Manuel Gutiérrez Aragón (Torrelavega, Cantabria, 30/03/1942) es un sabio en toda la extensión de la palabra. Su producción cinematográfica como director, con títulos como ‘Demonios en el jardín’, ‘Maravillas’, ‘Camada negra’ (Oso de plata al mejor director en el Festival de Berlín ), o ‘Todos estamos invitados’ dan la talla de un realizador que lo primero que quiso es ser guionista y así, compaginando la carrera de Filosofía y Letras, entró en la Escuela Oficial de Cine : con el sueño de guionista y por las bellezas que por allí desfilaban. Le deslumbró el cielo azul, a él, que venía de las «tierras umbrías de Cantabria» en el año 62. Recuerda las clases, si se pueden llamar así, que impartía Luis García Berlanga en la cafetería Manila, con su aire acondicionado y el método socrático de las preguntas que utilizaba con sus discípulos el genio valenciano. Gutiérrez Aragón cuenta también con un ramillete de novelas aclamadas por la crítica, pues lo que hace es cambiar el modo de cambiar historias. Miembro de la RAE, son muchos quienes le recuerdan el quiebro sentimental que les supuso la publicación de ‘La vida antes de marzo’ o ‘Cuando el frío llegue al corazón’. Miembro de la Real Academia de la Lengua (RAE), incide en un punto que ha venido pasando de largo a los dialectólogos de tronío y que él sostiene con conocimiento de causa. Él refiere que la expresión de las clases populares de Carlos Arniches no fue un fenómeno que el comediógrafo levantino usó de la observación de cómo se empleaba el habla en las calles y en las corralas. Muy al revés, sostiene que el éxito de sus obras llevó al pueblo de Madrid a ir utilizando sus giros conversacionales y sus acentos. Acentos, quizá, de su Chamberí dilecto.Noticia Relacionada Entrevista estandar Si Pablo Puyol: «Soy un ‘malagadrileño’, porque esta ciudad me lo ha dado todo» Jesús Nieto Jurado Adora, por motivos sentimentales, la calidez de pueblo que transmite la céntrica plaza de la Villa—¿Qué fue lo primero que le llamó la atención de Madrid?—A mí, que venía de tierras umbrías, lo primero que me llamó la atención fue la luz; el cielo azul. —El joven aspirante a todo que viene de Torrelavega en el año de gracia de 1962, ¿qué Madrid se encuentra?—Lo que recuerdo es que vine con una maleta enorme, amarrada con cuerdas. No se descubrió por aquel entonces que las maletas pudieran tener ruedas. Llegué un expreso que venía de Santander. Fui al colegio San Juan Evangelista. Encontré allí mis primeros amigos, me aficioné e introduje en la política y en la filosofía, que es lo que vine a estudiar. —También ingresó en la Escuela de Cine…—Ingresé con el mero fin de ver películas. No tenía intención de ser director, en todo caso guionista. Entonces la Escuela de Cine estaba en la calle Monte Esquinza, que había sido un antiguo palacete de la embajada marroquí, tan viejo y entrañable. Había molduras y águilas. Allí estaban las vetustas cámaras, las grúas inservibles. Aquella fue la cuna de Berlanga, de Erice, o de yo mismo. — ¿Guarda alguna anécdota de aquella escuela?—Pues conocer a un actor que llegaba dando voces, diciendo que era el mejor director del mundo, que teníamos que tenerlo en cuenta. Era 1962. Hablo de un jovencito Juan Luis Galiardo. Le llamábamos John Gali por su nombre en los wésterns. Y recuerdo también a las chicas, a las actrices, que eran guapísimas, y en un mundo aburrido como el del franquismo, el acercarse al mundo del cine era algo glamuroso y de costumbres libres.—¿Libre?—Existía la vigilancia, claro. Pero la Escuela era una burbuja donde hacíamos y veíamos nuestras películas, que no se podían proyectar fuera.—De Berlanga quería yo hablarle. ¿Qué imagen sería equivalente, en estos tiempos que corren, a aquella apócrifa de un cura saliendo de Pasapoga?—Sería la de un político conocido saliendo de una sala de masajes. Berlanga nos daba una suerte de clases pero no exactamente en la Escuela. Las daba en la calle Génova, en la cafetería Manila, con el aire acondicionado. También preguntaba cosas, usaba un método socrático.—¿Qué era para usted la Gran Vía entonces?—La Gran Vía era emblemática: era la señal de que estabas donde había que estar. Para que te proyectaran en provincias. Había otros cines donde quizá te vieran más. Pero había que estar en la Gran Vía.—¿Pasa usualmente por la Gran Vía?—Procuro no pasear por allí. —¿Por dónde lo hace o hacía?—Pues siempre he sido un ser muy paseante. Entonces pasaba por la glorieta de Bilbao, que era como un pequeño pueblo. Íbamos de bar en bar y acabábamos en el Café Comercial, que era un sitio de citas. De quedar allí todo el mundo. Hablábamos de guiones… Luego había lugares clandestinos.—Que eran en…—En un local que se llamaba El laurel de Baco, cerca del Arco de Moncloa. O en los bajos de Argüelles a horas intempestivas, evidentemente. —¿Cuál es el actor que mejor lleva el pendón de lo que significa Madrid? Presente o pasado…—Quizá fuera Tony Leblanc, que sabía hacer muy bien esos acentos de Madrid, que eran los de Carlos Arniches. Ocurre una cosa curiosa: no era Arniches quien copiaba el habla de la gente, sino al revés. Es un hecho.—¿Me dice una película suya que más Madrid tenga en su ADN?—’Maravillas’. La rodé mientras se estaba construyendo Azca. Y Luis Fernández- Galiano, historiador de la Arquitectura, utilizó siempre esa película como ejemplo de la transformación del Madrid con casas de la burguesía en ese Madrid de los rascacielos que en principio fue Azca. Citaría las de Eloy de la Iglesia, en las que salen mucho los barrios, que ya no eran los de chulapos. O las de Almodóvar con su retrato de la burguesía incipiente de Moratalaz.
![Manuel Gutiérrez Aragón: «La Gran Vía era emblemática, pero ahora procuro no pasear por allí» Manuel Gutiérrez Aragón: «La Gran Vía era emblemática, pero ahora procuro no pasear por allí»](https://ayuser.org/wp-content/uploads/2025/02/1491690616_20250206145702-RwgjqHpkuR0aJh6I2Z0PYIN-758x531@diario_abc-squLQG.jpeg)
Leave a Reply