Cuenta Irene Vallejo que somos habitantes de la espera. Y que las esperanzas son, al mismo tiempo, un don y una dificultad. «Nos ayudan a avanzar , es cierto, aunque también nos cargan de expectación y ansiedad». La autora de ‘El infinito en un junco’, que ancla como pocos la mitología clásica al presente, señala que esa ambivalencia ya se encuentra en la caja de Pandora : «La esperanza es un mal, puesto que estaba en la vasija; pero a la vez es un bien, ya que no escapó con las otras calamidades». Cuando esa contraposición se pone a la luz de la literatura infantil y juvenil (LIJ) de hoy en día el contraste aumenta. Se convierte en un refugio que protege de las calamidades, pero también puede alimentar las falsas ilusiones . ¿Se ha convertido en la sustituta de los finales felices de antaño?, ¿por qué parece que ahora todos los temas difíciles deben abordarse desde la esperanza?, ¿es casualidad que eso ocurra precisamente en nuestros días?Noticia Relacionada De ‘El inventor de viajes’ a ‘El infinito en un junco’ estandar Si Irene Vallejo y la revolución de los héroes invisibles Celia Fraile GilVallejo, junto a la especialista en literatura tradicional Ana Cristina Herreros , la investigadora de la Pompeu Fabra Macarena García , y los autores David Almond y Morris Gletizman , que llevan décadas escribiendo para jóvenes inspiradores ‘best sellers’, nos ayudan a seguir su rastro en la LIJ hasta la actualidad.«La sabiduría antigua, tan ajena al pensamiento positivo, nos recuerda que lo habitual no es el éxito, sino estrellarnos y levantarnos del suelo con rasguños y olor a chamusquina; caer por todo lo alto para después intentar resurgir», señala la filóloga clásica, que este año ha recuperado ‘El inventor de viajes’ (Siruela). Por eso imaginaron mitos de redención y renacimiento, como la búsqueda del Santo Grial o el ave fénix. Lo que al parecer no cabía en el Olimpo eran los paños calientes. Las tragedias y los desafíos se abordaron a cara descubierta, sin ahorrarse detalles, por truculentos que fueran. El instinto de protegerGeneración tras generación, nuestro legado oral ha ido en la misma línea. «Los cuentos tradicionales a menudo presentan finales duros, cerrados, donde no hay una posibilidad de cambio inmediato ni una promesa explícita de un futuro mejor. La enseñanza radica en la aceptación de la adversidad como parte de la vida, en la capacidad de enfrentarse a lo inevitable con valentía y sabiduría», explica Ana Cristina Herreros.Ana Cristina HerrerosEsos enfoques contrastan radicalmente con la literatura infantil contemporánea, donde la esperanza se ha convertido casi en una obligación . Según Macarena García , esta transformación refleja un cambio cultural profundo hacia la protección de la infancia, que a menudo lleva a suavizar las historias para evitar lo trágico . «Es en el encuentro con lo terrible donde los adultos tenemos dificultades. Somos nosotros quienes proyectamos nuestros miedos y evitamos que los niños enfrenten estas verdades», corrobora Herreros, directora artística del reciente festival de LIJ Abrapalabra , cuya primera edición ha girado en torno a la literatura como refugio. La investigadora de la Pompeu señala que esta actitud impacta las decisiones editoriales y las narrativas contemporáneas, ya que son los progenitores, al fin y al cabo, los que compran los libros a los niños. Herreros subraya este hecho, pero advierte que, lejos de la perspectiva adultista que sobrevuela la LIJ, los niños interpretan lo terrible de forma distinta. «No tienen tanto problema. Saben que el lobo puede aparecer, que la muerte está ahí, que el abandono existe. No necesitan que les expliquemos todo de manera literal; saben moverse en el ámbito de lo simbólico y encontrar ahí sus propias respuestas».Irene Vallejo Isabel PermuyIrene Vallejo ha vivido todo ello en carne propia con ‘La leyenda de las mareas mansas’ (Siruela), su personal adaptación del mito de Ceix y Alcíone que recogía Ovidio en ‘Las metamorfosis’. La autora lo escribió antes de ‘El infinito en un junco’, justo después de la muerte de su padre, para conjurar su pena. «Muchos editores me dijeron que los padres no comprarían libros de temas tan duros y difíciles para un público juvenil. Sin embargo, el libro ha revivido tras la pandemia porque en aquellos momentos todos vivimos, también los niños, ese dolor y esos temores. A través de los relatos, en un encuentro imaginario con nuestros miedos interiores, podemos amansar tensiones silenciadas. En el territorio protegido de las ficciones, leer nos revitaliza». Narrar el dolorMorris Gleitzman ha metido el dilema en ‘Siempre’ (Kailas), el desenlace tras casi dos décadas de ‘Una vez’, su multipremiada serie sobre el Holocausto . En ella, Félix, cuya infancia estuvo marcada por el horror nazi, vuelve a encontrarse con los fantasmas del pasado a través de Wassim, un niño de 10 años. En muchos de sus diálogos, se aprecia que Félix no quiere ser el responsable de quitarle la ilusión al pequeño. Como muchos adultos de hoy, prefiere que la propia realidad se encargue de ello. No obstante, «a veces la realidad nos lleva a un lugar de dolor y pérdida. No tiene sentido entonces, como descubre el joven Félix, esperar que ese acontecimiento concreto no suceda. Pero incluso algo así no tiene por qué desterrar toda esperanza de nuestras vidas. Es un equilibrio. Por eso he procurado que ‘Siempre’ y el resto de la serie ‘Una vez’ traten tanto del amor y la amistad como de sus opuestos », responde el autor.En la literatura dirigida a los jóvenes el debate se torna en paradoja. Se tratan temas antes considerados tabúes , como la guerra, la enfermedad mental o la muerte, pero parece que los autores tengan que hacerlo desde la esperanza. «De un tiempo a esta parte, el imperativo del final feliz lo hemos puesto más en duda y hemos aceptado tratar temas difíciles, pero transformando los finales trágicos en finales abiertos , como si siempre debiera haber una puerta hacia algo bueno. En ellos la esperanza persiste como un elemento implícito, como si fuera necesario garantizarla», afirma García.El fenómeno se agrava en temas como el cambio climático , que, según esta investigadora, ha ganado un protagonismo particular en los últimos tiempos. «En todos los libros que tienen que ver con él, parece que ese mensaje de esperanza está mucho más presente, o tiene que estarlo. Como para que los niños sigan luchando , aunque no haya nada que hacer». Esta representación puede ser abrumadora para los jóvenes lectores, al trasladarles una carga emocional excesiva. «Esos libros están muy estructurados con una noción de que el lector ideal va a ser capaz de ser parte de una sociedad que se va a hacer cargo de este problema y lo va a solucionar», prosigue García. David AlmondDavid Almond, autor del superventas ‘Skelling’ (Duomo), matiza el argumento: «Puede resultar perezoso y bastante ofensivo decir a los jóvenes que hemos hecho del mundo un desastre y sugerirles que les corresponde a ellos arreglarlo. Pero creo que los jóvenes, con nuestra ayuda, pueden conseguir un mundo mejor . Ted Hughes dijo que ‘Cada niño es la oportunidad de la Naturaleza para corregir el error de la Cultura’». Sentido y deberPero no es solo el cambio climático el que sacude a la infancia y a la juventud, también hay guerras, migración, cambios sociales… Vivimos tiempos de gran incertidumbre . ¿Tiene esto algo que ver con que la proyección de la esperanza en la LIJ sea cada vez más fuerte? «Por supuesto», responde con contundencia Gleitzman. «Pero las historias siempre han desempeñado este papel, incluso en épocas menos amenazadoras –continúa–. Y no sólo para los jóvenes». Ambos autores ‘best seller’ están de acuerdo en que la esperanza resulta fundamental en la LIJ. Para Almond es hasta inspiradora : «Creo que los libros infantiles siempre surgen de algún sentimiento de esperanza. Están escritos para mentes jóvenes, corazones jóvenes, imaginaciones jóvenes, para personas que están creciendo y avanzando. Cada vez que nace un niño, el mundo vuelve a nacer». Gleitzman, por su parte, llega a considerarlo una responsabilidad : «La misión de la literatura para jóvenes hoy es encontrar caminos que conecten a los jóvenes lectores con las realidades del mundo que pronto será suyo sin dejarles desesperanzados. Al contrario, las historias deben dejarles inspirados y emocionados para que puedan ver las posibilidades de sus vidas». De acuerdo con el escritor, conseguir ese objetivo pasa por proporcionar a los chicos («que no tienen tanto poder social como los adultos, ni movilidad, ni dinero», recuerda) recursos internos como la resolución, la determinación o el pensamiento creativo.De ahí la importancia de que la esperanza no pierda su dimensión transformadora , porque corre el riesgo de generar frustración e impotencia o, peor aún, sonar a mensaje vacío. En este punto, Vallejo alerta de «las consignas del positivismo ingenuo –decide tu suerte, el éxito depende solo de ti– intentan embridar el miedo con promesas de poder, pero no somos dueños del futuro ni capitanas de nuestro destino. Quienes llaman oportunidades a las crisis, terminan por acusar a los más desvalidos de su naufragio. No se puede estar totalmente a salvo». Esa imposición no solo subestima a los jóvenes lectores, sino que también priva a la LIJ de su capacidad para ser un espacio donde explorar el miedo, la incertidumbre y la posibilidad de transformación. ¿Qué requisitos debe cumplir entonces el mensaje de esperanza en la LIJ para que no resulte simplista? Como bien señalan García y Almond, es en la honestidad donde reside el verdadero poder de la literatura: no prometer soluciones fáciles, sino abrir caminos para enfrentar, comprender y actuar ante lo difícil.Por eso el escritor británico propone una esperanza más compleja y profunda , anclada en la aceptación de la dualidad de la vida. El escritor ha volcado estas reflexiones en su último libro, ‘El canto del bosque’ (Duomo), en el que reivindica una comunión ancestral con la naturaleza. «Somos parte de ella de una forma compleja y misteriosa, pero nos mueven fuerzas y sentimientos que no acabamos de comprender». En su obra, el autor muestra que la esperanza no se encuentra en la negación de lo terrible, sino en la comprensión de que somos parte de un mundo más amplio y misterioso, y que el cambio comienza desde dentro .Ni optimista ni pasivaSu visión respeta la capacidad de los jóvenes para procesar lo complejo. Gleitzman ofrece otras dos claves más. La primera es la diferencia entre optimismo y esperanza. «Al principio de mi carrera los consideraba casi sinónimos. Ahora veo el optimismo como la creencia de que las cosas saldrán bien, mientras que la esperanza se refiere a las posibilidades. Si lo damos todo y encontramos a otras personas dispuestas a hacer lo mismo, las cosas pueden salir bien. Dada la velocidad a la que crecen nuestros problemas comunes, y que parece casi seguro que estarán muy presentes en la vida adulta de los jóvenes de hoy, la esperanza se ha convertido en una herramienta más poderosa que el optimismo. Y por eso creo que hace mejores historias».Morris Gleitzman PRH AustraliaEl otro requisito que propone es no dejar la acción en manos de otros : «La esperanza puede ser puramente pasiva. Cuando se trata de que otra persona resuelva el problema. O, simplemente, de que no suceda o vuelva a suceder. Mis historias tratan sobre la esperanza activa, aunque a veces los personajes jóvenes se sienten tan abrumados que tienen momentos en historias, como en la serie ‘Una vez’, en los que sólo quieren que un adulto arregle las cosas. Todos nos sentimos así a veces. Pero recibir apoyo e inspiración para utilizar nuestro pensamiento creativo y quizás arreglar las cosas nosotros mismos es, por supuesto, una parte clave del crecimiento . Aunque en el mundo actual resulte una tarea más difícil».Ambos autores entienden la esperanza en la LIJ no como una garantía, sino como una fuerza narrativa que impulsa a los jóvenes a comprender la complejidad del mundo y a encontrar en ella un lugar donde puedan actuar y crecer. Para ello debe atreverse a mostrar la vida en toda su dualidad: lo terrible y lo milagroso, la caída y el renacimiento. Al fin y al cabo, como bien concluye Almond: «Escribir es un acto de esperanza. Leer es un acto de esperanza».
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