En su nuevo libro hay niñas que matan o quieren matar o han matado ya y no sabemos muy bien por qué: la narración tiene los mismos huecos que una mente desquiciada . Por ejemplo: «Ahí los mandamos. Al ámbito de lo intangible. Al territorio de lo ideal. A los cinco niños de los que yo sólo recordaba dos. O tal vez tres». O también: «Nadie te va a hacer tanto daño como el que te has hecho tú ya con esas cosas». Los dieciocho relatos de ‘Las iras’ (Galaxia Gutenberg), todos inquietantes , todos extraños y llenos de extrañamiento, se parecen poco a la mujer que abre la puerta con una sonrisa y dice hola y ofrece café. A la mujer que los firma. «Todavía no sé muy bien por qué he escrito esto», confiesa Pilar Adón (Madrid, 1971) al poco de empezar la entrevista. Luego dirá: «La palabra visita aún me produce escalofríos». Y volverá a reír. Noticia Relacionada Lo que leeremos esta temporada estandar Si Novedades literarias de 2025 Karina Sainz Borgo—Pilar, ¿qué relación tiene con la ira? —Pues muy poca [y suelta una carcajada]. Muy poca. Lo que me produce un dolor horrible es ver cómo les hacen daño a los seres indefensos. Por ejemplo, el maltrato animal. El maltrato a la infancia, el maltrato a las mujeres. Cuando me licencié en Derecho pensé: voy a defender a esta gente [y alarga la pausa]. El lamento de un perro cuando se le pega no se olvida nunca, nunca, nunca. Esto me genera mucho dolor y cierta ira. Pero controlada. —’Las iras’ es un libro de cuentos muy unitario. ¿Fue un proyecto pensado desde el principio?—Está pensado como libro de cuentos, y esto es algo que me ha sucedido por primera vez. Todos los cuentos tienen una misma ambición, una misma vocación argumental, la misma estructura prácticamente, y en casi todos hay una cita relacionada con la literatura bíblica . Es la primera vez que un tema me agarra de esta manera. Incluso una vez entregado el libro, ya cerrado, no podía dejar de pensar en la traición, y no sé muy bien por qué. No lo sé. Dolor «El primer dolor es el dolor. Y luego ya los demás dolores vamos aprendiendo a gestionarlos»—En el segundo cuento menciona la traición más antigua, la primera: Caín y Abel. —Caín es el primer individuo de la historia bíblica que ejerce ira. Pero es que luego la sufre. Él sufre la ira de Dios. El Dios del Antiguo Testamento , frente a los dioses clásicos, que tenían otra serie de vicios –la lujuria, la gula, la ambición, la envidia–, es el Dios de la ira. Esto me interesaba mucho, porque detrás de la ira está la traición. Caín se siente traicionado porque Dios ha preferido las ofrendas de su hermano, y después Dios se siente traicionado por Caín y lo expulsa. Lo que hice fue darle un giro a la historia y convertir a estos personajes en mujeres. Frente a una historia contada por hombres y protagonizada por hombres, en la que las mujeres tejemos y destejemos y esperamos mientras los hombres se van a navegar y a vivir aventuras, quería que ellas la protagonizaran. —Todas las protagonistas son niñas. O adolescentes. —Todavía no han vivido demasiado, no han conseguido relativizar nada: para ellas todo es muy extremo. Muchas veces se nos olvida esa edad, cuando todo era blanco o negro, cuando todo era muy dramático, muy exagerado. En la infancia todos los sentimientos son vírgenes. Estamos empezando a aprender cómo relacionarnos con los demás, cómo afrontar determinadas situaciones. Y por mucha inteligencia emocional y por mucha seguridad y autoafirmación que estemos intentando inculcar a los niños o a los jóvenes, estas cosas no se enseñan. El volcán que nos genera cuando nos enamoramos o cuando nos traicionan por primera vez es tremendo. Y el aprendizaje es muy drástico. El primer dolor es el dolor. Y luego ya los demás dolores vamos aprendiendo a gestionarlos.Miedo «Es muy fácil contagiar el miedo, la ansiedad, la incertidumbre, y es muy difícil contagiar la felicidad o la alegría»—Cita a Simone Weil: «La felicidad no está ligada a la inocencia». Ahí, creo, está el corazón del libro, esa inocencia en la que cabe lo terrible. Una niña puede hacer cualquier cosa. —Eso es. Además: estamos hablando de niñas, no de niños. Y esto parece insustancial, pero no lo es. Porque si algo está ligado a la inocencia es la niñez de las niñas. Todavía las pensamos así, con el lacito rosa. Y lo que me interesa de la inocencia es la imprevisibilidad. Nunca sabes cómo van a responder, por dónde puede salir la ira, ni por qué. En esta sociedad Disney que nos hemos creado, en la que todo es blandito como el suelo de los parques infantiles, queremos que nos den todo de antemano, masticadico, bien atado y bien argumentado, y esta inocencia violenta rompe el esquema. —¿Usted tuvo una infancia feliz? —Sí y no. Tuve grandes momentos de felicidad. Recuerdo volver del colegio, meterme en mi habitación con mis libros, comiendo queso, sobre todo en invierno, mientras fuera estaba lloviendo. A mí me encantan el otoño y el invierno. Y esto tiene que ver con mi vocación de no salir, porque en esas estaciones no hay esa obligación social de estar fuera. Recuerdo que me venían a buscar mis amigas. ¿No sales? No. Recuerdo esa especie de refugio en mi habitación, con el calorcito de la calefacción, debajo de la mesa con mis libros, con mi material de papelería, con mi queso, cuando me dejaban en paz. Recuerdo eso y me siento muy feliz [sonríe]. La palabra visita, por ejemplo, todavía me genera escalofríos.—[Risas].—Mis padres eran muy sociales. Muchísimo. Mi madre lo sigue siendo. Así que venían muchos amigos a casa. Y cuando venían era muy raro que yo me quedara en mi habitación [deja una pausa]. Yo era muy rara. Como no había ninguna tradición literaria en casa, que de repente yo solo quisiera leer y escribir chirriaba muchísimo. Y se decían muchas cosas de mí. Se metían mucho conmigo en ese sentido. Me acuerdo de mi abuela paterna, que decía: a esta niña parece que no se le mueve la ropa [ríe]. Debía ser un dicho de la zona. —Todos los cuentos suceden en espacios cerrados o alejados o aislados.—Es una obsesión que viene de lejos: la casa aislada en mitad de la naturaleza, el deseo de estar en otra parte, esa necesidad de huir, pero no una huida asociada a la cobardía, sino a la búsqueda de algo mejor. He escrito ya mucho y sigo con ello. Creo que tiene que ver con… Sé que suena totalmente antitético y raro, pero son encierros para la libertad. No son cárceles: son espacios donde los personajes se aíslan de manera voluntaria para ser libres y para poder pintar, hacer mermelada de tomate, leer o lo que sea. Para estar lejos de las presiones sociales. —Con las redes sociales, con todo el ruido de internet, ¿no son más necesarios que nunca esos refugios para los escritores?—No suelo ser apocalíptica ni oponerme a las nuevas tecnologías, pero… pienso mucho en que menos mal que yo nací en el 71 y cuando empecé a escribir no había redes sociales. No había esa inmediatez en la que vivimos, y que es terrible para la creación. La escritura y la lectura tienen que ir a fuego lento, necesitan su tiempo, necesitan espacio para que podamos pensar, reposar y no saber de inmediato lo que piensa todo el mundo a tu alrededor. —Hay un momento en el primer cuento, ‘La sublimación de los afectos’, en el que la narradora dice: «Solo contándolo podrá exorcizarlo». ¿Cree en ese poder de la palabra, en ese poder de las historias? —En su nuevo libro hay niñas que matan o quieren matar o han matado ya y no sabemos muy bien por qué: la narración tiene los mismos huecos que una mente desquiciada. Por ejemplo: «Ahí los mandamos. Al ámbito de lo intangible. Al territorio de lo ideal. A los cinco niños de los que yo sólo recordaba dos. O tal vez tres». O también: «Nadie te va a hacer tanto daño como el que te has hecho tú ya con esas cosas». —En el libro hay referencias a ‘Jane Eyre’, a la poesía romántica inglesa… ¿Se siente ligada a esa tradición literaria? —Pues ahora mismo no [ríe]. Pero sí que es verdad que durante un tiempo fue parte de mi imaginario. De alguna manera me formaron. Recuerdo que de niña cogía de la estantería de mi madre libros que no eran para mi edad, pero que disfrutaba: ‘Rebeca’, ‘Cumbres borrascosas’, ‘ Jane Eyre ‘, ‘Frankenstein’… Esos escenarios románticos fueron muy importantes. Pero para mí era muy atractivo también relacionar este libro con el nomadismo, con el viaje, con la búsqueda de un lugar al que pertenecer, como en ‘De bestias y aves’. Quizás porque yo no tengo a nivel biográfico la sensación de tener un lugar. Mi lugar no es Madrid, eso lo tengo clarísimo. Por lo menos de momento no lo es.—En sus cuentos apenas vemos sangre. Todo sucede por debajo, o ya sucedió, o alguien lo está imaginando. Y todo lo que vemos está como velado. Intuimos que algo va mal pero no sabemos el qué.—El argumento es importante, pero sin duda lo que genera el miedo es la forma, la elipsis, el escamoteo de información. Aquí no hay violencia visual. No hay sangre, no hay palizas. Es todo mental. Yo voy dando pistas que conducen a esa inquietud, pero en realidad no explico nada. Quiero que el lector esté dispuesto a participar en el diálogo de la creación. Que imagine eso. Como en esas películas de miedo en las que eres tú quien se gestiona el terror. Estamos constantemente imaginando. Pero hoy se intenta, también, con un cierto pensamiento positivo, apartar la mente de todas estas cosas. Pero la imaginación es poderosísima. Y la lectura es el modo más generoso de activarla. —«Si yo pudiera hablarle, y si él quisiera escucharme, le diría que los miedos se heredan y que todo el terror que le está infundiendo a su hija se va a hundir en mí sin que yo haya hecho nada para merecerlo», escribe en ‘Primera sangre’. ¿Lo cree así?—Los miedos se heredan, claro, y también se contagian. Hay determinados sentimientos que se contagian mucho más fácil que otros. Es muy fácil contagiar el miedo, la ansiedad, la incertidumbre, y es muy difícil contagiar la felicidad o la alegría. Es más: cuando no estás bien y tienes al lado a una persona alegre te puede llegar a generar rechazo.
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