Pedradas para Jùlia, la musa del voto joven de la derecha

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Pedradas para Jùlia, la musa del voto joven de la derecha

Cuando con 13 años cambió la estelada de su habitación por una bandera española, en casa pensaron que se había vuelto loca. Como si al del Pacma le sale un hijo torero. Su padre, un profesor independentista de Esquerra, le preguntó: «Pero niña, ¿eso qué es?» Júlia se hizo española por generación espontánea y en aquel ambiente resultaba exótica e improbable como cuando descubren al galápago de una especie aún no descubierta. Ella se había educado en un ambiente independentista, en una casa independentista, en un colegio independentista y en un independentismo general que todo lo ocupaba y que se empezó a quebrar cuando visitó Madrid con 13 años y se dio cuenta de que el resto de España no era como lo pintaban. « No sabía hablar bien español. Solo veía la tele en catalán : las películas, los dibujos animados, todo. Al cajón lo llamaba ‘calajo’ traduciendo directamente el ‘calaix’ catalán. Entonces, se hizo activista de su descubrimiento y se metió en S’ha Acabat!, la asociación universitaria constitucionalista a la que zarandeaban los indepes en los patios de las universidades y fue símbolo de la juventud catalana no nacionalista, como una Marianne española. Hace unas semanas, Ignacio Garriga fichó a Júlia Calvet, de 23 años, como número seis por la lista de Vox en Barcelona y hoy representa a la musa del votante joven de derechas catalán. ABC vive con ella un día de campaña.Qué rica mañana. Hace sol y los plataneros visten de verde las avenidas de Barcelona. Quiero evitar a toda costa la tentación del reportero de preguntarle al taxista sobre el objeto del reportaje, así que me subo en una de esas motos eléctricas con las que uno cruza la gran ciudad en un desamparo circulatorio y emocional como al que hubiera dejado la mujer. Encuentro a Júlia en la cafetería de la Universidad Pompeu Fabra, tan amplia y tan iluminada de neones que me parece que desayuno en un hangar. Ella podría camuflarse entre las alumnas de Derecho: gabardina, vaqueros pitillo, camisa de rayas azules. En realidad, en la universidad todos saben quién es y algunos se lo demuestran. «Había un tipo que cada vez que se cruzaba conmigo me decía «’fuera Júlia Calvet, nazi’».elecciones_correo_0679 Elecciones por correo ABC te ofrece la jornada de la campaña electoral catalana en 5 minutos NoA la plaza entre los edificios la llaman ahora del 1 de Octubre y allí se relajan los alumnos en esa edad de sentarse en el suelo habiendo sitio en los bancos y en las sillas. En 2022, Júlia daba clase en una de esas aulas que dan al patio. Se celebraba una jornada de asociaciones. Vio que fuera había humo, gritos y gente con la cara tapada. Habían rodeado a los de S’ha Acabat! «Salí, me metí en el círculo con ellos. Eran cuatro o cinco, estaban rodeados. Nos tiraron las mesas, prendieron fuego a nuestras cosas y nos empujaron hasta la puerta a golpes. Tuvimos que ir al hospital». Aquella faceta de jugársela en la Barcelona unilateralista se fue compaginando con los estudios (matrícula en Bachillerato, primer año becada, ocho y medio de expediente) y el quehacer académico no tan común. «El tipo que estaba haciendo el trabajo contigo la víspera, de pronto estaba entre un gentío insultándote. Me he acostumbrado a ciertas cosas, pero sigue pareciéndome raro cuando pasa eso. Me digo: ¿cómo es posible si ayer estuvimos trabajando juntos que hoy me estés acosando?», reflexiona.Noticia Relacionada estandar Si Los hundimientos de ERC y Sumar debilitan la opción de un tripartito Daniel Tercero El crecimiento de Illa quedaría atenuado si sus socios no remontan la última semanaEn enero, dejó S’ha Acabat! para dedicarse a la carrera y hace unas semanas fichó por Vox. Su padre, el independentista, le animó a dar el paso si era lo que ella quería: «Entro en Vox por la misma razón por la que entré en S’ha Acabat!, para luchar por la libertad». Garriga tuvo ojo en el fichaje, pues Vox sabe que puede crecer por el lado de los jóvenes. En la última encuesta de GAD3 para ABC, el 16% de los censados de entre 18 y 29 años quieren a Puigdemont de presidente de Cataluña. En segundo puesto, Garriga empata con Aragonés con un 11% cada uno. Solo el 4% quiere a Illa y Alejandro Fernández no llega al 1%. Los jóvenes de la derecha española son suyos y Júlia conecta con ellos porque ha sido su representante. Carpa de Vox en Sants. La gente es, estadísticamente, educada. La mayor parte de los viandantes a los que Calvet ofrece ‘flyers’ de la campaña toma la cuartilla, charla con ella o la ignora como si no existiera. Un votante del PSC confeso se para a decirles que no está de acuerdo con ellos, pero que defiende su derecho a estar ahí. A ningún otro partido le dicen estas cosas, porque a ninguna otra carpa de ningún otro partido le han arrancado los carteles en dos ocasiones, le han escupido y le han tirado una colilla encendida en esa misma mañana. «Es un lunes tranquilo». La sede de Vox en Barcelona casi no se ve desde la calle. Cuando se cierra la persiana no hay rastro del logo del partido, pero le han tirado tanta pintura y la han limpiado tantas veces que los restos amontonados de colores le dan un aire de cuadro de Barceló. La sede es una catacumba, un sótano sin ventanas en el que se guarda el material de los mítines, lo típico: banderas de España, carteles, cuartillas, pulseras y dos camillas. En una sala sin ventilación, Júlia se prepara el discurso del mitin de Nou Barris, una de las dos joyas electorales de Vox, 12.000 euros de renta per cápita. El otro es la rica Sarrià, en el otro lado de la luna. Entre uno y otro, los de Vox suman a los pibes de los castellanos y los del chándal negro. «Los temas de los jóvenes son la seguridad y la vivienda. Aquí se cargaron hace un mes a uno en un tiroteo». En Idealista, los pocos pisos de Nou Barris están en los 1.100 euros. Sobre eso va el discurso. Calvet y su asesor, Fernando Villalba, sobrino de Buxadé, viven ambos en casa de sus padres. Júlia busca piso desde hace un año con su novio, concejal de Vox en Cornellá, pero no hay suerte. Si alguien pudiera confundirla con una estudiante veinteañera que trabaja en una cadena de tiendas de lencería para pagarse los gastos es porque hasta hace unas semanas trabajaba de dependienta en una cadena de tiendas de lencería para pagarse los gastos. Vamos a comer. Pedradas para Júlia. Como las palabras de la Júlia del poema de Goytisolo, pero con adoquines. Ella ya no puede volver atrás porque la campaña la empuja como un aullido interminable. Sucede por la tarde en la carpa en Can Puiggener, uno de los barrios más vulnerables de Sabadell. Está convirtiéndose en una ‘no go zone’, una zona donde no va la Policía. Junto a la mesa, un parque con niños de madres con pañuelo y seis patrullas de Mossos. No hay baños de selfies, ni aclamaciones. Jóvenes de la zona, que el otro día agredieron a los representantes de Vox, acaban de lanzar huevos a la carpa y se han enfrentado a los miembros del partido. «Aquí somos segunda fuerza y venimos porque no queremos abandonar a nuestros votantes, pero así nadie se acerca a hablar con nosotros. ¿Quién va a venir si tenemos que estar blindados por la Policía?», se pregunta Calvet, y la pasma le advierte de que no se le ocurra cruzar el cordón. «A que me griten y me tiren cosas ya estaba acostumbrada en S’ha Acabat!», co nfiesa la candidata con una sonrisa despreocupada, pero si uno se fija, mira a un lado y al otro y respira un poco más rápido de lo normal, el ambiente es asfixiante. Cuando nos vamos, nos gritan de lejos y una piedra del tamaño de un puño impacta en el vehículo con el sonido de una campana de lo siniestro. «¿Qué ha sido eso?», pregunta ella. Una piedra en el techo de la furgoneta. «No pasa nada. Está asegurada».

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