El empate a 27 escaños entre el PNV y Bildu servirá para componer un Parlamento vasco de marcado signo nacionalista que, a buen seguro, no se contentará con mantener el actual ‘statu quo’. Pello Otxandiano fue explícito tras su histórico resultado y afirmó que los aberzales intentarían dar un salto hacia la soberanía. En un tono no demasiado distinto, y en una entrevista para este periódico, Imanol Pradales había adelantado días antes de los comicios su intención de promover un referéndum que pueda dotar al País Vasco de un nuevo estatuto. Ante una circunstancia semejante, el constitucionalismo puede permitirse cualquier actitud salvo abandonarse a la melancolía. Imanol Pradales será lendakari gracias a los votos del Partido Socialista de Euskadi, pero todo apunta a que la hoja de ruta política –y cultural– estará diseñada por Bildu. Ayer constatamos el aplastante nivel de implantación de los radicales, que han sido la fuerza más votada en 158 de los 251 municipios, lo que supone un 62,9 por ciento del territorio cuando hace cuatro años era un 52 por ciento. Con una hegemonía semejante y con un marcado éxito entre los más jóvenes, cabe preguntarse hasta dónde permitirá Eneko Andueza progresar la agenda nacionalista y cuáles son los límites que Sánchez impondrá al PNV en Madrid, donde la debilidad parlamentaria de los socialistas sigue necesitando del apoyo de todo el voto nacionalista. El temple de Imanol Pradales no invita, a priori, a imaginar aventuras extravagantes como las que en su día protagonizaran Oriol Junqueras o Carles Puigdemont. Sin embargo, que el PNV vaya a moverse con un mayor rigor institucional no convierte su apetito soberanista en inocuo, antes al contrario. El plan Ibarretxe, presentado en 2003, fue rechazado con los votos del Partido Popular, la Chunta Aragonesista y Coalición Canaria. Unos votos negativos a los que se sumaron tanto el Partido Socialista como Izquierda Unida. Más de veinte años después, el guion podría volver a repetirse agravado, con la salvedad de que ahora el PSOE ya no es un partido abiertamente constitucionalista, sino una formación política condenada a intercambiar intereses con las fuerzas nacionalistas e independentistas. La hoja de ruta explícitamente anunciada por Bildu y el PNV permite prever que durante la nueva legislatura se promoverá un cambio de marco político. Dada la mayoría nacionalista, no sería de extrañar que ese nuevo estatuto intentara consolidar un marco bilateral entre el Gobierno vasco y la Administración central. A Sánchez le hemos visto conceder prebendas que se comprometió a no consentir, y existen suficientes precedentes como para concluir que cualquier límite podrá ser transgredido por el PSOE siempre y cuando la ruptura de esa línea roja pueda servir para mantener el Gobierno de coalición. En el próximo ciclo, la responsabilidad de los socialistas será doble. De una parte, al formar parte del Ejecutivo del País Vasco deberán pautar un rumbo y un límite a las aspiraciones de Pradales. De otra, el Gobierno central deberá afrontar cualquier desafío que impugne nuestro marco constitucional con determinación y sentido de Estado. La trayectoria de Sánchez y el valor de su palabra no invitan al optimismo, ya que en demasiadas ocasiones hemos visto cómo su interés personal sirve como único criterio rector de sus políticas. Este narcisismo, en contacto con un Parlamento vasco escorado hacia el nacionalismo, podría acabar siendo letal para la actual estructura del Estado y la igualdad entre españoles.
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