Cuando el domingo pasado, aprovechando el desmoronamiento de la dictadura en Siria, unos guerrilleros abrieron las puertas de la temida prisión de Sednaya, para Jaber Baker fue como si se abrieran en la Tierra las puertas del infierno. Recuerda su paso por allí como el de quien asiste a «un matadero humano», lugar de «una violencia ilimitada» , del que él, a diferencia de muchos otros, logró salir.Noticia Relacionada estandar Si Viaje a la nueva parte de Siria ocupada por Israel Mikel Ayestaran «Teníamos más miedo antes al régimen que ahora a los israelíes»«Sentí que salí de la prisión en cuerpo, pero no en espíritu. Los años posteriores pasaron como un sueño. Nació la revolución y el régimen duplicó la capacidad de sus prisiones , para reprimirla. Hubo más asesinatos mediante tortura, violencia ilimitada, violaciones y un deleite en la agonía de las personas por medio del hambre y el dolor. Perdí a muchos de mis hermanos de prisión, que llegué a considerar como familia», afirma.Baker, quien hoy reside en Francia, fue encarcelado por una de esas acusaciones absurdas que solo pueden prosperar bajo un régimen totalitario: un compañero, experto en redactar informes para los servicios de inteligencia nacionales, lo denunció tras una disputa insignificante, acusándolo falsamente de recopilar solicitudes para una inexistente logia masónica en su universidad. Detenido en marzo de 2002, pasó más de dos años entre rejas, la mayoría de tiempo en Sednaya, hasta que un tribunal de seguridad del Estado emitió su sentencia final, exonerándolo.En el exilio, Jaber Baker ha dedicado su vida a cartografiar el vasto sistema de prisiones sirias, una red pública y secreta a la que califica como un «archipiélago gulag en el desierto». «Llamo gulag al sistema penitenciario sirio porque la palabra encapsula una red extensa de centros de detención, tortura y represión, similar a la que existió en la Unión Soviética. Pero, además, refleja una experiencia humana de sufrimiento indescriptible», explica Baker. Se trata, añade, de un sistema antiguo y meticulosamente estructurado, compuesto por prisiones militares, civiles y clandestinas, controladas por divisiones de inteligencia y cuerpos especiales del régimen, donde cada cárcel es una pieza de un «infierno en la Tierra». Baker, que ha entrevistado a más de cien antiguos prisioneros como él, se ha dedicado a recopilar sus testimonios y preservar la memoria de ese horror, con la esperanza de que no quede en el olvido. El resultado de ese trabajo, el libro ‘Gulag sirio: Dentro del sistema carcelario de Assad’, es un desgarrador compendio de indignidades, crueldades y horrores. Su relevancia en este momento es monumental, ya que el mundo observa atónito la apertura de cárceles que pocos imaginaron que verían abiertas algún día. De ellas emergen no solo cuerpos maltrechos, sino verdaderos muertos en vida: almas que han soportado torturas inenarrables durante décadas, cargando en secreto con el sufrimiento.Sabe Naciones Unidas de un centenar de prisiones en Siria , pero estos días están surgiendo sitios secretos, calabozos olvidados, de los que sus habitantes ya no esperaban emerger. Semejante trauma, el de decenas de miles de vidas sujetas a un dolor inefable será difícil de curar en el procso que ahora se abre. Baker ve el futuro de Siria con una esperanza muy cautelosa, subrayando que el camino hacia la recuperación será largo y arduo tras décadas de opresión bajo el régimen de los Assad. Señala que es necesario investigar el sistema carcelario y preservar estos lugares como monumentos conmemorativos para recordar el horror y asegurar que «nunca vuelva a repetirse».«Tenemos que proteger estos lugares, como Sednaya, y convertirlos en monumentos conmemorativos. Que los sirios puedan verlos y decir: nunca más», dice. «El trauma que sufrimos no es individual, es un trauma de toda la sociedad. Más de 150.000 personas desaparecidas o encarceladas dejan cicatrices en familias, amigos y comunidades enteras».InocentesMuchas de estas personas, completamente inocentes como Baker, jamás olvidarán el instante en que se cerró a sus espaldas la puerta de aquel inmenso archipiélago gulag. La humillación y la desesperación marcaron el comienzo de una pesadilla difícil de describir. A Baker lo arrastraron hasta una celda solitaria, oscura y diminuta, de apenas dos metros de largo por uno de ancho, saturada de un hedor insoportable. En un rincón encontró una manta abandonada, sucia de heces y orina, que apartó con esfuerzo para usarla como colchón, cubriéndola con su abrigo. Durante tres días no probó bocado, limitándose a orinar, beber agua y refugiarse en un sueño precario, interrumpido por el horror apenas iniciado. Cicatrices que no se curan «Tenemos que proteger estas prisiones, como Sednaya, y convertirlas en monumentos conmemorativos»Fue sometido a lo que sus captores llamaban interrogatorios , pero que en realidad eran brutales sesiones de tortura. Le exigieron proporcionar información sobre su familia: nombres, fechas de nacimiento, trabajos y direcciones. Entre amenazas dirigidas a sus seres queridos recibió golpes, patadas y gritos ensordecedores , sin entender qué buscaban ni el motivo de tanta violencia. «¡Piensa! ¿Qué has hecho? ¡Confiesa!», le gritaban sin descanso. Otro interrogador lo acusó de haberse unido a una supuesta logia masónica y lo presionó sobre sus inclinaciones políticas. Baker resistió, sobreviviendo en un estado de vigilia forzada durante dos años mientras languidecía en Sednaya, atrapado en una especie de catatonia, como tantos otros prisioneros que aprendieron a existir en el límite de la cordura.
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