El libro que ‘quitó’ la voz a José Bretón sin dársela a Ruth Ortiz

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El libro que ‘quitó’ la voz a José Bretón sin dársela a Ruth Ortiz

Cuando Luisgé Martín (Madrid, 1962) fue a visitar a José Bretón a la prisión de Herrera de la Mancha, ya tenía su libro prácticamente terminado. Era diciembre de 2023, y el autor, que entonces vivía en Los Ángeles, donde dirigía el Instituto Cervantes de la ciudad, había venido a España a pasar la Navidad. Llevaba dos años carteándose con el asesino con el objetivo de escribir ‘El odio’, que según él no era la crónica del crimen o un relato explicativo de motivaciones y actos , sino «un retrato oscuro del asesino y una cavilación temerosa acerca de la miseria humana y de los límites de la crueldad». A Martín, tal y como explica varias veces en el libro, los crímenes cometidos contra los propios hijos le producen una «fascinación siniestra por lo que tienen de monstruosos». Bretón había matado y quemado a sus dos hijos, José y Ruth, en un caso atroz de violencia vicaria, y luego intentó fingir que habían desaparecido. Aunque su pena fue de cuarenta años (veinte por el asesinato de cada uno), pasará solo 25 años en prisión. La primera carta se la envió en julio de 2021. En total intercambiaron unas sesenta, según las cuentas de Martín. Las primeras, precisa en el libro, estaban escritas con una «limpieza maniática»: líneas rectas, caligrafía cuidada, márgenes exactos, ninguna tachadura. «Más tarde, a medida que íbamos estableciendo una relación de confianza personal, Bretón comenzó a escribir con menos entumecimiento». En verano de 2022 hablaron por teléfono por primera vez, en una conversación que duró ocho minutos, que es el tiempo que duran las llamadas autorizadas. Luego hubo más. En todo ese tiempo Luisgé Martín nunca se puso en contacto con Ruth Ortiz, la madre de los niños asesinados, que tras tener noticia de la publicación del libro decidió ponerse en contacto con el Servicio de Asistencia a Víctimas de Andalucía (SAVA). En una entrevista con ABC , Ortiz denunció que se le diera la palabra a Bretón para contar el caso de sus hijos: «No puedo pasar por alto que le den voz a un asesino».Ortiz considera ilegal la publicación en base a la Ley de Protección Civil del Derecho al Honor, la Intimidad Personal y Familiar y la Propia Imagen, además de la Ley Orgánica de Protección Integral de la Infancia y la Adolescencia. La Fiscalía de Córdoba abrió diligencias, derivó el caso a la de Barcelona y la editorial Anagrama ha decidido paralizar la publicación del libro, que iba a salir a la venta el próximo miércoles, hasta que un juzgado dirima la colisión de derechos. Este viernes, Anagrama emitió un comunicado amparándose en el derecho fundamental a la creación literaria y defendiendo su libro: «El tratamiento literario de ‘El odio’ se aleja y rechaza cualquier intención que no sea la de presentar al lector la maldad del asesino». Por su parte, Luisgé Martín envió otro escrito a los medios asegurando que su obra no le daba la voz a Bretón, sino que se la quitaba: «Se la quita, niega su explicación de los hechos, le enfrenta con sus contradicciones».¿Pero por qué el escritor nunca se dirigió a Ruth Ortiz? Más allá del comunicado enviado, el autor ha optado por el silencio. Pero como casi todas las dudas morales de este caso, él la refleja en el propio libro. «Tomé la decisión –quizás equivocada– de hablar únicamente con José Bretón. Mi propósito era tratar de comprender la mente de alguien que había sido capaz de asesinar a sus propios hijos, y para ello me resultaba distractivo cualquier otro punto de vista, especialmente el de Ruth Ortiz, a la que, en cualquier caso, no me habría atrevido a mortificar con indagaciones», asegura. Sin embargo, el libro, que está dividido en tres partes (‘Autorretrato de José Bretón’, ‘El crimen’ y ‘La confesión’), dedica muchas páginas a retratar el infierno familiar al que Bretón sometió a su mujer y a sus hijos. «Sin necesidad de hablar con ella ni con ninguna otra persona de su entorno, a través únicamente de los rastros de testimonios diversos que figuran en el sumario o en informaciones periodísticas, puede reconstruirse el comportamiento venenoso de Bretón en el ámbito familiar durante los últimos años; la capacidad de maltrato dentro de la pereza; la amenaza sigilosa que suponía para su mujer y sus hijos», explica Martín.La mente del asesinoEn ‘El odio’ puede leerse la mente del psicópata, que se autorretrata en varias declaraciones escalofriantes. «¿De verdad pensaste que ibas a librarte?», le pregunta Martín en la cárcel. «Por supuesto que lo pensé. Si no había cuerpos, no podían acusarme de nada. No podían condenarme. Estuve a punto de conseguirlo. Solo me faltó un poco de suerte». En el libro acepta por primera vez y sin reservas el crimen cometido. Pero Martín deja claro que él, Bretón, se considera una persona ejemplar que cometió un único crimen. «Todo lo demás que me atribuyen es falso (…) No soy perfecto, por supuesto. Me he comido patatas fritas de una bolsa en un supermercado y luego me he ido sin pagarlas. O me he saltado muchos semáforos en rojo porque tenía prisa por llegar a una cita».Martín se pregunta por qué Bretón accede a participar en su obra. «Me entusiasma tu propósito», le dice el asesino. El escritor baraja cuatro opciones: el deseo de confesión; una vanidad enorme, propia de un narcisista; la posibilidad de conseguir algún beneficio, como colar su relato; y por último, la soledad. Martín marca distancias y no se decanta por ninguna de esas explicaciones. Pero al final del libro (página 131), reconoce: «De repente me encontré sintiendo hacia José Bretón un afecto que me avergonzaba e incluso me enfurecía». Noticia Relacionada estandar Si Esto opina el crítico de ABC sobre el libro de José Bretón, cuya difusión ha sido paralizada Juan Ángel JuristoEl día que lo visitó en la cárcel, y a petición del propio Bretón, Martín le llevó algo de ropa: unas zapatillas de deporte, dos camisas, un gorro de lana, un abrigo, una sudadera y unos calcetines. Había dudado mucho si ir a visitarlo o no, porque no era imprescindible para acabar ‘El odio’. «La cita me inquietaba, me producía un disgusto irracional». Pero esa posible renuncia a verlo le hacía sentir «cobarde y mediocre». Así que lo vio. Escuchó su confesión y escribió: «Todo lo que iba diciendo tenía un sentido coherente que solo podía provenir de la verdad, de la verdad inventada o de un argumentario criminal muchas veces repasado y aprendido». Se despidió de él diciendo: «Te escribiré. No voy a olvidarme de ti».

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