la magnitud del impacto colonizador en las Primeras Naciones, ha demostrado tener las ideas claras. En octubre del año pasado, Australia celebró un referéndum para otorgar una voz en el Parlamento a los aborígenes y a los isleños del estrecho de Torres que sirviera para tener su perspectiva -no vinculante- en asuntos concernientes a su comunidad. El cambio constitucional fue rechazado por mayoría en los Estados del país.DecepcionesLa negativa social al reconocimiento de los aborígenes supuso un jarro de agua fría para Richard, el número 24. En 2008, tanto él como muchos otros supervivientes de la Generación Robada escucharon con atención las disculpas públicas por las atrocidades cometidas que les dio el ex primer ministro Kevin Rudd . Las víctimas recibieron una compensación económica por los daños causados, un resarcimiento que no ha evitado que Richard siga emanando rencor por todos sus poros. Para él, no hay desagravio que valga. A los 20 años, casi un lustro después de salir de Kinchela y mientras vivía con sus padres adoptivos, una señora se acercó a él en la calle. Era su madre biológica , a la que creía muerta tras lo que le comunicaron los dos agentes en la Estación Central de Sídney cuando tenía cinco años de edad. Lo identificó porque era la viva imagen de su progenitor, quien también vivía. El bagaje de toda una vida desde entonces no ha sido capaz de secar las lágrimas de Richard cuando recuerda que, durante quince años extendidos a lo largo de su infancia, de su adolescencia y del comienzo de su edad adulta, experimentó el duelo que viven los niños huérfanos . Todavía hoy se refiere a los que fueron sus padres de acogida -y no a los biológicos- como «mamá» y «papá», un hecho que supone la mayor de sus contradicciones internas tras haber sido despojado de su identidad por personas que no le otorgaron ni un ápice de compasión.
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