El Divino Impaciente

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El joven maestrillo Bergoglio creó un grupo de teatro con sus alumnos de literatura en el Colegio de la Inmaculada Concepción de Santa Fe de la Vera Cruz. Entonces estaba recorriendo el camino de la ordenación como jesuita, pero su vida se dividía aún entre Dios y la poesía. Y ahí cayó en sus manos una obra sobre San Francisco Javier que le marcaría para siempre, ‘El Divino Impaciente’, del gaditano José María Pemán. El Papa ha muerto con el manuscrito original en su mesilla de noche. Jamás se alejó del mensaje que encierra ese libreto de tres actos en verso con el que Pemán se rebeló contra la disolución de la Compañía de Jesús dictada en la Segunda República española. La sociedad líquida contemporánea es víctima de ese proceso de secularización impuesto por los populismos, inmersos en insoportables contradicciones. Por eso en la última de sus cuatro encíclicas, ‘Dilexit nos’, Francisco insiste en que el problema de la liquidez de la sociedad es actual, «pero la desvalorización del centro íntimo del hombre —el corazón— viene de más lejos». Es por tanto falso el carácter populista que muchos han querido atribuirle. Complementando la profundidad de Ratzinger como eximio teólogo, Bergoglio ha representado con disciplina cartesiana la espiritualidad ignaciana: obediencia y pobreza «ad maiorem Dei gloriam». En ‘Dilexit nos’ lo resumió como «el dominio político del corazón». Su única política ha sido la de San Francisco Javier, el apóstol de las Indias. Como joven maestrillo en Santa Fe representó la obra de teatro de Pemán, pero a partir de esos versos escribió todos los actos de su propia vida.A Francisco se le podría apelar con el título de ese libro que le iluminó en su juventud, ‘El Divino Impaciente’. Porque su vocación jesuita ha llevado al Vaticano un impulso reformista frenético sin perder nunca su estética de cura raso, de misionero en la Curia, de pastor rural que siempre se sintió pequeño bajo el cielo de la Capilla Sixtina, de maestrillo indiano que volvió a Roma varias generaciones después de que se marchase su primer ascendiente. La obra de Francisco ha consistido en volver a usar la política del corazón de Jesús, no la de las corrientes ideológicas mundanas, como antídoto contra la pobreza. Su legado intelectual está en sus manos, abiertas siempre a los descarriados, entre ellos a los anticlericales, que han confundido la belleza de su perdón y la grandeza de su cercanía espiritual con una falsa afinidad terrenal. Por eso en su agónica bendición ‘Urbi et orbi’ de la Pascua de la Resurrección, Francisco parecía estar recitando los versos finales de San Francisco Javier según Pemán: «¡Y tú, al volver a Occidente, / cuenta que has visto, a la luz / clara y lejana de Oriente, / doblar a un pueblo la frente / sin más armas que la cruz!». Y siguiendo al dedillo el texto de la obra que comenzó a interpretar en Santa Fe, el Papa se desploma y va cayendo lentamente el telón con el mensaje de San Ignacio reverberando al fondo: para aquellos que creen, ninguna prueba es necesaria; para aquellos que no creen, ninguna cantidad de pruebas es suficiente.

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