Al estar especializada en música , la periodista neoyorquina Liz Pelly no fue un cliente tipo de Spotify cuando la plataforma sueca desembarcó en Estados Unidos en 2011: le llegaban multitud de discos de promo y apenas tenía tiempo para escuchar más cosas. Pero al ser ‘ freelance ‘, carecía del dinero suficiente para sobrevivir con sus textos y se pluriempleó trabajando en salas de conciertos, donde conoció de primera mano los problemas y necesidades de los músicos . Sus quejas por la baja remuneración obtenida del mercado del ‘streaming’ la animaron a investigar los entresijos de Spotify y, ante la falta de transparencia de la compañía, se las ingenió para hacer contactos en su plantilla que le permitieron descubrir mecanismos de funcionamiento que podrían estar afectando gravemente a los intereses de los suministradores de contenidos, o sea a los artistas.Fue entonces cuando entendió que éstos no sólo salían perjudicados por la ínfima tasa de royalties desembolsada por Spotify, sino también por la gestión de las listas de reproducción creadas por la plataforma . El nacimiento de Spotify se vendió como la articulación digital de la meritocracia definitiva: todos los artistas del mundo tenían la misma oportunidad de ser escuchados en un medio neutral. Pero cuando en 2013 Spotify contrató a un equipo de editores para elaborar playlists oficiales, se abrió la puerta a la influencia de los más fuertes o, dicho de otra forma, a una nueva forma de payola. Y también a otras prácticas de dudosa ética.Liz Pelly, gracias a sus ‘topos’ dentro de la empresa, descubrió un sistema de retorno económico que recuerda al que trenzaron la SGAE y varias cadenas de televisión para sacar beneficios mutuos y sospechosamente abultados de las emisiones musicales de madrugada, lo que vino a llamarse ‘ la Rueda ‘. En el caso de Spotify, el truco se llama Perfect Fit Content (PFC, ‘contenido de ajuste perfecto’ en castellano), cuyo punto de partida es la inclusión de artistas ‘fake’ o ‘fantasma’ en las playlists más populares de la plataforma.Noticia Relacionada MÚSICA estandar Si Auge, caída y retorno de Teddy Bautista: «Creo que Google tenía un despacho en Ferraz» Javier Villuendas El músico regresa al arte después de diez años de calvario judicial, del que ha salido absuelto«Durante años, me referí a los nombres que aparecían en estas listas de reproducción como ‘ artistas virales misteriosos ‘», explica Pelly en su libro ‘ Mood Machine: The Rise of Spotify and the Costs of the Perfect Playlist ‘, que ha suscitado enorme interés en la prensa especializada de medio mundo, y cuyos puntos clave son desgranados por la autora para ABC en una videollamada desde su apartamento en Brooklyn. «Estos artistas solían tener millones de ‘streams’ en Spotify y un lugar de honor en las listas de reproducción temáticas de la compañía, compiladas por un equipo de comisarios internos. A menudo tenían el distintivo de artista verificado de Spotify, pero eran claramente falsos. Sus ‘sellos’ aparecían a menudo como empresas de música de stock, como Epidemic, y sus perfiles incluían imágenes genéricas, posiblemente generadas por inteligencia artificial, a menudo sin biografías de artistas ni enlaces a sitios web. Las búsquedas en Google no daban ningún resultado».Viaje a SueciaEn 2022, Pelly decidió viajar a Suecia para investigar sobre el terreno. Habló con un periodista local que le dio evidencias de varios ejemplos de artistas fantasma, e incluso intentó comprobar si alguno de ellos existía físicamente. «Fui a la dirección de uno de los sellos fantasma y llamé a la puerta, pero no tuve suerte. Conocí a alguien que dirigía una de las productoras, pero no quiso hablar», cuenta la reportera, que se preguntó: «¿ Por qué se añadían las canciones de estos artistas fantasma a listas de reproducción tan populares de Spotify? Sabíamos que los artistas fantasma estaban vinculados a determinadas productoras y que estas producían un número desorbitado de canciones, pero ¿cuál es su relación con Spotify?».Pelly habló con antiguos empleados de Spotify, tuvo acceso a sus registros internos y sus foros de Slack, y se percató de la existencia de « un elaborado programa interno » desconocido para cualquier persona ajena a la plataforma. «Descubrí que Spotify no sólo tiene acuerdos con una red de productoras que, como dijo un antiguo empleado, proporcionan a Spotify ‘música de la que nos beneficiamos económicamente’, sino también un equipo de empleados que trabajan para incluir estas canciones en las listas de reproducción de la plataforma. De este modo, trabajan para aumentar el porcentaje de transmisiones totales de música más barata para la plataforma». Es a este sistema lo que Spotify llama PFC, «un programa que plantea perspectivas preocupantes para los músicos en activo», asegura Pelly. La aplicación Spotify crea listas de reproducción Alexander Pohl/NurPhoto via ZUMA Press«Algunos se enfrentan a la posibilidad de perder unos ingresos cruciales si sus temas no se incluyen en las listas de reproducción o se sustituyen por los pertenecientes al PFC; otros, que graban ellos mismos la música PFC, a menudo deben renunciar al control de ciertos derechos de autor que, si un tema se hace popular, podrían ser muy lucrativos. Pero también plantea cuestiones preocupantes para los que escuchamos música. Plantea la imagen de un futuro en el que, a medida que los servicios de ‘streaming’ relegan la música a un segundo plano y normalizan el relleno anónimo y de bajo coste de las listas de reproducción, la relación entre oyente y artista podría romperse por completo ».El truco se llama Perfect Fit Content (PFC), cuyo punto de partida es la inclusión de artistas ‘fake’ o ‘fantasma’ en las playlists más populares de la plataformaUn año después de que el PFC entrara en funcionamiento, Pelly constató que Spotify lo presentó a sus editores como una de las nuevas apuestas de la empresa para lograr rentabilidad. Según un antiguo empleado, unos meses después apareció una nueva columna en el panel de control que los editores utilizaban para supervisar las listas de reproducción internas, que mostraba estadísticas como reproducciones, ‘likes’ o tasas de omisión. De pronto, justo en la parte superior de la página, los editores podían ver el éxito de cada lista de reproducción con «música encargada para encajar en una determinada lista de reproducción con márgenes mejorados», como se describía internamente al PFC.Los editores pronto fueron animados por los altos cargos, cada vez con más insistencia, a añadir canciones de PFC a determinadas listas de reproducción, tal como uno de ellos confesó a Pelly: «Al principio nos pasaban enlaces con mensajes en plan: «No hay ninguna presión para que las añadáis, pero si podéis, sería estupendo». Pero luego se volvieron más agresivos ». «Poco ético»Según ha podido averiguar Pelly, algunos editores se mostraron reacios a esta práctica, ya que en un canal de Slack dedicado a discutir la ética del ‘streaming’ los empleados debatieron sobre la equidad del programa PFC y uno llegó a postear: « Me pregunto cuánto ‘roban’ estas reproducciones a los artistas ‘normales’ de verdad» . A partir de entonces, la empresa empezó a incorporar redactores que parecían menos molestos por el modelo PFC, que poco después pasó a ser gestionado por un pequeño equipo llamado Strategic Programming (StraP), que en 2023 contaba con diez miembros. «Aunque Spotify niega que esté intentando aumentar la cuota de ‘streams’ de PFC, mensajes internos de Slack demuestran que miembros del equipo StraP analizan el crecimiento trimestre a trimestre y discuten cómo aumentar el número de ‘streams’ de PFC », revela Pelly en su investigación. De vuelta en EE.UU., conoció a un ingeniero de sonido que realizó grabaciones ambientales para una productora de contenidos PFC, y le dijo que había dejado de hacer ese tipo de música porque «le parecía poco ético, como una especie de esquema de blanqueo de dinero» Y sí, parece poco ético, pero es totalmente legal . Igual que ‘la Rueda’, cuyo caso acabó siendo archivado.España: un comunicadoAquí en España, ABC ha intentado hablar con empleados de Spotify sobre este tema. Pero la compañía puede confiar en la ‘omertà’: todos fueron leales y remitieron al correspondiente departamento de comunicación, que ha respondido a la consulta de este periódico con un comunicado que habla más por lo que no dice que por lo que sí, ya que en ningún momento niega la existencia del PFC . «Spotify prioriza la satisfacción del oyente y las decisiones de programación de nuestros editores de listas de reproducción se centran en la música que conecta de forma positiva con los usuarios. Existe una demanda de nuestros oyentes por música que se adapte a ciertas ocasiones o actividades, incluyendo música para el estado de ánimo o música de fondo. Al igual que toda la música en Spotify, ésta está licenciada a Spotify por los titulares de derechos y, aunque los términos de cada acuerdo varían, ninguno garantiza la inclusión en ninguna lista de reproducción. Spotify no dicta cómo los artistas presentan su trabajo, incluyendo si publican sus canciones con nombres reales, bajo un nombre de una banda o un seudónimo».Pelly no conoce cuánto supone el PFC para las arcas anuales de Spotify, pero afirma que « sin duda les está ahorrando dinero y perjudica a los artistas reales» , y asegura que el secretismo de la compañía «sólo alienta el interés de los investigadores como yo para descubrir qué más hay detrás de todo esto». No tiene constancia de que Deezer, Tidal y otras plataformas de ‘streaming’ estén haciendo lo mismo «todavía», pero asiente cuando le comentamos que si la realidad es como la describe, la meritocracia que este sector enarbolaba en sus inicios es ahora una completa falacia. «Aunque en mi opinión, empezó a serlo cuando introdujo la publicidad gratis para las multinacionales con las que llegaron a un acuerdo», concluye la periodista, que se despide entre risas ante la última pregunta: «No, desde que se publicó no he recibido ninguna llamada amenazante en mitad de la noche».
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