En uno de esos eternos veranos de juventud, un amigo acabó ligando con la chica de la que estaba profundamente enamorado otro del grupo. Preguntado por su estado anímico tras tremendo batacazo sentimental, el amigo en cuestión repuso lacónicamente una frase que quedó para la historia: «La verdad es que no le puedo poner un diez». Siempre encontré elegantísima esa forma de encajar una derrota, de asumir un desamor y de mantener todavía la fe en una amistad. Aceptaba la pequeña traición de nuestro amigo con resignación y deportividad al mismo tiempo que seguía creyendo en él. No quedaba otra. Nobleza obliga.A Mbappé, en este comienzo de temporada, la verdad es que tampoco le podemos poner un diez. Se le mantiene la fe, qué remedio. Pero parece la sombra del jugador que una vez fue. Llegados a este punto, uno hasta se pregunta si aquella versión es acaso recuperable. O si eso ya fue, si ya pasó. Porque partidos como el de Anfield son de los que dejan marca: en jugador y en afición. Se le ve sin chispa, fallón, en un fuera de juego eterno, a la deriva, desganado, tristón, intrascendente y mostrando una lacerante falta de carácter. Deambula por el campo como un fantasma pisándose su propia sábana blanca. Ni rastro de ese rayo desequilibrante que asombró a toda Europa. Ese que, como el caballo de Atila, por donde pasaba no volvía a crecer la hierba en los estadios. Cuando se hablaba de él y de Haaland como si fueran los Estados Unidos y la URSS de los ochenta. Sin Vinicius, todas las miradas del mundo estaban puestas en el francés en Anfield. Y fracasó en todas y cada una de las cosas que se propuso hacer. Pareció elegir jugar el partido perfecto para dar pábulo a sus críticos más acerados y desesperanzados. Su penalti, ejecutado con la convicción de un conductor novato incorporándose a una rotonda, fue el último clavo en el ataúd de las esperanzas blancas en Anfield. Lo peor es que había algo flotando en el aire que hacía presagiar ese fallo. Y eso es lo peor que le puede ocurrir a un delantero. Si Walter Neff decía que nunca se imaginó que el crimen podía oler a madreselva, yo nunca pensé que un penalti lanzado por Mbappé fuera a oler a eso mismo, a fatalidad.No sabemos si es víctima de sus propias expectativas, si tanta fama y ruido le han acabado desnortando, si tiene problemas extradeportivos o si unos extraterrestres le han robado sus cualidades como en Space Jam. Todas las líneas de investigación están abiertas ahora mismo. El caso es que su rendimiento, más que alarmante, es inaceptable. Ahora mismo no está para ser titular, aunque pueda parecer anatema. Tendría que ser suplente sin llevarnos las manos a la cabeza por ello, sin dramas. Un puesto en el Real Madrid es caro. También para Mbappé. Porque así, precisamente, es como empiezan a colapsar los equipos: con privilegios adquiridos y distintas castas entre jugadores. Del mismo modo que Deschamps le dejó fuera de la última convocatoria de Francia, Ancelotti debería poder dejarle en el banquillo sin que por ello ardiera Troya. Aunque claro, visto cómo se pone el país por una rivalidad entre dos programas de televisión, cualquiera se atreve ahora a dejar en el banquillo al fichaje estrella del Real Madrid de los últimos años.
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