A las ocho menos cinco el Rey abandonaba la plaza. Una marabunta lo aguardaba en el umbral mientras la pólvora vestía de niebla las calles. «¡Felipe, torero!», exclamaron unos jóvenes que se partían la camisa cuando Su Majestad pasó por delante. La mano, en el corazón; el beso, al cielo. Por las ausencias… Con un minuto de silencio, roto por los «¡vivas!» al Rey, un grito de «¡Pedro Sánchez es el culpable!» y suspiros de dolor, había arrancado la tarde después de la visita sorpresa de Felipe VI a Torrente para abrazar a los afectados por la dana. La trompeta de Vicente Ruiz ‘El Soro’ sonaba de fondo en esos sesenta segundos, donde muchos eran incapaces de callar. Demasiado sufrimiento, demasiadas pérdidas, demasiada espera. También, entre susurros, algunos se acordaron de Mazón y de su familia… El Rey, otra vez el Rey, volvía a esculpir en la tierra fallera un monumento a la dignidad, al honor y al Estado. Y para él fueron los brindis de los primeros toros. «Su compromiso con España y con todo el pueblo valenciano ha sido un ejemplo; muchas gracias por estar, siempre lo necesitamos», le dijo Román. También Borja Jiménez le agradeció «todo lo que hace por España y cómo ha defendido a los valencianos en esta desgracia». Los tendidos, aparentemente llenos de expectación (la empresa tuvo el detalle de regalar 3.500 entradas a los damnificados), se rompían las palmas. Noticia Relacionada FERIA DE FALLAS estandar Si Daniel Luque aviva una tarde de toros para pingüinos en Valencia Rosario Pérez Con un frío helador más propio de la Siberia, el torero de Gerena da una imagen impecable y corta una oreja de ley a un buen toro de la desigual corrida de Juan Pedro; Emilio de Justo roza el triunfo con un sobrero de mucha calidadDon Felipe presidió desde una barrera del 3 el mano a mano que se anunciaba en el día grande de las Fallas, donde por fin la lluvia dio una tregua, aunque no el viento. Con furia sopló por momentos y complicó aún más las exigencias de una corrida de La Quinta encastada y con muchísimo que torear, con toros que pedían el carnet y que no perdonaban. O quizá sí…Velas a la Virgen de los Desamparados puede poner hoy Borja Jiménez. Solo un capote divino impidió que el segundo, Farolillo de nombre, no lo reventara contra las tablas y no le atravesara el corazón cuando lo prendió por los aires en segundos interminables. Por el pecho y por la espalda, con una zapatilla que volaba. Una escena de ‘Tardes de soledad’ sin el del Perú y con el de Espartinas. Fue en la hora final, tan dramática, tan espeluznante, de las que asustaron hasta al GEO más aguerrido de la grada. Porque cuando Jiménez se perfiló para matar, el toro quiso triturarlo. Hasta la enfermería se lo llevaron, mientras los aficionados esperaban noticias. Pasados unos minutos, llegó el mensaje más alentador: no tenía cornada, aunque la paliza había sido terrible. Aun así, Borja dijo que guardasen sus animales, que quería salir… Imposible por los varetazos y los golpes. Tras el duro percance, el mano a mano se transformó en una encerrona para Román Collado. Titánico su esfuerzo, con toros de todo tipo, pero con la casta siempre presente. Ni una sola ‘babosa’ salió, pues el conjunto de La Quinta tuvo muchísima tela que cortar. No hubo redondeces, pero el valenciano mostró un asiento y una firmeza loables, y más aún con la huella que deja en la memoria la cogida a un compañero… Román tiró para delante hecho un jabato, aunque a la corrida le colgaban más orejas que las dos que paseó. Famoso y PuchanoEl ejemplar del sexteto había caído en el lote de Jiménez. Un toro de categórica bravura, que emocionó en el tercio de varas de Puchano. Tuvo Román la generosidad de lucirlo desde los medios y la gente se puso en pie con el soberbio puyazo. Aplaudía toda la plaza, desde el Rey a los areneros. Sabedor de que en el serio trapío de Famoso se condensaba la excelencia, brindó a sus paisanos. Requería el santacoloma mando y suavidad a la vez. Román, en su derroche de ganas, se aceleró, pero su meritísima tarde ahí quedó. Entró el acero a la primera y cortó la oreja que le abría la puerta grande –ya había paseado otra en el complicado cuarto, donde dio una imagen superior, muy aplomado–. Con los honores de la vuelta al ruedo despidieron a Famoso –que era de dos–; en cambio, el sexto fue el garbanzo negro en una tarde de inolvidable emoción.

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