Levaba anclas el insomne Caronte con destino a la ‘Ciudad de la luz’, y lo hacía a toque de campana. El 17 de marzo de 1930, a primera hora de la tarde, José Antonio Primo de Rivera se hallaba en su despacho de la calle de Los Madrazo cuando le atropelló el destino transformado en telegrama. «Papá, gravísimo». El remitente era su hermano, por entonces en París junto al grueso de la familia. Sabía el líder de Falange que Miguel, el viejo dictador, como explicó ABC poco después, se hallaba «en una aguda crisis de depresión física y espiritual». Era cuestión de tiempo que llegara el momento fatídico.La triste realidad es que, cuando arribó el telegrama, su padre ya les había dejado. «Los familiares convinieron en pedir una conferencia telefónica con París, y en ella supieron por su médico, el doctor Bandelac, que el general había fallecido de modo repentino», desveló ABC. La causa del fallecimiento también quedó sobre blanco en las páginas del periódico: «No había en su rostro la menor huella de sufrimiento. La muerte, producida por una embolia de carácter diabético, debió ser instantánea». Esa fue la versión oficial. Sin embargo, los enigmas que rodearon el suceso hicieron que empezara a barruntarse que el general no había sido víctima de una enfermedad, sino de un envenenamiento.Noticia Relacionada estandar No El arma secreta de la Armada española para aplastar la revuelta del Rif Manuel P. Villatoro Ante la necesidad de contar con un portaaviones, y el problema de la falta de liquidez, el mercante ‘Neuenfels’ fue reconvertido en portaaeronavesNi un suspiro tardó en marcharse Primo de Rivera tras despedirse del poder. En enero de 1930, la dictadura del general se fue al traste por culpa de un cóctel de causas. La más inmediata fue la pérdida de confianza de un Alfonso XIII que, perspicaz, leyó la caída de popularidad del espadón entre el Ejército. Las más lejanas se cuentan por decenas; desde el desplome de la economía española, hasta el cierre de las industrias y la depreciación de la peseta. El 28 de ese mismo mes, el militar presentó su dimisión asfixiado por unos y otros y fue sucedido por el jefe de la Casa Militar del Rey, Dámaso Berenguer.Triste exilioCon sesenta primaveras a sus espaldas, que no eran muchas para un político, Primo de Rivera puso rumbo al exilio en Francia. Y, según aquellos que le conocieron, lo hizo escocido con Su Majestad. Dicen que intentó urdir un nuevo golpe de Estado contra la monarquía en Barcelona; también, que sus antiguos colegas de armas hicieron oídos sordos. Había pasado su momento. Ya en París, y según ABC, movió sus hilos para internarse en un sanatorio en el que mejorar su estado físico, pero también su ánimo: «Las amarguras, las penas, los desengaños habían minado rápidamente su salud. Se advertía en él una profunda tristeza. La última gripe padecida le había dejado extremadamente débil. Él, que nunca cuidó su salud, se sentía enfermo». En esas sobrevino una muerte que ni su doctor personal, el mencionado Alberto Bandelac de Pariente, pudo evitar. La versión más extendida sobre los acontecimientos la ofreció la misma familia del dictador. El día de autos sus hijas, Carmen y Pilar, que habían viajado hasta Francia, fueron a visitarle al hotel Pont-Royal y se despidieron de él antes de ir a misa. Eran jornadas tranquilas, de asueto, y le preguntaron qué tal había dormido. «Muy bien, muy bien», respondió. Le dejaron en la mesa, leyendo el periódico, y así le hallaron a la vuelta. «Al regresar volvieron a entrar y le encontraron con las gafas en las manos y el periódico en el suelo», desveló este periódico. Pensaron que se había dormido e intentaron despertarle, pero ya había fallecido.Bandelac firmó el certificado de defunción y anotó como causa de la muerte una embolia provocada por su diabetes. A sus familiares les sorprendió, pues el militar había empezado a cuidarse. Allá va un ejemplo: había pedido que sus postres fuesen elaborados con sacarina, un pequeño avance para un tipo que jamás se había preocupado de lo que comía. Poco después, el médico procedió a embalsamar los restos. «Antes de proceder a este proceso, se afeitó el cadáver, operación que llevó a cabo la señorita María Luisa de Liñán , amiga íntima de las señoritas Primo de Rivera», afirmaba ABC. En principio, nadie le dio mayor importancia.Dudas de asesinatoPodría haberse quedado la noticia ahí, y ya habría sido imponente. Sin embargo, el poco tiempo que había pasado desde la marcha de Primo de Rivera de España, las extrañas causas de la muerte y la orden de embalsamar el cadáver a toda velocidad avivaron las teorías de la conspiración. Uno de los primeros en arrojar gasolina al fuego fue Mauricio Carlavilla . El conocido político falangista llegó a afirmar que la defunción de Miguel fue «estúpida, incomprensible y estuvo llena de misterios». En sus palabras, el militar «soportaba con entereza» la diabetes, por lo que era imposible que esa fuera la causa. El político afirmó que «Bandelac de Pariente, médico de la embajada, que había atendido al general», había efectuado «con presteza el embalsamamiento del cadáver por un método» que hacía imposible «una investigación visceral posterior». Y que lo había hecho porque, de ese modo, no había «manera de encontrar un indicio criminal, y faltando este indicio no se puede personalizar al autor material del hecho». Para Carlavilla, acometiendo esta operación se evitaba que nadie viera nada y se eliminaban las sospechas y las investigaciones. Fue una de las primeras piedras para levantar un gigantesco torreón de sospechas.Noticias relacionadas estandar No España honra a sus héroes: los olvidados genios militares que dan nombre a los submarinos S-80 de la Armada Manuel P. Villatoro estandar Si La visión de Stanley G. Payne La mentira mil veces contada sobre Falange Manuel P. VillatoroLos autores que han analizado la teoría de una posible muerte provocada se han contado a manos llenas. Y uno de ellos ha sido Eduardo Aunos Pérez , el que fuera el gran biógrafo del militar. «Meses más tarde, ante nosotros [el propio Bandelac] dijo que creía, no obstante, en la tesis del envenenamiento», afirmó. Y otro tanto ocurrió con Ernesto Giménez Caballero, viejo amigo de José Antonio Primo de Rivera: «Probablemente fue envenenado momentos antes de irse a refugiar a Alemania, en 1930». Con todo, el periodista José María Zavala afirma en ‘Las páginas secretas de la historia’ que fueron los mismos hijos de Miguel los que rechazaron esa teoría.
Leave a Reply