Caminando entre las calles del municipio valenciano de Massanassa aún se pueden apreciar los restos de barro en muchas de las fachadas que todavía esperan poder ser limpiadas. La mayoría de los comercios locales continúan cerrados y en su avenida principal llama la atención que los semáforos, aunque se mantienen en pie, siguen sin funcionar .«Si miras al asfalto se ven las marcas de haber arrastrado los coches. Está roto. Y todos los garajes se mantienen abiertos, para que ventilen. Todavía huele a barro », explica María Yuste , una de las tantas vecinas afectadas. Ella y su familia, de ocho miembros, han vivido de cerca el horror que la Dana dejó en la Horta Sud hace poco más de cien días . «Yo estaba trabajando en Valencia, por la mañana cayeron apenas unas gotas pero nada reseñable. Sabíamos que en la zona de Utiel y Requena sí que había inundaciones y estábamos pendientes, pero nadie imaginaba que fuese nada más que una gota fría que tan bien conocemos los valencianos ». El agua y el corte de las vías de comunicación la obligó a quedarse en la capital durante tres días, hasta que pudo volver a casa. Caminando, como tantos y tantos voluntarios. Massanassa crece bordeada por el Barranco del Poyo , que la separa de la localidad de Catarroja , también afectada. En uno de los tantos puentes que une ambos municipios se pueden observar restos de velas ya que cada día 29, igual que el día de la tragedia , los vecinos se reúnen en recuerdo a las víctimas. Las vallas de seguridad siguen rotas y enredadas con los escombros y las cañas que el agua arrastraba aquella tarde, junto con cintas de la policía. Las obras de rehabilitación comenzaron hace pocos días. «La parte donde desbordó era una zona verde en la que los vecinos salían a pasear. También había un parking donde la mayoría aparcábamos los coches. Ya no queda nada ».Más de 600 kilómetros separan este pueblo valenciano de los corazones de Sara Sodi , en Cádiz, y de David Cornejo , en Lora del Río, que se removían ante las imágenes de la catástrofe. Esta pareja, de 26 y 29 años, confiesa que consultaba compulsivamente las noticias aquellos días mientras se preguntaban qué podían hacer ellos para ayudar. «Me generaba mucha ansiedad ver toda la situación y pensar que somos jóvenes, tenemos un coche muy grande y podíamos ir a hacer algo », relata Sara. Por su parte, David cuenta que, aunque quería desplazarse hasta la zona afectada, su trabajo como agricultor y lo avanzado de la campaña de la aceituna, se lo impedían «es la semana más importante del año», señala. Pero cuatro días después de la tragedia, los dos pusieron rumbo a Valencia. «Fuimos a hacer la compra y vimos que la gente estaba llenando carros hasta arriba para donarlos. Nos conmovió tanto, que le dije a David que nos íbamos ya», relata Sara. «Moví los contactos que pude con gente del Ayuntamiento de Lora y de la Hermandad de Nuestro Padre Jesús , –explica David– conseguimos llenar nuestro coche de todo lo que pudimos y salimos hacia Valencia con la intención de volver una semana después». Iban sin un rumbo determinado pero confiesan que buscaban el municipio de Catarroja porque «era el que más sonaba». Al llegar, la visita de los reyes les impidió entrar y acabaron en Massanassa. «No lo habíamos oído nunca, pero el pueblo estaba muy mal, allí no había llegado nada de ayuda».La fuerza de los voluntariosA María se le llenan los ojos de lágrimas cuando habla de los voluntarios. «Era sobrecogedor», asegura y explica que una de las primeras cosas que faltó en las casas fue el café pero que «la gente del pueblo vivía de la energía que transmitían los voluntarios ».En la Plaza País Valencia, donde vive, el agua llegó a alcanzar hasta dos metros de altura. «Ahí murieron dos vecinos, era un matrimonio mayor», señala, con la voz emocionada, Lolita Martínez, la abuela de María. Esta plaza se convirtió en un lugar estratégico después del paso de la Dana porque en la iglesia que la preside se instaló el primer punto de ayuda .Fue ahí donde las vidas de Sara, David y María se cruzaron. «Estaban con un coche enorme y llevaban una pegatina de Lora del Río. Sabía que era Andalucía y me impactó que hubiesen venido desde tan lejos », explica María.Después de unos momentos de charla, Sara y David ya estaban más que invitados a instalarse en casa de la familia Yuste. « Somos muchos en casa, pero no importó, nos apretamos . No íbamos a permitir que quienes habían venido a ayudar, pagasen un alojamiento». Y así, los valencianos y los andaluces se convirtieron en familia.Solo una semana hizo falta para que los unos y los otros forjaran unos lazos tan fuertes que hasta se olvidaban de la catástrofe. « Las noches eran el mejor momento . Habíamos trabajado todo el día, nos sentábamos en la mesa a cenar y todo eran risas, como si nada estuviera pasando fuera», recuerda David con una gran sonrisa. Una familia, doce pares de botas «El barro nos llegaba por encima de las rodillas, había que sellarse las botas para que no entrase», explica David mientras recuerda los días que trabajó como voluntario en Massanassa. «La familia que nos acogió se levantaba cada día y salía a la calle a ayudar, a repartir comida caliente entre sus vecinos… no paraban». Al llegar la noche, se reunían todos en torno a la mesa: María Yuste, sus padres, sus cuatro hermanos, la abuela, Sara Sodi, David Cornejo y Carlos y Montse, otros dos voluntarios a los que la familia también hizo un hueco aquellos días. Todos coinciden en que ese era el mejor momento de la jornada. Las anécdotas del día y las historias para conocerse un poco mejor convertían las cenas en un escenario perfecto para forjar una unión sólida, basada en el respeto y la gratitud. «En esos momentos no importaba la ideología ni la procedencia ni nada que no fuese la ayuda a los afectados. Simplemente eran personas buenas de corazón». En la puerta de la casa, doce pares de botas. El barro no pasaba de ahí. «En casa se quedó un vacío cuando se fueron , les decíamos que tenían que venir cuando las calles estuvieran limpias», explica María. Algo que se tomaron al pie de la letra: el 29 de diciembre, dos meses después, David y Sara volvieron a Massanassa , de nuevo con el coche cargado de ayuda, para pasar todos juntos el fin de año. « Son nuestra familia , teníamos que despedir juntos este desastre de año », asegura Sara.De la segunda visita, David destaca la primera vez que vio el suelo de las calles. « Solo conocía el pueblo lleno de barro », aunque reconoce que lo mejor fue que la sensación de calidez y familia seguía más viva que antes de irse. «Ellos fueron lo mejor de toda esta situación catastrófica », apunta Sara. La Dana entrelazó las vidas de estos tres jóvenes en una unión que poco entiende de kilómetros. « Yo sé que nuestra historia no es la única, somos muchas las familias agradecidas a todos los que pararon sus vidas para venir a ayudarnos desde muy lejos».De aquellos días han pasado más de cien , en las calles todavía queda mucho por hacer para volver a la normalidad, pero estas vidas que la catástrofe ha fusionado jamás volverán a ser las que eran. Ahora son mejores.
![Los lazos de la Dana: una unión entre Andalucía y Valencia Los lazos de la Dana: una unión entre Andalucía y Valencia](https://ayuser.org/wp-content/uploads/2025/02/IMG_8906-k3JF-U702339744052E-758x531@diario_abc-uyxCl7.jpeg)
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