El sol acaricia el mercado de Campo de Fiori. La mañana del 5 de julio de 1659 debía hacer sol y mucho calor. Moscardones sobre las frutas maduras… Aquel mediodía fueron ejecutadas cinco mujeres: Giulia Toffana, su hija Gironima Carrozzi, la prostituta Giovanna De Grandis y sus cómplices Graciosa Farina y Maria Spinola, alias La Perla. Las trajeron del castillo de Sant’Angelo, junto al Vaticano: condenadas por el envenenamiento de más de seiscientos hombres. Incrementar con tan expeditivo método las viudas en Roma conllevaba para la Inquisición un terrible delito contra el Santo Sacramento del Matrimonio. Vanessa Montfort, autora de ‘La Toffana’, premio Espasa de Novela, señala el soleado Campo de Fiori: «Mañana de mercado y tarde de cadalsos, picotas y hogueras». Las envenenadoras fueron paseadas en carros de bueyes y el día se declaró festivo: el pueblo disfrutaría del espectáculo. «Para ver bien las ejecuciones se llegaron a pagar cincuenta escudos». A La Toffana y asociadas las ahorcaron. No hubo lápida en sus tumbas: ‘damnatio memoriae’. «Aquel caso, tan mediático en su tiempo, quedó olvidado», comenta Montfort.Crimen organizadoEl ‘veneno matamaridos’ comenzó a correr en 1633. «Odio eterno a quienes maltratan a las mujeres». Giulia Toffana pronunció este juramento en su Palermo natal. Lo que era una lucha justa para auxiliar las jóvenes obligadas a casarse con vejestorios o parir un hijo tras otro hizo de la juramentada una asesina en serie. Conocida también como la Virgen Negra, la boticaria creó tratamientos de fertilidad, pócimas abortivas, sedantes y alucinógenos contra maridos violentos… Su venganza máxima fue el Acqua Toffana, fórmula magistral de la familia. Por este compuesto, genérico de venenos, acabó en 1658 ante el tribunal del Santo Oficio junto a su hija, Gironima, su amiga De Grandis y sus distribuidoras. La red de la popularmente conocida como ‘Acquetta’, contó el apoyo del padre Colonna –confesor de damas de alcurnia– y la abadesa de las Siervas de María. En el convento de Sant’Agnese tenía La Toffana su laboratorio. La distribución del veneno a las mujeres que se deshicieron de sus maridos lo planeó Giulia Toffana: «La botellita siempre se encontraba oculta en un confesionario vacío de Sant’Agnese a una hora concreta. Habían comprobado que la dosis en que se administraba el veneno determinaba la aparición de síntomas y la velocidad con que la víctima llegaba a la muerte», cuenta la autora de ‘La Toffana’. La segunda dosis provocaba indisposición y calenturas; la tercera era definitiva: «La viuda podría incluso exigir una autopsia de la que se derivaría muerte natural o el agravamiento de laguna enfermedad existente». El crimen perfecto.«Las actas del juicio fueron guardadas celosamente en los archivos del castillo Sant’Angelo por orden del papa Alejandro VII y permanecieron ocultas hasta que en el siglo XVII un autor se interesó por el caso y realizó una transcripción. Durante siglos han permanecido en el Archivo di Stato de Roma sin que nadie les prestara atención», apunta Montfort. Cartografía del venenoLa escritora nos conduce por la cartografía del veneno en la Roma del siglo XVII: el castillo de Sant’Angelo, iglesia de Sant’Agnese en plaza Navonna, convento de las Siervas de María de Isla Tiberina, barrio del Trastevere, gueto judío, Campo de Fiori… «Sant’Angelo fue fortificación, residencia papal y oficina inquisitorial. La Toffana no era una bruja, era una química lo que la hacía más peligrosa», advierte Montfort. Más que la muerte de la procesada, lo que preocupaba a la Inquisición era la confesión: «Los métodos inquisitoriales eran más científicos que los tribunales civiles de la época. Si se le moría el preso, el inquisidor podría tener problemas. Su deber era que el acusado se arrepintiera y salvara su alma». La descripción de torturas como el potro, la pera de hierro o el «aplasta pulgares» provocaba terror en el interrogado. Por esos lares anduvo La Toffana; también el inquisidor Stefano Bracchi, el padre Colonna, la duquesa de Ceri, la ‘papisa’ Olimpia Pamphili, amante de Inocencio X, Caravaggio o Velázquez. El pintor sevillano llegó a Roma en busca de un mecenas y lo halló en una Olimpia Pamphili que pretendía posar y fornicar. El retrato ‘La amante del Vaticano’ se perdería en colecciones privadas: «El 2019 fue identificado por un experto como un Velázquez desconocido y subastado en Sotheby’s por dos millones setecientos mil euros», informa Montfort.Noticia Relacionada estandar No ‘La Toffana’: una Robin Hood del feminismo Julio Bravo Un personaje como Giulia Toffana, una perfumista de la Roma del siglo XVII responsable del asesinato de seiscientos hombres, posee una historia ante la que es difícil que un escritor pueda resistirse’La Toffana’ se ha documentado en el ‘Manual de inquisidores’ (1558) de Nicolao Eymerico, las actas de la investigación transcritas en 1880 y que se guardan en el Archivio di Stato o los estudios acerca del Acqua Toffana de Alessandro Ademollo y Salvatore Salomene-Marino. Estalla la luz sobre Roma mientras Vanessa Montfort nos guía hacia las penumbras. Una puerta metálica franquea el paso a la basílica de Porta Maggiore del siglo I antes de Cristo descubierta casualmente en 1917. En este subterráneo a nueve metros debajo de un ‘no lugar’ atravesado por achacosos tranvías y enlaces viarios sitúa la autora el kilómetro cero de la investigación de Bracchi: «El templo de la Virgen Negra». Leamos…

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