El 26 de octubre de 1927, un día después de la tragedia, la noticia ya estaba en todos los periódicos no solo de España, sino de todo el mundo. ‘Ha naufragado el Princesa Mafalda en las costas brasileñas’, podía leerse en la portada del ‘Heraldo de Madrid’ . El diario ‘La Voz’ advertía que «el buque llevaba 1.500 pasajeros y 300 tripulantes», pero que «las noticias que se reciben son todavía muy confusas». Y añadía: «La catástrofe ha causado una impresión enorme en Génova, donde las oficinas de la Compañía General de Navegación Italiana han sido asaltadas por la muchedumbre, que acude en busca de noticias sobre la suerte de sus familiares».ABC , por su parte, titulaba a toda página: ‘El trasatlántico italiano Princesa Mafalda se ha ido a pique al sur de Bahía. Noticias contradictoria sobre el número de víctimas’. E informaba: «Parece que la causa ha sido el choque del buque contra un arrecife. La mayoría de los pasajeros se lanzaron al mar y utilizaron las embarcaciones de a bordo y los salvavidas. Los detalles llegan muy lentamente, porque los buques están dedicados por completo al salvamento de los náufragos y comunican muy poco por telegrafía sin hilos […]. Llevaba a bordo a 1.600 pasajeros. En cuanto la noticia llegó a Bahía, cuatro buques zarparon en su auxilio. Lograron salvar a 720 náufragos y se teme que hayan perecido los demás, es decir, unos 880».El Papa Francisco no había nacido aún, le faltaba todavía una década para venir al mundo en Buenos Aires. Sin embargo, se refirió a este episodio durante una entrevista que concedió en 2017 a Stefano Lampertico y Antonio Mininni, editores de una pequeña revista italiana que se distribuye entre la población sin techo, ‘Scarp de Tenis’, que suele tratar temas de inmigración. Le preguntaron:La vida del Papa Francisco, en imágenes—En su historia familiar está la travesía del océano por parte de sus abuelos junto a su padre. ¿Cómo se crece siendo hijo de inmigrantes? ¿Alguna vez se ha sentido desarraigado?—Nunca me he sentido desarraigado. En Argentina todos somos migrantes. Es por esto que el diálogo interreligioso allí es la norma. En la escuela había judíos que venían en su mayoría de Rusia y musulmanes sirios y libaneses, o turcos con pasaportes del Imperio Otomano. Había mucha hermandad. Mi padre tenía 20 años cuando llegó a Argentina y empezó a trabajar en el Banco de Italia. Y se casó en Argentina.—¿Qué es lo que más extraña de Buenos Aires?—Solo hay una cosa que extraño mucho: poder salir y recorrer las calles. Me gusta visitar parroquias y conocer gente, pero no soy particularmente nostálgico. En cambio, les contaré otra anécdota: mis abuelos y mi papá debían partir a fines de 1928. Tenían ya los boletos comprados para el Princesa Mafalda, un barco que se hundió frente a las costas de Brasil. Iban a viajar en él hasta Argentina, pero no pudieron vender a tiempo todos los bienes que tenían y cambiaron sus billetes por otros del Giulio Cesare que partió el 1 de febrero de 1928. Por eso estoy aquí.«Titanic italiano»Según relata el Pontífice en su esperada autobiografía, ‘Esperanza’, que publicó hace una semana y que ha sido traducida a más de 100 idiomas, aquella embarcación era tan grande que se la conoció con el sobrenombre del «Titanic italiano»: «De casi 150 metros de eslora, había sido el orgullo de la marina mercante de principios de siglo, el transatlántico más prestigioso de la flota italiana, y había transportado a personas como [el director de orquesta italiano] Arturo Toscanini o [el Premio Nobel de Literatura] Luigi Pirandello». En realidad, el día que el Princesa Mafalda se hundió llevaba a bordo a más de 1.200 pasajeros, la mayoría de ellos inmigrantes procedentes de Piamonte, Liguria y Véneto, según explica el Papa, que iba a Argentina en busca de un futuro mejor. A principios de octubre de 1927, Juan Ángel Bergoglio, abuelo del futuro Pontífice, tenía todo preparado para zarpar en el Princesa Mafalda. Había decidido abandonar su Piamonte natal con la familia y cruzaría el océano Atlántico, en un viaje sin retorno que duraba catorce días. Su hermano Juan Lorenzo lo esperaba en Paraná, provincia de Entre Ríos. Este último había llegado en 1923 y, en cuatro años, había logrado fundar una empresa constructora. Como el negocio iba bien, mandó a llamar a Juan Ángel y a sus otros hermanos para que le echaran una mano. La demora en la venta de sus bienes, efectivamente, los obligó a cambiar los pasajes que tenían y se libraron del accidente que costó la mayor pérdida de vidas humanas de la historia de la navegación italiana, con 314 víctimas mortales, como se supo después. Es la mayor tragedia marítima registrada en el hemisferio sur en tiempos de paz hasta esa fecha. De hecho, solo era superada por el Titanic, que se había hundido en 1912 y provocado la muerte de unas 1.500 personas. Tiburones«El buque, después de chocar contra un bajo, permaneció a flote durante cuatro horas. Se asegura que este tiempo habría sido suficiente para el salvamento de todo el pasaje y la tripulación, pero los pasajeros, desde los primeros momentos y sin atender las advertencias e, incluso, las amenazas de los oficiales y marineros, se lanzaron al agua provistos de los chalecos salvavidas e impidieron que los botes se lanzaran al agua con el orden que hubiera sido deseable. Los tripulantes, en vista de ello, mientras procuraban devolver la calma a los pasajeros, procedieron a la construcción de balsas. Aseguran también que poco después del choque hicieron explosión las calderas, lo que aumentó el pánico de los náufragos», se leía en ‘El LIberal’ . En el aluvión de noticias en casi todos los diarios se incluyeron detalles tan sorprendentes como este de ‘La Publicidad’ : «Todos los tripulantes y viajeros del Mafalda que pudieron llegar a la costa confirman las terribles escenas que se desarrollaron entre los náufragos al ser atacados por las grandes manadas de tiburones que hay en aquellas aguas». La misma publicación informaba también, según los detalles proporcionados por un pasajero español del transatlántico llamado José Cano, que el accidente se produjo «exactamente» a las 16.30 horas como consecuencia de la rotura de la hélice. Eso hizo que se inundara la popa rápidamente. «El capitán murió en su puesto de honor», agregó el testigo. Casi un siglo después, el Papa reconoció: «Por eso estoy aquí ahora. No os podéis imaginar cuántas veces se lo he agradecido a la Divina Providencia».

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