Pinceladas y butifarras

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Pinceladas y butifarras

Camavinga mueve el balón con la claridad de Kroos, recupera como Tchouaméni, barre el campo con el despliegue físico de Casemiro, filtra pases con la lucidez de Ceballos y tiene el aura sobre el césped de Redondo. Además comete muy pocos errores en cada una de estas facetas. Pero, por algún extraño motivo, todavía no tiene la bendición unánime de todo el madridismo. No termina de consolidarse como indiscutible como otros han hecho tal vez con menos méritos. Hay quien no se lo termina de creer del todo. Tal vez sea por su versatilidad, que hace que se le vea más como una pieza intercambiable que como un fijo en el once. O tal vez se deba a esa absurda teoría de que funciona mejor como revulsivo y que su efervescencia viene bien para cambiar la cara a los partidos más enquistados. Que es una carta especial para jugar en según qué momentos y que se pierde su efecto revitalizante si sale de inicio. Pero esta teoría es como la de escoger a tu mejor lanzador de penaltis para tirar el último de la tanda: se corre el riesgo de que simplemente nunca llegue ese momento. Los mejores al principio siempre. Y luego que salga el sol por donde quiera. Pese a no marcar gol, Mbappé disputó sus mejores minutos de blanco. Se le vio con más chispa y con ese cambio de ritmo tan característico suyo. Sin esos lastres en los tobillos y en el ánimo con los que ha jugado hasta ahora. Otro francés que tardó en arrancar y en demostrar su valía vestido de blanco fue Nicolas Anelka. Hubo que esperar hasta un partido benéfico contra las drogas en fin de año para poderle ver marcando un gol. Y de las dudas pasó a convertirse en pieza fundamental para levantar la Octava. Anelka, Benzema y Mbappé. La senda de los elefantes.El Barça de las butifarras de Laporta será el rival del Real Madrid en la final. Nunca se caracterizó el mandatario blaugrana por ser impecable manteniendo las formas y las maneras (aunque sigue resultando un gentleman al lado de Joan Gaspart). Pero hace tiempo que, bien por la presión del puesto, bien por la urgencias económicas, ha ido perdiendo más si cabe el decoro hasta convertirse en la caricatura de un personaje de una fiesta decadente de una película de Sorrentino. Mandar a pastar a los demás por lograr inscribir a tu propio fichaje tras un favorazo de Dios sabe quién (y a cambio de Dios sabe qué) ha de ser una de las victorias más pírricas que se recuerdan en la historia de Can Barça. Pero cada uno es prisionero de sus celebraciones. No deja de ser un buen indicador de la situación actual del club, moviéndose entre la histeria y la conmoción. Decía Chesterton eso de que en el borde de un precipicio solo hay una manera de ir para adelante: dando un paso atrás. Laporta, en cambio, prefiere saltar al vacío con un paracaídas remendado a última hora mientras dedica cortes de mangas al personal. No estamos precisamente ante una escapada con el estilo de James Bond, cayendo grácilmente con la Union Jack de paracaídas flameando en el aire como en «La Espía que me amó», sino ante una escena más propia de Austin Powers o Mr. Bean.

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