Es miércoles, el primer día de apertura de Santa María del Chicu, el nuevo negocio que las monjas excomulgadas han decidido arrancar en Arriondas (Asturias). El primer «restaurante de clausura» del mundo, como lo han bautizado, en su empeño en mostrarse como emprendedoras y creativas. El día anterior había sido la presentación a la prensa, pero ABC no era bienvenido . «Me dicen que no es apropiado que vayas y que tienen reservado el derecho de admisión, lo siento mucho, no se sentirían cómodas», nos respondía su jefe de prensa tras mucho insistir.Sin embargo, a pesar de la negativa, no podíamos dejar pasar la oportunidad de hablar directamente con las protagonistas del primer cisma del siglo XXI ahora que aliviaban su enclaustramiento como cocineras de un restaurante . Todos los intentos anteriores, por teléfono, correo electrónico, redes sociales o directamente en Belorado , habían sido infructuosos. Ahora, la ocasión estaba a tiro del viejo y poco creativo truco de reservar la mesa con otro nombre.«Restaurante de clausura » es un oxímoron. De hecho, ha sido una de las cuestiones que más han tenido que explicar desde que se conoció su iniciativa. Combinar un establecimiento público con el retiro al que se comprometieron cuando profesaron como clarisas parece una misión compleja. Máxime cuando, con su ruptura con Roma y su negativa a aceptar cualquier reforma posterior al Concilio Vaticano II, dicen regirse por el Código de Derecho Canónico de 1917 , que establecía para las contemplativas la denominada «clausura papal» , un grado más estricto de enclaustramiento que prohíbe a las religiosas cualquier trabajo fuera del monasterio.Noticia Relacionada El oro de Belorado estandar No La exabadesa acumulaba lingotes mientras pedía para «subsistir» José Ramón Navarro-Pareja Vendieron oro por un valor de 300.000 euros, que se ingresaron en su cuenta personal y no en las de los monasteriosExplicaron que, igual que cuando atienden una hospedería no abandonan la zona de clausura, en este caso, su labor se reduciría al trabajo en la cocina y el trato con los clientes quedaría en manos del personal contratado y voluntario que atendería la sala. Pero lo cierto es que, con el reojo puesto en dos paisanos que apuran sus copas de vino acodados en la barra, apenas consigo apartar la mirada de la puerta batiente que divide el restaurante de la cocina. Cada instante en que los camareros empujan el portón en busca de los platos, cada vaivén, nos regala un instante de ruptura efímera de esa clausura que las exclarisas de Belorado se han autoimpuesto. Un breve resquicio en el que percibimos, alternativamente, a sor Sión, sor Myryam o sor Alma, mientras se afanan, entre fogones y pucheros, para servir a tiempo las comandas.Por lo demás, el menú que ofrecen las exclarisas es una comida de batalla, un «yantar recio», como escucho definirlo en la mesa de al lado, ajustado al lugar (un pequeño y rústico comedor de diez mesas) y al precio: 15 euros los días laborables y 18 los fines de semana . En el día de su estreno han optado por dos primeros a elegir (pasta a la boloñesa o negritos con arroz), dos segundos (chuletas de cerdo o muslos de pollo) y postre. Para beber, «agua, vino y casera». Todo en dos turnos, a las 13 y a las 15 horas. No extraña encontrar en las mesas el uniforme de camisa fosforescente y pantalones de trabajo de unos instaladores eléctricos, la cuadrilla atraída por las generosas raciones o los matrimonios de jubilados que vienen a «conocer a las monjas de la tele».veritatis_splendor_0717«Estamos a tope»Es el primer día y el restaurante está a pleno rendimiento con una veintena de comensales en cada turno. «¿Tiene reserva?», pregunta el encargado al entrar. «Lo siento, es que estamos a tope, llévese la tarjeta y llame antes», les explica a quienes insisten. En la sala se perciben los nervios del arranque . «Les he explicado que hay que tener siempre un plan B, como ahora que se ha acabado el pollo y lo hemos cambiado por codillo, todavía van muy perdidas con las cantidades porque no están acostumbradas a esto», justifica el improvisado jefe de sala, vinculado con la familia que les ha alquilado el hotel , y que sí que tiene experiencia en hostelería.La experiencia gastronómica es acorde con lo prometido. Un «yantar recio» de cantidades generosas, sabores tradicionales y un producto de calidad en relación con el precio. El vino es peleón y, en algunos casos, fallan las cocciones, como un arroz excesivamente pasado o el rebozado gomoso de los escalopines al cabrales, quizá fruto de la precipitación con la que han tenido que sustituir otra vez la opción en el segundo, al quedarse sin codillo. Aunque el error imperdonable , por lo menos en los inicios, es que los postres -como en los frixuelos, demasiado gruesos, por cierto-, se ofrezcan con chocolate y nata de factura industrial, cuando la fama, antes del cisma, les llegó por su magistral manejo del cacao en trufas, rocas y bombones. «No les ha dado tiempo a montar el obrador, pero en el futuro sí que queremos ofrecerlo», justifica sonriente el jefe de sala.Se percibe la buena intención y las ganas de agradar, pero la comida no hará del restaurante un lugar de peregrinación. Quizás sí contribuya su fama mediática, que, a juzgar por los comentarios, era el principal motivo que nos había llevado hasta allí a la mayoría de comensales. Además, con ese ticket medio, los 1.600 euros mensuales de alquiler y los gastos en productos, suministros y sueldos, tampoco parece la iniciativa que les vaya a sacar de la pobreza que profesan las clarisas ni de la ruina en la que dicen estar sumidas desde que sus cuentas fueron intervenidas por el comisario pontificio, aunque, como hemos contado desde ABC , su quiebra económica es muy anterior. Quedan las dudas de si la labor del restaurante y el cuidado del criadero de perros que han comprado a unos kilómetros -el objetivo inicial que les ha llevado hasta Asturias-, les dejará mucho margen para su vida contemplativa y de comunidad.Sor Sión con el autor del reportaje ABCAcaba el segundo turno y el comedor queda vacío. Pagamos la cuenta. Las exreligiosas han cumplido con su promesa y, lejos de emular a los cocineros estrellados que salen al encuentro del comensal, han respetado la frágil clausura de la cocina. La última opción para acercarse hasta ellas es comprar algunos de los productos del obrador de Belorado que ofrecen en la tienda que han montado en la recepción del antiguo hotel, reconvertida en actualizado torno.Es sor Sión quien sale a atenderlo. Explica sin prisas el proceso de elaboración de los palitos de chocolate. «Están rellenos de naranja confitada que traemos desde Girona», precisa. «Todavía no los hacemos aquí porque tenemos que instalar las máquinas del obrador». «¿Te puedo hacer una foto?», le pregunto. « Y un selfie, si quieres», contesta . Entiendo que antes de la despedida ha llegado el momento de la confesión. «Soy periodista, he escrito bastante de vosotras, y como ayer no quisisteis que viniera…», le revelo. «¡Ah, ya sé quien eres! Navarro, ¡claro! ¡qué alegría verte!», responde sonriente. Percibo que es sincera. Desvelada ya la identidad, llega el momento para la conversación, y también los reproches. Por su parte, los artículos publicados en los que hay datos, asegura, que no son reales. Por la mía, el no haber sido atendido en casi un año. Y de ahí a preguntar sobre los motivos reales de sus decisiones y a conjeturar sobre el futuro de la vida religiosa en una larga conversación de cerca de dos horas y la promesa de un reencuentro para seguir profundizando. Pero todo eso ya es materia de otra crónica. En todo caso, siempre quedará la opción de volver al restaurante y esperar ese instante en el que se abre la cocina. Así funciona Santa María del Chicu , aunque con cada batir de la puerta de la cocina me sigo preguntando si la frágil clausura se rompe sólo para ellas o también para mí.

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