Los 101 de Pokrovsk: así se salva un psiquiátrico de las bombas

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Los 101 de Pokrovsk: así se salva un psiquiátrico de las bombas

«Oleksiy habla de su madre y yo veo a la mía y me imagino saliendo a la fuerza de España y llegando a Bielorrusia , donde me dan a diario una sopa de cebolla…». Coinciden las teorías psicológicas en que la empatía es una de las herramientas humanas más potentes para ayudar al otro. Fue la primera que utilizó el equipo de Fundación Manantial cuando Oleksiy y un centenar de compatriotas ucranianos llegaron, hace ya tres años, a Madrid. No eran sólo refugiados y eso que ser refugiado no es cualquier cosa . Oleksiy, Volodymyr, Anatoli, Mykola… eran, además, residentes del internado para pacientes con trastornos neuropsicológicos de Pokrovsk, en la región del Dombás (Ucrania). Un centro sanitario público hoy reducido a un puñado de ruinas y cascotes. Ellos consiguieron salir a tiempo y, pasando primero por Polonia, ser acogidos en España gracias al Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones y la Comunidad de Madrid. Pero volvamos al principio. A la primera frase de este texto. Pertenece a Héctor Luna, el coordinador del Proyecto Pryvit (‘Hola’ en ucraniano) que puso en marcha la Fundación Manantial para proporcionar atención psicosocial a estas personas. Héctor y su equipo, formado por psicólogos, trabajadores, integradores y educadores sociales fueron los encargados de recibir a Oleksiy y sus compatriotas. Hoy continúan trabajando con ellos gracias a la Fundación La Caixa y la Comunidad de Madrid. «Son mayores que dicen ‘yo aquí no conozco a nadie. No conozco ni el paisaje. Y me quiero morir reconociendo el paisaje’»Pryvit es un proyecto pionero que además de integración, recuperación y atención al trauma, ha logrado que algunos de estos pacientes hayan conseguido trabajo. Más que un éxito si se recuerda el punto de partida. «Traían expedientes psiquiátricos escritos en cirílico», recuerda Héctor. Y no había intérpretes. ¿Entonces? «Los primeros días nos servíamos de aplicaciones de traducción con el móvil. Aunque, para decir verdad, no necesitábamos palabras». Lo explica: «L a palabra a veces está sobrevalorada . Las primeras semanas nos servían las miradas, los gestos. Teníamos que demostrarles que estaban acompañados y para eso servía cogerlos de la mano».Coger de la mano a pacientes mentales es lo que este profesional lleva haciendo 30 años la Fundación Manantial. Lo explica su directora de Comunicación, Helena de Carlos. «Manantial nació para fomentar un cambio de modelo en el tratamiento a pacientes mentales . Para darles atención social, no solo sanitaria, hospitalaria y farmacológica. Para luchar contra aquellas tendencias ya desterradas de internar a las personas en manicomios». Para ayudarles a estar integrados en la sociedad. Por eso trabajan, entre otros puntos, su inclusión laboral.Más de 650 profesionales La Fundación atiende a más 3.000 personas al año –incluidos centros penitenciarios– y cuenta con más de 650 profesionales. La llegada del grupo ucraniano de Pokrovsk les llevó, de vuelta, de golpe, a ese pasado. «Nos recordó mucho a la atención que se daba hace 40 años en España». A esos pacientes internados de por vida en centros mentales. «Algunos estaban en régimen cerrado», nos cuentan en Manantial. Casi abandonados. ¿Y sus familias?, preguntamos. « Muchos tienen familiares refugiados en otros países. Pero también hay familias que no existen». Que no preguntan por ellos. Que no los esperan de vuelta. «No hay mucha gente que los reclame. Y además es un limbo administrativo. No saben qué va a pasar con ellos», añaden desde Manantial. No es el caso de Oleksiy. Él tiene a su madre. Está en Mariúpol. La ciudad donde él estudió Historia. Hasta hace no mucho también tenía su hermano. Pero se alistó y murió en el frente. «Esto ha supuesto un problema más. Sin poder despedirse. Sin poder hacer el duelo . Sin poder acompañar a su madre», nos recuerda Héctor, el coordinador del proyecto Pryvit.Triple vulnerabilidad Oleksiy era profesor en Ucrania. Tenía una vida normalizada: su carrera, su trabajo, pero por algún motivo su salud mental se deterioró, quizá una depresión, y su vida se torció. Hoy habla perfectamente español y ha conseguido varios trabajos en Madrid. Se emociona al posar para Eduardo de San Bernardo, nuestro fotógrafo. Quiere mandarle las fotos a su madre.Es uno de los refugiados más motivados del grupo de Pokrovsk. Son, en total, 110 y sus edades van desde los 26 a los 80 años. Todos suman a sus problemas mentales el desarraigo y la incertidumbre de la guerra. La triple vulnerabilidad: «Son refugiados, tienen algún tipo de enfermedad mental y además no conocen ni nuestra cultura ni nuestro idioma». Héctor Luna (derecha) coordina el Proyecto Pryvit, que proporciona atención psicosocial a refugiados como Oleksiy (izquierda y arriba) DE SAN BERNARDOEl desarraigo y la guerra como trituradora mental. «Hay que ser sensibles a que es un dolor muy identificable», explica Héctor. Entre el grupo, repartido entre dos residencias de la Comunidad de Madrid, una en Colmenar Viejo y otra en Carabanchel, hay variedad de afecciones mentales. Pero a veces, éstas quedan en un segundo plano. «Es la separación mental de donde está tu patria, que es donde están tus certezas. Existen muchas variables en la vida de las personas que pueden traer malestar a tu salud mental. Y ahí a veces los diagnósticos psiquiátricos son secundarios y terciarios», explica el trabajador social. Por eso, concluye, tratar y trabajar cada día con los de Pokrovsk «es un reto impresionante». Aunque todos agradecen la ayuda recibida aquí, «hay gente que nos dice que quiere volver», explica Héctor. Volver, ¿dónde, si su ciudad ha sufrido tanta destrucción?, pregunto. Mi razonamiento no es válido. «Son mayores que dicen ‘yo aquí no conozco a nadie. No conozco ni el paisaje. Y me quiero morir reconociendo el paisaje’», relata Héctor. « Es la paradoja de la ayuda», concluye. O, simplemente, la guerra.

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