Santa Isabel, 24 de septiembre de 1979. Francisco Macías aparecía por una de las entradas del cine Marfil para asistir al juicio que lo llevaría ante el pelotón de fusilamiento. En sus últimas horas de vida, el dictador que había devastado Guinea Ecuatorial y exterminado a su población durante once años se mostró insolente y cobarde. Una vez en el escenario, lanzó una mirada de superioridad y despreci que enmudeció al público de golpe. Todavía era capaz de paralizar del miedo a los que habían sido sus súbditos hasta hace nada.Sentado en una vulgar silla de plástico, cuando el presidente del tribunal declaró abierta la sesión, intentó sublevarse ante su inminente final: tomó la palabra con desesperación, gesticuló de forma exagerada, negó sus crímenes, repartió culpas y, por último, pidió clemencia. Lo cuenta Antonio Caño (Martos, Jaén, 1957), que estaba allí como corresponsal de la agencia EFE, cubriendo la detención, el juicio y ejecución de Macías tras el golpe de Estado de su sobrino, Teodoro Obiang .Quinientos espectadores habían conseguido butaca en aquella antigua joya de la arquitectura colonial para presenciar el histórico momento. Macías compareció con una venda en el brazo izquierdo. No tenía más heridas ni aparentaba estar enfermo, pero aquel vendaje era la primera muestra de debilidad que el caudillo había mostrado en toda su vida. Aunque no pudo evitar amonestar a los miembros del tribunal una vez más, como si aún estuvieran a su servicio, finalmente admitió: «Sé que ya no tengo el poder, eso lo asumo».Noticia Relacionada estandar No La oposición de Guinea Ecuatorial pide a la ONU que intervenga ante la «intromisión» de mercenarios extranjeros en el país Andrés Gerlotti Slusnys El opositor Engonga advierte sobre la presencia de soldados rusos, bielorrusos, israelíes y ugandeses contratados por el régimen de Obiang para «consolidar» la sucesión de ‘Teodorín’ en el poderCinco días después, al caer la tarde, fue acribillado a balazos y su cadáver enterrado, durante la madrugada, en una fosa anónima del cementerio de Santa Cruz, en aquella misma ciudad que se rebautizó como Malabo. El presidente ejecutado, el primero de Guinea Ecuatorial tras la independencia de 1968, es el protagonista de ‘El monstruo español’ (La Esfera de los Libros), el ensayo en el que Caño narra el ascenso de este obediente empleado de la administración colonial española que se convirtió en uno de los peores tiranos de la historia de África. Un psicópata«Era un psicópata con una ambición desmedida de poder y una completa ausencia de límites morales. Si me pides una definición de los tiranos con los que me ha tocado tratar a lo largo de mi carrera, la mayoría responden a esas características. El título recoge los dos aspectos más determinantes para mí de su figura, que era un monstruo y era español», explica el autor a ABC, en referencia a la responsabilidad de España en que Macías llegara al poder y el importante papel que jugó Antonio García-Trevijano. ‘El hombre que sabía demasiado’ , como le definió ABC en su obituario a este abogado antifranquista hace siete años, participó en un proceso que nació en medio de un fuerte enfrentamiento dentro del régimen franquista, entre los partidarios del vicepresidente, Luis Carrero Blanco, que quería retrasar la emancipación y mantener los intereses económicos españoles, y los del ministro de Asuntos Exteriores, Fernando María Castiella, que buscaba consumarla de forma amistosa para mejorar la imagen internacional de España. Cuando finalmente se aprobó la celebración de una Conferencia Constitucional en Madrid entre octubre de 1967 y julio de 1968, Macías, un personaje poco relevante en ese momento, se presentó como candidato a dirigir el país con el aval y el asesoramiento de García-Trevijano. Para el periodista, lo más grave fue la indiferencia que la metrópoli mostró hacia la persona que debía ponerse al frente del nuevo Estado nacido el 12 de octubre de 1968. Nadie se tomó el tiempo necesario para buscar y formar al mejor presidente. Que Macías ganara las elecciones «prometiendo el paraíso con el que los guineanos soñaban» fue fruto de esa improvisación y desinterés. Su llegada al poder es, en palabras de Caño, «responsabilidad parcial de España, por mucho que su nombramiento fuera el resultado de unas elecciones insólitamente limpias». Elecciones democráticas«Es muy llamativo que Franco fuera capaz de organizar un referéndum limpio, una Constitución perfectamente asimilable por cualquier país democrático, con sus libertades, derechos y partidos políticos, y unas elecciones que recibieron el aval de la comunidad internacional, mientras en España seguía sumida en una dictadura», explica.En cuanto a las motivaciones de García-Trevijano, Caño apunta a que, como antifranquista declarado que era, pretendía imponer a su candidato para desacreditar al régimen: «Era un conspirador muy ambicioso e inteligente. Una persona sin escrúpulos que dominaba el mundo de las conjuras, algo que demostró en toda su actividad política. Es imposible que Macías por sí solo hubiera podido conseguir lo que consiguió. Tuvo la gran habilidad de alzar a la persona que menos contaba, aunque luego cerró los ojos ante el resultado de su obra. Jamás pidió perdón». El Gobierno de Franco también se desinhibió de toda responsabilidad cuanto la situación se complicó. Desde que en mayo de 1969 los españoles fueron expulsados de Guinea a punta de pistola, dejando el terreno libre para los desmanes del tirano, nunca más, ni en dictadura ni en democracia, España volvió a ocuparse seriamente de su antigua colonia. «He leído varios informes de organizaciones humanitarias que hablan de 40.000 o 50.000 muertos y más de 100.000 exiliados en una década, aunque en realidad nunca hubo una comisión que lo investigara», subraya Caño.John Bennett , uno de los más críticos embajadores que Estados Unidos tuvo en Malabo, comentó en 2009: «Hacia 1978, el método más común de ejecución era aplastar el cráneo con una barra de hierro. El condenado debía tumbarse con la cara mirando al suelo. Su cabeza era golpeada hasta que era convertida en pulpa». Entre quienes más disfrutaban de ese «espectáculo» figuraba el jefe de seguridad del régimen, Obiang, que en su «golpe de libertad» de 1979 le derrocó. La ejecución de su tío abrió las puertas a una nueva dictadura.

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