La única fórmula de gobernabilidad lógica (hay otra puramente constitucionalista por desgracia lejos del contexto de la anomalía política catalana) surgida de las elecciones de este domingo es la que podrían formar el PSC, ganador incontestable , y Esquerra con los descalabrados Comunes de muleta. También es la mejor contemplada por las élites nacionalistas, y la más viable en términos de aritmética… siempre que Sánchez se atreva a correr el riesgo de dejar a Junts fuera. Sucede que el presidente del Gobierno, que es quien va a gestionar las aspiraciones de Salvador Illa, ha atado su mandato a Puigdemont y condicionado la legislatura nacional al cumplimiento del infamante pacto de Bruselas-Ginebra, del que la ley de impunidad es sólo una cláusula previa. Pero aunque él mismo haya abolido la regla no escrita de que gobierne la primera fuerza, para los suyos sería una ignominia que acabase entregando la cabeza de su candidato por propia conveniencia. La cuestión depende de algo que quizá nadie esté en condiciones de asegurar: que Illa haya sido en estos comicios la verdadera apuesta sanchista. Hace tiempo que el líder socialista ha renunciado a la autonomía del partido, como demostró en el País Vasco y Galicia, para subsumirlo en una coalición de facto con toda clase de fuerzas soberanistas. Esta estrategia arrastra a afiliados y electores a aceptar una escala de prioridades en la que el poder del Estado figura por delante. Contemplado desde este punto de vista, lo esencial del resultado de las urnas consistiría en escoger lo mejor para los intereses de Sánchez. Y lo que a éste le conviene, dado que ERC no va a romper porque con lamerse las heridas de su fracaso tiene bastante, es que el recrecido Puigdemont cumpla de alguna manera sus expectativas para asegurarle una entente relativamente estable. A menos que pueda convencerlo de conformarse con solucionar, amnistía mediante, sus cuentas judiciales. En todo caso parece improbable que el asunto se sustancie antes de las europeas, sin que quepa descartar todavía un bloqueo de mutuos vetos que al jefe del Ejecutivo y a su némesis separatista les permitirían ganar tiempo. Pero el balance, por somero que sea, no estaría completo sin registrar que en el otro lado del espectro el PP, aun recuperando mucho terreno, no logra despegar del todo a su competencia en el sector derecho. Feijóo tiene un problema y le va a costar resolverlo. No sólo porque haya menospreciado a su candidato hasta casi la víspera de nominarlo, sino porque no ofrece a su electorado potencial un proyecto claro. Hay mucha gente del sector liberal-conservador, dentro y fuera del Principado, que sigue con dudas sobre su actitud respecto al nacionalismo, y esa incertidumbre permite a Vox consolidarse en su espacio. Si no la despeja va camino de seguir acumulando éxitos insuficientes que se convierten en desengaños amargos.
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