Un Papá Noel imperialista

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Un Papá Noel imperialista

Alrededor de Navidad, me encontraba en Tokio, en Japón, en el animadísimo barrio de Shinjuku. Centenares de papanoeles de todas las edades invadían esta zona popular entre los jóvenes a la última. Los que no llevaban el tabardo rojo lucían encima de la cabeza la cornamenta del reno que tradicionalmente lleva el trineo de Papá Noel. Pero Papá Noel no tiene nada de japonés ; no guarda relación alguna con la civilización local, ni con el cristianismo, prácticamente ausente en Japón.Papá Noel es ahora omnipresente, desde Japón hasta Brasil, pasando por Indonesia, Sudáfrica y, por supuesto, toda Europa. Incluso hay Papá Noel en India, China y Rusia. Los países musulmanes no se libran, al menos los más tolerantes: se han visto papanoeles en El Cairo y Marrakech. Este Papá Noel universal ha conseguido eclipsar el nacimiento de Jesús, que parece casi marginal en comparación con el regordete Santa Claus. ¿Qué celebramos en Navidad? Ya no lo sabemos. La Natividad se ha refugiado en algunas iglesias rurales de países tradicionalmente cristianos, pero aun así…La historia de Papá Noel es poco conocida. Sin embargo, es una verdadera novela, dictada en 1823 por un académico estadounidense llamado Clement Clarke Moore. Este profesor de griego y hebreo en un seminario teológico de Nueva York publicó un poema titulado ‘Una visita de san Nicolás’ de forma anónima, para no manchar su reputación académica. En este texto, inspirado en una leyenda holandesa, s an Nicolás es el responsable de devolver la vida a niños asesinados . San Nicolás se convierte así en el padrino de los niños y en el motivo por el que se les hacen regalos en Nochebuena. En el poema de Moore, el milagro de san Nicolás, conocido en Estados Unidos como Santa Claus, no tiene lugar el día de Navidad, sino la víspera. Gracias a la costumbre de san Nicolás. Papá Noel y la Natividad se han fundido en una misma velada. El hecho de que en Estados Unidos se adoptara un San Nicolás holandés no tiene nada de extraordinario, ya que los primeros ocupantes de Nueva York –que originalmente se llamaba Nueva Amsterdam– procedían de Países Bajos e imprimieron su cultura a la ciudad. Todavía se pueden ver rastros de ello en la cocina y en la arquitectura. El poema de Moore, publicado sin firma en un periódico local de la localidad de Troy, cerca de Nueva York, se convirtió en un éxito popular que los padres leyeron a sus hijos durante todo el siglo XIX y en todo Estados Unidos. Lo que le faltaba a este san Nicolás era un rostro, que fue inventado desde cero por un famoso dibujante llamado Thomas Nast, que creó a Papá Noel tal y como lo conocemos hoy, con su barba, su tabardo y su trineo, para una revista en 1862. No cabe duda de que el traje fácilmente reconocible, la jovialidad del personaje y su amor por los niños lo convirtieron en el icono que conocemos. En aquella época, nadie podía imaginar la confusión entre Papá Noel y el Nacimiento, ni la globalización de este personaje. No voy a proponer ninguna interpretación persuasiva –esto entraría en el apartado de la psicología de multitudes–, pero sí señalaré que casi todos los iconos universales, desde Papá Noel y Mickey Mouse hasta Beyoncé y Taylor Swift, proceden de Estados Unidos. Así que, más allá de las culturas y religiones nacionales, ha surgido en todo el mundo una subcultura o supercultura que engloba a todas las demás. Digamos lo que digamos o pensemos lo que pensemos de Estados Unidos, no podemos atribuir su primacía únicamente a su fuerza económica o militar; la innegable americanización del mundo se debe a la capacidad de Estados Unidos para crear iconos universales. Para esto sí me gustaría ofrecer una explicación: en Estados Unidos están presentes todas las culturas, todos los idiomas, todas las civilizaciones. Los iconos que surgen, cultura y subcultura, Papá Noel, Mickey Mouse, Marylin Monroe, el jazz… son la expresión de este cosmopolitismo en el que todo el mundo, viva donde viva y venere a quien venere, puede finalmente reconocerse. Busquemos un solo país que haya aportado al mundo figuras tan universalmente reconocibles: Don Quijote quizás, Napoleón por desgracia, sin duda Confucio, del que conocemos su larga barba, pero no su filosofía. Algunos objetarán que estos iconos estadounidenses son superficiales, insignificantes y no tienen ningún efecto en el comportamiento del resto del mundo. No estoy de acuerdo: estos ídolos dan a Estados Unidos lo que se conoce como poder blando, que no tiene parangón entra las demás potencias. El poder blando es un arma diplomática y económica, y los iconos estadounidenses transforman las culturas en las que penetran. Por ejemplo, como niño judío, una vez me disgustó mucho que mis compañeros de clase recibieran regalos en Navidad y yo no. Fue entonces cuando mis padres, como muchos otros padres judíos, adoptaron la idea de hacer regalos a los niños con motivo de la fiesta judía de Hanukkah, una fiesta bíblica que celebra la reconstrucción del Templo y que obviamente no tiene nada que ver con los niños ni con el Nacimiento. Hanukkah se ha convertido en un sucedáneo de la Navidad. Cito este ejemplo porque me resulta familiar, pero estoy convencido de que, en muchas otras civilizaciones, la Navidad se ha convertido en la fiesta de los niños incluso antes de ser la fiesta de Cristo. ¿Entonces? Alegrémonos de esta universalización de los valores festivos y deploremos el empobrecimiento cultural que trae consigo.

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