La documentación procedente de los actuales archivos de la Federación Rusa, antes integrados en la extinta URSS, estuvo guardada con un celo absoluto hasta el final de la Guerra Fría. Sin embargo, desde que salieron a la luz en 1991, han jugado un papel muy importante a la hora de reconstruir de una manera mucho más fiable y exacta la implicación que los soviéticos tuvieron en la Guerra Civil , una intervención militar directa que Stalin decidió, entre mediados de agosto y finales de septiembre de 1936, mientras disfrutaba de un descanso en la ciudad balneario de Sochi, en el mar Negro.En lo que respecta a las justificaciones del dictador comunista para llevarla a cabo, pesó la idea de que, si España acababa en manos de Franco , representaría un peligro para Francia, el país que constituía el primer eslabón de la cadena que debía bloquear y frenar las ansias expansionistas de Hitler. Y, si aquel caía, sería un peligro para la Unión Soviética. No tenían la menor duda de que la Alemania nazi acabaría desarrollando una política más agresiva en Europa, tal y como ocurrió poco después al iniciarse la Segunda Guerra Mundial con las invasiones de Polonia, Dinamarca, Noruega, Bélgica, Holanda, Luxemburgo, Yugoslavia, Grecia y Francia, sin olvidar el intento frustrado de conquistar Gran Bretaña.Stalin no albergaba dudas sobre cómo se debía solucionar el problema de España de la manera más rápida y eficaz posible: asesinar a Franco. En su libro ‘El caso Orlov’, el exagente de los servicios secretos rusos Borís Volodarsky asegura que la URSS envió hasta tres expediciones con el objetivo de llevar a cabo el magnicidio mientras ponía en marcha un plan mucho más complicado por si el primero fallaba: la Operación X, donde «X» significaba España. Este consistía en apoyar al ejército republicano enviando todo tipo de armamento y hombres.Noticia Relacionada La entrevista olvidada estandar Si Así reconoció Franco que reinstauraría la Monarquía, pero «una muy distinta» Israel Viana El conflicto todavía no había terminado cuando el futuro dictador fue entrevistado por la edición sevillana de ABC y habló de cómo sería el futuro régimen si su bando resultaba vencedor, pero no cumplió su palabraEsto último se decidió oficialmente en la reunión del Politburó —el máximo órgano de poder en la Unión Soviética— celebrada el 29 de septiembre de 1936. Sin embargo, las acciones ya se habían emprendido días antes en secreto, con lo cual la aprobación era un mero trámite. El 14 de septiembre, por ejemplo, en otro encuentro en el Kremlin presidido por Viacheslav Mólotov como presidente del Consejo de Comisarios del Pueblo, se dio el visto bueno a la compra de armas para España en los mercados de Francia, Suiza y Checoslovaquia. Y el 26 Stalin telefoneó desde Sochi al mariscal Kliment Voroshílov para ordenarle que enviara asimismo unos cien tanques y sesenta bombarderos, con sus correspondientes conductores y pilotos, además de un nuevo cargamento de armas.La ayuda finalEl volumen final de la ayuda soviética a lo largo de la Guerra Civil fue de 648 aviones, 347 tanques, 60 vehículos blindados, 1.186 piezas de artillería, 340 morteros, 20.486 ametralladoras, 497.813 fusiles, 3,5 millones de proyectiles, 862 millones de cartuchos, 110.000 bombas de aviación y cuatro torpederas, según las cifras proporcionadas por Ricardo Miralles, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad del País Vasco. Y a esto hay que añadir otros 66 igreks, es decir, barcos de transporte que tuvieron que vadear el cerco impuesto por la marina de Franco en el Mediterráneo y entrar en España por la costa atlántica de Francia para transportar las mencionadas armas.El volumen era muy grande, pero el de Alemania e Italia fue mayor, pues ambas potencias enviaron mil quinientos aviones que participaron, entre otros, en los bombardeos de Guernica y el mercado de Alicante. La diferencia fue que las armas de los rusos no llegaron solas. Lo hicieron junto con un buen número de asesores militares, técnicos, especialistas en armamento, instructores, ingenieros aeronáuticos, mecánicos, radiooperadores y, por último, traductores, que fueron muy importantes para que la comunicación entre los rusos y los españoles fuera fiable. A todos estos se sumaron, aproximadamente, otros 2.200 hombres y mujeres asignados a las más diversas labores de apoyo.Si desglosamos el número de asesores militares que la URSS mandó a España —por encima de seiscientos—, observamos que cien prestaron servicio en 1936, ciento cincuenta en 1937, doscientos cincuenta en 1938 y, desde comienzos de 1939, cuando la victoria de Franco parecía cuestión de tiempo, ochenta y cuatro. Es decir, que estuvieron hasta el final porque, en realidad, los soviéticos siempre quisieron alargar el conflicto español y ganar tiempo hasta que estallara la Segunda Guerra Mundial. Para las labores de coordinación se creó una estructura de mandos a cuyo frente colocaron a un consejero militar jefe (GVS, por sus siglas en ruso), que contaba con su propio Estado Mayor y más asesores específicos en cada ámbito, desde la marina hasta las comunicaciones, pasando por la aviación y la infantería, entre otros.Kim PhilbyLa compleja operación de transporte, instrucción y combate por tierra, mar y aire no impidió que Stalin siguiera en secreto con su plan de asesinar a Franco; un golpe de efecto que, según pensaba, sería mucho más efectivo que cualquier batalla en el frente. Por eso organizó hasta tres expediciones. La primera es más conocida porque ha sido contada muchas veces en los periódicos y convertida en ficción por cineastas y escritores como John Le Carré , que se inspiró en ella para crear el personaje central de ‘El topo’, su novela más célebre. La llevó a cabo Kim Philby , un corresponsal de guerra británico que había sido reclutado por los soviéticos cuando tenía veintidós años.El capítulo menos conocido de la carrera de Philby es esta primera misión de espionaje en la Guerra Civil, bajo la tapadera de que estaba cubriendo el conflicto como enviado especial de ‘The Times’. En ese viaje inicial había permanecido en nuestro país tres meses. Al regresar logró que el prestigioso diario británico le publicara un reportaje titulado «En la España de Franco», el cual le abrió las puertas para su corresponsalía permanente en el bando franquista, de cara al público, y su labor como espía, de incógnito.Durante su cobertura, Philby llegó a ser galardonado con la Cruz Roja al Mérito Militar por el mismo Franco, que le creía simpatizante de su causa. Corrió bastantes riesgos para mantener su tapadera, ya que estuvo a punto de morir durante la batalla de Teruel, cuando, mientras comían bombones y bebían brandy en la Nochevieja de 1937, un proyectil republicano acabó con la vida de tres corresponsales que se encontraban a su lado. Cuando los servicios secretos rusos le enviaron allí ya sabían que su voluntad y coraje no eran lo bastante fuertes para matar al futuro Caudillo, así que ni lo intentó a pesar de encontrarse, en más de una ocasión, cerca del objetivo. Durante años se ha puesto en duda que fuera el elegido por Stalin. De hecho, nunca se ha encontrado una prueba concluyente al respecto. Según los archivos desclasificados del Servicio de Seguridad británico, el MI5, un general ruso que desertó a Gran Bretaña en 1940 reveló la existencia de dicha misión y aseguró que había sido encargada a un «joven inglés» que era periodista.Asesinato de FrancoPor otra parte, en el archivo personal de Nikolái Yezhov, líder del NKVD, el futuro KGB, hay un informe con la confesión del general Walter Krivitsky después de huir a Estados Unidos en 1938. Esta, según la transcripción realizada por ‘The Guardian’, decía: «A principios de 1937, la OGPU (policía secreta) recibió órdenes de Stalin para preparar el asesinato de Franco. Hardt, un oficial que luego fue purgado, fue instruido por el jefe de la OGPU, Yezhov, para reclutar a un inglés. Se contactó con él y fue enviado a España. Era joven, un periodista de buena familia, idealista y fanático antinazi. Antes de que el plan madurara, el propio Hardt fue llamado a Moscú y desapareció». Lo curioso de este documento, según el periódico inglés, es que en los márgenes había escrito «prob Philby» («probablemente Philby»).Casi al mismo tiempo que la posible elección de Philby, en la primavera de 1937 hubo otra expedición encabezada por el oficial de la inteligencia soviética Grigori Mijáilovich Semiónov y una tercera que se le encargó a Elli Bronina, la esposa de un espía soviético radicado en Shanghái. Pero todas fracasaron, porque Stalin parecía estar más interesado en eliminar a los traidores trotskistas que habían sido enviados a España desde la Unión Soviética, todo ello bajo la lógica aterradora de que, para acabar con cualquier enemigo externo, primero había que acabar con el enemigo interno, como así ocurrió con sus famosas purgas.Mientras se llevaban a cabo los asesinatos selectivos y fracasaban los planes del magnicidio, a España llegaban los diferentes consejeros jefes de la Unión Soviética. En 1936 y 1937, Yan Berzin; en 1937 y 1938, Grigori Stern, y entre finales de 1938 y comienzos de 1939, Kuzmá Kachanov, todos ellos con sus correspondientes delegados y el proyecto de crear un nuevo Ejército Popular. No se puede obviar que su aportación fue decisiva en la defensa de Madrid, una operación que fue un éxito durante los primeros meses de la guerra, y que funcionó también en algunas de las batallas posteriores, como las del Jarama, Teruel y Guadalajara, al igual que el adiestramiento de soldados españoles y la creación de las escuelas militares de Barcelona, Madrid, Almansa, Murcia, Albacete o Archena.
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