La verdadera catástrofe de Almaraz

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La verdadera catástrofe de Almaraz

Esta mañana hace mucho frío. El invierno ha llegado, paradójicamente, tarde y por sorpresa. Por la calle principal del pueblo, que se llama Antonio Concha, van los vecinos encogidos y a sus cosas. A contraluz del sol ligero y blanco exhalan nubes de vaho que conceden a la helada un punto introspectivo como si uno caminara por un cuadro de Caspar David Friedrich, pero es Navalmoral de la Mata (Cáceres). Sobre uno de los muros, sobrevive contra pronóstico una pintada contra la central de Almaraz , uno de esos soles antinucleares decimonónicos. Alguien lo pintó en los años en los que se construía la planta a pocos kilómetros de allí y se cerraba Lemóniz entre manifestaciones antinucleares y atentados de ETA.Noticia Relacionada estandar Si Manifestación en Almaraz para mantener la central nuclear que el Gobierno insiste en cerrar Raúl Masa Políticos, agentes sociales y ciudadanos saldrán a la calle este sábado para reivindicar que se alargue su vida útilSi nada lo remedia, Almaraz cerrará en 2027 , dejará colgando las vidas de miles de personas y supondrá una catástrofe ecológica, social, cultural y emocional. La decisión del Gobierno que se cumplirá en 2027 terminaría con nóminas, pero también con una cultura compartida. La amenaza una causa extemporánea que parece pasada de moda ahora que las grandes potencias apuestan por la energía nuclear, una profecía ciega y descabellada que aquí, en cambio, está a punto de cumplirse con el impulso fatalista de las cosas que no se pueden evitar. «En el pueblo, los viejos siempre dijeron que estaba cerrada antes de abrir». Lo explica Manuel Carreño , de 43 años, en el bar Huerta Extremeña a la entrada de Navalmoral. Desayunos con tostadas descomunales, fragor de cucharillas en los platos y una máquina de petaco ambientada en las carreras de Fórmula 1 con musiquilla del apocalipsis. Carreño pertenece a la plataforma ‘Sí a Almaraz, sí al futuro’ contra el cierre de las instalaciones, el grupo que convocó la manifestación que tuvo lugar ayer. Es ingeniero y jefe de turno en la central, uno de siete de su categoría y, cuando cuenta lo que hace, todo el mundo le gasta la broma y le menta a Homer Simpson. Parece, en cambio, un tipo meticuloso, y relata con pelos y señales la primera de las consecuencias que tendría el fin de la central que ha sido su vida en los últimos 18 años. «Lo primero que se perdería son los empleos, 800 directos de los cuales la mitad son de alta cualificación: ingenieros, mecánicos eléctricos, técnicos de protección radiológica, mantenimiento, etc., además de otros como bomberos, mucho personal de seguridad…». Ese sería el primer cráter que dejaría Almaraz. En el segundo radio de alcance del desastre, un estudio de la Universidad de Extremadura calcula que las instalaciones mantienen tres mil empleos indirectos en empresas suministradoras entre las que hay de todo: limpieza, papelería, ingeniería, mantenimiento, pintura y todas las tareas que se puedan necesitar.El maná de la recargaCada 18 meses, Almaraz para 35 días su funcionamiento y acomete la recarga de combustible. Entonces, acuden al pueblo unos 1.200 trabajadores más –la mitad de ellos provenientes de fuera de la región– que duermen, comen y compran en una efervescencia particular que supone un maná de prosperidad para tiendas, restaurantes, hoteles y las propias empresas especializadas en los procesos. En el pueblo se habla de «la recarga» como un fenómeno estacional y fértil que modifica el paisaje social y que aporta vida cada cierto tiempo, como la crecida del Nilo o la gran migración de las llanuras de África. «Sin ‘la recarga’, no sabemos qué va a ser de toda esta gente», asegura Manuel.La posibilidad de un accidente nuclear imaginado en las pesadillas de lo improbable parece olvidado. Aquí solo se habla de la catástrofe social, que es tangible y que está llegando. El presidente de los comerciantes de Navalmoral, Iván Hidalgo , propietario de una tienda de deportes, explica hasta dónde llegaría la onda expansiva de la clausura. «No tenemos datos, pero el descenso en población y renta serían enormes. Nosotros, por ejemplo, vivimos de los clientes y de los niños. De los colegios, las escuelas deportivas y de todo ese movimiento. Claro que nos afectaría, porque esos niños se tendrían que ir», explica. Los ‘antis’ «no lo están pensando bien. Cada vez tienen que venir desde más lejos a las manifestaciones. Me dan risa». Iván admite que la alternativa a la nuclear no le gusta. «Cuando salgo a hacer rutas con la bici, alrededor de la central todo son placas solares. Están matando la dehesa», denuncia.Alrededor de Almaraz y su nudo eléctrico se concentran buena parte de las instalaciones de energía renovable, pues Carreño explica que desde esta zona les es más fácil distribuir la producción. En las mentes que ven el mundo como un puzle en el que, retirando una pieza se sustituye por otra, existen alternativas a la central. De cerca, todo se complica. Recientemente, el gigante Merlín anunció el proyecto de una gran central de datos que daría actividad y puestos de trabajo a la zona, pero sus responsables confesaron que necesitarían la energía eléctrica de Almaraz. En el esquema endiablado de las cosas, los proyectos de sustitución de la planta, si es que esto fuera posible, tienen que contar con la planta misma. El horizonte del vacío, que avanza como una niebla sobre el pueblo, se suma dolorosamente a otras pérdidas de la región. El tabaco y el pimentón viven problemas de todo tipo –los ecologistas los atacaban por utilizar pesticidas–, un tribunal ordenó el derribo de la Marina isla de Valdecañas, y en la partida de los Presupuestos Generales del Estado que juega el Gobierno con los nacionalistas, esta tierra siempre lleva las de perder.Cada uno al que se le pregunta vive al borde de su propio precipicio. Los padres de Mireia González , de 42 años, montaron la empresa de materiales de construcción Majervisa que ella dirige y en la que trabajan doce personas. Últimamente se construye menos y también se reforma menos. «Hay un parón por miedo. La incertidumbre está afectando mucho. No se compran casas, no se construyen, no las reforman para guardar un colchón de dinero por lo que pueda pasar y no se cambia de coche».Navalmoral, cabeza de comarca del Campo Arañuelo, no es ese pueblo de casas en desuso, persianas cerradas y un vacío perfecto en el que los viejos esperan en los bancos a que pasen las horas o un coche forastero. Tampoco encuentra el reportero ese campo de miseria icónica como de los Santos Inocentes en los que los labriegos se orinan sobre las manos como Azarías. El alcalde Enrique Hueso (PP) explica que por estar situado en zona 2, Navalmoral no recibe dinero directamente, pero el influjo económico de la nuclear en «la ciudad», como él se refiere al municipio, es «enorme». «Almaraz es nuestra Seat de Martorell, los altos hornos de Vizcaya o el Abengoa de Sevilla. Entre lo que reciben los ayuntamientos y lo que recauda la Junta, Extremadura recauda cien millones de euros al año para una población de un millón. En Navalmoral, que es cabeza de comarca, viven 16.000 personas, pero hay Zara y franquicias, cinco colegios, tres institutos, un hospital. Afecta también a los servicios primarios. Si se cierra la central y la gente se va, todo eso también se acaba».—¿Se puede revertir el cierre?—Creemos que sí. Es cuestión de que se sigan las políticas del resto de países del mundo: Francia , Estados Unidos , Inglaterra, Polonia, China. Esta es una energía limpia y segura. No hay un solo argumento técnico, social o ecológico que esté en contra de cerrar. A nosotros nos gustaría que se construyeran más centrales, en lugar de cerrarlas.—¿A qué responde la oposición a la central?—El problema es que se ha difundido un prejuicio ideológico y no se ha sabido revertir. Esta es una energía limpia y segura, pero la gente cuando dice por ahí que trabaja en una central, se asustan de ellos. ¿Tú ves que tengamos dos cabezas o tres brazos?El milagro ecológico de ArrocampoDe nuevo se aparecen los Simpson con sus peces deformes y sus barras de uranio pegadas a los patinetes con la que los niños traviesos vuelan sobre las aceras del pueblo. También faltan el humo y la icónica chimenea asociada a la polución. Tampoco apesta. «No hay chimenea ni vapor porque este reactor se enfría por el agua de ese lago», explica Manuel Carreño, que ha aparcado su coche en la cuneta de la carretera que llega a la central entre lentiscos, alcornoques y encinas bajo las que uno se imagina agazapados liebres, perdices y lagartos, y que alfombran la dehesa con un verde mate y apagado, casi desesperado. Toda esa agua la suben desde el Tajo cinco enormes bombas, entra, refrigera la central, se calienta más que un novio y se devuelve al lago por un circuito en el que va enfriándose. Vuelve al Tajo a 28 grados en verano y a 21 en invierno y, si uno se bañara en ella, podría pensar que está en los cayos de Florida. Aquella estructura que señala Carreño es un mecanismo de seguridad. Si fallan las bombas de refrigeración, el calor del núcleo generaría vapor que pondría en funcionamiento esas bombas auxiliares. «Está todo pensado», sonríe el ingeniero, y no se advierte en sus facciones el temor de que Almaraz vaya a explotar, ni la amenaza de la nube radioactiva en el cielo de Prípiat, en Chernóbil, icono de los desastres que ha servido de combustible a la oposición a las nucleares en la zona.La temperatura superior del agua y su nivel constante durante todo el año han creado, curiosamente, un paraíso natural inesperado. Arrocampo era «un arroyo que podía saltarse un anciano con ciática». Lo cuenta en un artículo en el ‘Hoy de Extremadura’ el catedrático emérito de Ecología y de Evaluación de Impactos de la Universidad de Extremadura José Carlos Escudero. Desde 2003, la central y su embalse de refrigeración constituyen una Zona de Especial Protección para las Aves y gentes de todo el mundo acuden al centro de interpretación de Saucedilla a practicar el turismo ornitológico. La explicación a este milagro tiene dos vías. Una es el alto nivel del agua, que es la misma siempre, y otra, la temperatura. El agua que llega a la presa tiene altas concentraciones de nitrógeno y fósforo por la contaminación de Madrid, Toledo y Talavera que resulta un manjar para el plancton. «La temperatura incita a las especies a alimentarse intensamente y a reproducirse, como las personas en la playa en verano, ni más ni menos», explica el catedrático en su artículo. Los peces comen mucho plancton y crecen mucho, los pájaros comen muchos peces, los insectos se reproducen mucho y alimentan a las aves insectívoras, crecen las especies vegetales en las orillas y encuentran resguardo las garcillas, garcetas, espátulas y otros animales con alto valor ecológico. Esto es, la vida abriéndose paso en todo su esplendor. «Si se quitara la central, todo ese ecosistema moriría» , explica Carreño. Salvar supuestamente la ecología mataría la ecología. Se podría mantener a durísimas penas el nivel del agua, pero conservarla caliente costaría una fortuna. Sin la central, se irían hasta los pájaros, literalmente.’El Springfield español’En ‘el Springfield español’, un antiguo pueblo de origen medieval que se llama Almaraz, el pueblo más cercano a la central, construyeron en los 70 una colonia de trabajadores tan copiada a las norteamericanas que cuentan que las casas traían enchufes como los de Nueva York y no servían para los aparatos españoles. En aquellos días, la zona bullía de futuro y venían gentes de todo el país a buscar –y encontrar– fortuna. El tío de Samuel Martín llegó en los primeros años de los 70 de ferrallista. Venía de Salamanca y, viendo las posibilidades del lugar, llamó a sus hermanos: «Venid, que aquí hay trabajo». El padre de Samuel era albañil y el tercer hermano, Goyo, pescaba truchas en el Tormes según cuenta su sobrino. «Venían a comer aquí. Llegado un momento, alquilaron el bar y terminaron comprándolo». Mireia González, empresaria de la construcción; Enrique Huesco, alcalde de Navalmoral de la Mata; y Samuel Martín, restaurador hablan a ABC del perjuicio a toda la comarca que supondría el cerrojazo a la central GUILLERMO NAVARROSamuel cuenta la historia en aquel mismo local, el Portugal I, a la orilla de la Nacional 5 en un comedor con sillas de muebles castellanos, mantel de papel, enorme bollo de pan sobre el plato, salero, copita de vino y vaso con palillos. Su padre y sus tíos se asoman a los marcos de las fotos en las que se retrata un mundo a punto de saltar por los aires. En el 99, abrieron el Portugal II en la ruta de la plata, un área de servicio con gasolinera, supermercado con chacinas y una barra en la que caben los pasajeros de un par de autobuses. Cuando llega la recarga de la central, dan 250 comidas al día. « Si esto echa el cerrojo, intentaremos sobrevivir, pero hay otras 35 familias que tienen aquí su sustento y que no se podrían mantener». El ánimo, aquí también, pesa mucho últimamente. «No se atreven a invertir. Nadie sabe qué va a ser de nadie».Vivir en Almaraz no es cualquier cosa. De los 1.500 habitantes, 120 trabajan en el Ayuntamiento. Se ven más jardineros que en Versalles. «Las fiestas de aquí son muy famosas y acude mucha gente. Han venido a cantar Estopa, Melendi y Malú –relata, orgulloso–. Abrieron una piscina que ya le gustaría a Cáceres y te subvencionan 36 euros del recibo de la luz».—¿Es cierto que en Navidades el pueblo regala un jamón a los vecinos?—Sí —sonríe–. Antes pasaba.«Nos comíamos el mundo»En este tipo de casos, el cálculo que siempre se hace desde la distancia es el de una región X que acepta algo muy malo que le desagrada por recibir cierta cantidad de dinero. Esto implica que sus habitantes venden la tierra a cambio de recibir ese mal que detestan. En realidad, alrededor de Almaraz se entrelazan tantos recuerdos, amistades, historias, amores y lazos de todo tipo que hablan de lo bueno que resultó el proyecto. Resultaría imposible amputarlos sin matar a la comarca. Todos los vecinos que el reportero se cruza por la calle están ligados a ese reactor de una manera o de otra. «Ese que viene ahí, por ejemplo», adelanta Carreño. «Te lo voy a presentar».El ánimo pesa en Almaraz ante el cerrojo planificado. todos los vecinos están ligados a la central. «Nadie sabe qué va a ser de nadie»Se llama Isaías Martínez Peñá, tiene 72 años, vino de Burgos en el 76 y al jubilarse como trabajador de mantenimiento, se quedó en Navalmoral: «¿Adónde voy a ir yo, si mi vida es esto?». En la galería del móvil localiza unas fotos magníficas de aquellos días en los que llegó siendo un pibe y se aparece vestido con un mono blanco abierto hasta el pecho, enjuto y bajito, pero recio y fibroso. Lo acompañan unos tipos con casco como una versión de los Village People en veinteañeros hombretones, ibéricos y nucleares. Venía de estudiar en un colegio, había manejado una lima «como mucho»y no había cogido nunca un soplete. De pronto se vio en Almaraz moviendo motores de tantos mil kilos con los ojos como platos. «Entré en montajes especiales e hicimos la pinza del reactor. Aluciné. La cúpula del uno estaba terminada. Ganábamos dinero, éramos jóvenes, nos comíamos el mundo, ¿sabes? Íbamos de juerga todos los días». En la sala Flipper conoció a su mujer, y hasta hoy. «A la central le hemos dado parte de nuestra vida, pero hemos recibido mucho también. Si se cerrara, me daría mucha pena», dice Isaías, y se queda en silencio pensativo, desconcertado. No se lo puede creer.

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