La agonía del Reich, mes a mes: los 106 últimos días de Hitler

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La agonía del Reich, mes a mes: los 106 últimos días de Hitler

Se dirigió el condenado al cadalso de hormigón el 30 de abril de 1945, y lo hizo tras disfrutar de su última comida. Adolf Hitler , artífice de la muerte de entre seis y 15 millones de personas, disfrutó de unos espaguetis con tomate junto a su secretaria y a su cocinera personal antes de arrancar el besamanos de rigor. Le ofrecieron durante las mil y una despedidas la posibilidad de escapar de Berlín, pero se negó: tenía demasiado miedo a ser atrapado por los rusos. «¡Hoy terminará!», respondió airado. Para el que había sido el hombre más poderoso de Europa, todo acabó en una hedionda habitación del ‘Führerbunker’. «Luchad por el que vendrá», afirmó a su mayordomo, Heinz Linge. Después, se quitó la vida de un disparo de Walther PPK. Su esposa, Eva Braun, hizo lo propio, pero con veneno.Aquel fue el cenit de más de tres meses oculto en Berlín, el último reducto del nazismo. «Durante esos días asistimos a su derrumbe físico y mental», afirma a ABC el periodista e historiador Jesús Hernández . El autor de ‘Eso no estaba en mi libro de Hitler’ (Almuzara), con más de una treintena de ensayos e investigaciones centradas en la Segunda Guerra Mundial , afirma que «la tensión del conflicto le pasó factura de forma definitiva». Narcotizado por su médico personal , el ‘Führer’ «sufrió un desequilibro», un «alejamiento de la realidad» y un cambio de carácter que le provocó «severos estallidos de cólera». El experto pone hasta un ejemplo: «Es anecdótico, pero realizó algunos comentarios impropios a sus secretarias, cuando siempre había mantenido un respeto exquisito», completa.Con todo, el suicidio de Adolf Hitler no trajo el fin del nazismo. El Tercer Reich se extendió hasta finales de mayo de 1945, y lo hizo de la mano de su último ‘Führer’: el Gran Almirante Karl Dönitz . Bajo su tutela, y durante una veintena de días, los últimos reductos nazis combatieron por toda Europa. Unos cuantos, por la memoria del dictador; otros tantos, para conseguir escapar de la barbarie soviética y rendirse a los norteamericanos. Hoy, revisamos la agonía de la esvástica nazi; ese periplo hacia el fin que se extendió desde el 15 de enero, hasta la detención del último gobierno del heredero del diablo.Enero: incredulidadCayó la realidad cual mole metálica aquel 15 de enero de 1945 sobre el gran asesino nazi. Con el Ejército Rojo haciendo trizas las defensas germanas en Polonia, y tras el desastre de la última ofensiva germana sobre las Ardenas , Hitler llegó a la pequeña estación de Hungen, al norte de Frankfurt. Lo hizo con un objetivo: regresar a Berlín en tren cuanto antes. Poco tenía por dirigir ya en el Frente Occidental, donde el mazazo había sido colosal: la ‘Wehrmacht’, orgullo del Tercer Reich, había resultado aplastada por unos Aliados que asfixiaban a los hombres de la esvástica desde todos los frentes. El ‘Führer’ arribó a la capital una jornada después, y bajo secreto estricto. ¡Como para anunciar con fanfarrias la derrota!Según explica Jean López en ‘Los últimos cien días de Hitler’ , el 16 fue una jornada de pesadilla para Hitler. Después de que su médico personal, Theodor Morell , le inyectara glucosa y extracto de bilis bovina como revitalizante, se enfrentó a la dura verdad. A partir de la 13:00 horas, Heinz Guderian , jefe del Estado Mayor del Ejército de Tierra (OKH), le informó de los ataques masivos de la URSS sobre el Báltico y los Cárpatos. Cracovia estaba en peligro, lo mismo que Bielorrusia y Lódź. El siguiente paso, admitió el bregado oficial, era el eje de Berlín. Fue la primera vez que el ‘Führer’ escuchó de los labios del militar aquello de que solo había una opción: retrasar a toda costa el avance soviético y llegar a un acuerdo con los norteamericanos .Hitler con Dönitz, su futuro sucesor, a principios de 1945 BundesarchivHitler rechazó aquella idea y se limitó a destituir a los oficiales que, en su retirada, habían abandonado minas y pozos petrolíferos. «¡Mis generales no conocen nada de los aspectos económicos de la guerra!». Aquella fue la primera de una infinidad de reuniones diarias en las que Guderian insistió en la misma idea: el Reich no tenía salvación. «Hemos perdido la guerra», le espetó el 24. El líder nazi respondió a gritos: «Prohibido terminantemente que nadie haga generalizaciones o extraiga conclusiones de la situación general. ¡Eso sigue siendo de mi incumbencia!».La orden fue la de subsistir ante el enemigo al grito de ‘ Sieg oder Untergang! ‘ (‘¡La victoria o el fin!’) hasta la reorganización de las fuerzas germanas. Soñaba Hitler con un contraataque, pero realidad poco tenía que ver. Y para muestra, el 24 de enero, día en el que el general Hossbach abandonó la simbólica fortaleza de Lötzen sabedor de que era imposible resistir los envites bolcheviques. Salvó a sus hombres, pero se ganó los odios del ‘Führer’.«Prohibido que nadie extraiga conclusiones de la situación general de la guerra. ¡Eso sigue siendo solo de mi incumbencia!» Adolf HitlerEn lo personal, el círculo cercano de Hitler dejó constancia durante todo enero de su decadencia física. «Se aísla cada vez más del exterior. De hecho, se ocupa principalmente de los asuntos militares», escribió el ministro de Propaganda Joseph Goebbels . El gran líder nazi padeció de insomnio aquellos días. A pesar de que todavía trabajaba en la Cancillería -en la vieja primero y en la nueva después- solo dormía tranquilo en las tripas del ‘Führerbunker’. Aquellos días no podía creerse lo que sucedía y afirmaba, inocente, que la alianza entre americanos, británicos y soviéticos se resquebrajaría tarde o temprano. «Dónde y cuándo se romperá no se puede prever ahora, pero se inclina a pensar que el momento se acerca», escribió el mismo Goebbels en sus diarios.Febrero: anestesiaEl advenimiento de febrero sumió al Reich en la desesperanza. El Ejército Rojo, amenazador, decidido, llegó desde el este hasta el río Oder, a menos de un centenar de kilómetros de Berlín. Su avance solo lo detuvo el aumento de las temperaturas: al descongelarse las aguas, los carros de combate tuvieron que aguardar hasta la construcción de puentes. «La llegada del deshielo es un regalo del destino. Dios no se ha olvidado del valeroso pueblo alemán», afirmó Heinrich Himmler , líder de las SS, el día 1. Con los cielos no tuvieron tanta suerte. El 3, a eso de las diez y media de la mañana, 939 fortalezas volantes dejaron caer miles de bombas sobe el centro de la ciudad y el distrito gubernamental. Hitler, controlador, pidió ser avisado el primero de la llegada de los aviones para poder afeitarse y bajar los 38 escalones que le separaban del búnker.El ‘Führer’ se convirtió en febrero en un líder con dos caras. Por un lado, se mostraba férreo con los soldados, afirmaba que la llegada de una serie de «armas milagrosas» cambiaría el devenir del conflicto y se asía a la esperanza de que la alianza anglo-rusa se desharía. «La coalición enemiga va a estallar este año», insistió el 11. Por otro, pasaba más y más horas en el búnker y sufría en silencio el pavor de ser capturado por el Ejército Rojo. Para paliar este miedo, planeaba la Alemania que, decía, brotaría tras la victoria nazi. El 9, el arquitecto Hermann Giesler le mostró durante toda la mañana una maqueta de la futura ciudad de Linz. «En esos momentos, se olvidaba por completo de la guerra; se olvidaba de todo el cansancio y nos explicaba todos los detalles de la reconstrucción que planeaba», afirmó su secretaria.Arriba, conferencia de Hitler con los grupos de ejército del Vístula, en Marzo. Debajo, Hitler otorga la Cruz de Hierro de segunda clase a la capitana de vuelo Hanna Reitsch (entre enero y febrero). A la derecha, Henz Guderian, oficial convencido de que Alemania debía rendirse a los Aliados BUNDESARCHIVEstos fueron también los días en los que la confianza del círculo más cercano de Hitler empezó a desvanecerse. Sus generales vieron cómo fallaba la desesperada ofensiva blindada sobre el flanco norte soviético. La Operación Sonnenwende , esa que, según el ‘Führer’, estabilizaría el frente, fue aplastada en apenas cuatro jornadas, entre el 15 y el 18. «En los últimos meses, el jefe ya se ha equivocado varias veces en la valoración de la situación militar», escribió Goebbels. La hoz de Stalin se cernía sobre la capital, y nada podía detenerla. Por saberlo, lo sabía hasta el líder nazi, como demuestra la que fue su decisión más dura: el lunes 26, después de que un millar de bombarderos causaran estragos en la capital, se trasladó de forma definitiva al ‘Führerbunker’.Marzo: locuraMarzo fue el mes en el que la decadencia física de Hitler fue más acusada. El ‘Führer’, de apenas 55 años, parecía un anciano agotado por el devenir de la guerra. Según Goebbels, había jornadas en las que apenas dormía dos horas. Prefería pasar las noches en las tripas del búnker, empapándose de los mapas y mapas que, apilados en torres, describían la evolución de los ejércitos Aliados. En su última visita al frente, el día 1, uno de sus oficiales lo confirmó: «Se bajó con dificultad del vehículo, encorvado, apoyándose en un bastón. […] Habló roto, con la mano que aún le obedecía sosteniendo la otra, que le temblaba». El secreto para mantenerse enérgico, si es que puede decirse así, eran los cócteles de inyecciones y drogas que el doctor Morell le administraba. Según las últimas investigaciones, más de 80 sustancias diferentes.Sobre el papel, Hitler todavía creía en la victoria. O eso decía… Aunque los soviéticos avanzaban por el este y los americanos y británicos por el sur y el oeste, llamaba a la defensa. «¡Si resistimos y golpeamos al enemigo, acabará cansándose y rompiéndose!», espetó el 11 de marzo. Todo valía para afianzar esta defensa. El 5, aprobó la llamada a filas de la quinta de 1929 para reforzar el ‘ Volkssturm ‘, la milicia nazi organizada a toda velocidad para proteger el Reich. A su vez, permitió que fueran incorporados a filas los hombres nacidos entre 1901 y 1905. «¡Si resistimos y golpeamos al enemigo, acabará cansándose y rompiéndose!» Adolf HitlerEl cenit de esta locura se vivió el día 20, cuando condecoró, en el jardín de la Cancillería, a 20 niños y adolescentes de las Juventudes Hitlerianas ; entre ellos, un chico de apenas 11 años llamado Alfred Czech. La imagen ha pasado a la posteridad.Poco quedaba ya del Hitler que había subyugado Europa. El líder por el que clamaban los soldados se había convertido en una rama trémula que cargaba, de forma incansable, contra la torpeza del alto mando. El 11 de marzo menospreció a sus generales en Pomerania y declaró que todos aquellos cobardes se toparían con el pelotón de fusilamiento. Cuatro días después les tildó de «viejos, gastados y totalmente ajenos a la actitud y al pensamiento nacionalsocialistas». Y otro tanto hizo al referirse a los ciudadanos alemanes, histéricos y aterrados ante la llegada del Ejército Rojo. «El pueblo se ha mostrado el [eslabón] más débil y el futuro le pertenece finalmente al pueblo del Este, que es el más fuerte. Los que queden serán los más débiles, los valientes han caído», replicó a Goebbels. Mientras, las bombas caían una y otra vez sobre Berlín.Abril: realidadAbril fue el canto de cisne del Tercer Reich y las semanas mejor documentadas por los cronistas; una sinfonía teñida de venganza y muerte. El día 1, la emisora de Radio-Werwolf celebró el domingo de Pascua con un mensaje en el que llamaba a ejecutar a los traidores internos: «Vencer o morir. Es un bastardo aquel que abandona su territorio cuando es atacado por el enemigo». Eran las órdenes expresas de un ‘Führer’ desesperado. Lo mismo sucedía con Goebbels, su edecán, obsesionado con ahuyentar y ocultar el derrotismo. El 7, el ministro de Propaganda mandó decapitar a una pareja arrestada por saquear dos panaderías, un acto que, en sus palabras, llamaba al desánimo. Por todas las calles de la capital, cientos de cuerpos inertes, colgados de sogas, servían de aviso a los que se plantearan huir.La paradoja reinaba en la capital. Mientras unidades anticarro formadas por chiquillos se preparaban para combatir contra los tanques rusos, el grueso de la burocracia ministerial abandonó la ciudad el 12 de abril en dirección a los Alpes. Sabían que la suerte estaba echada. Cuatro jornadas después, las pesadillas alemanas se hicieron palpables cuando 30.000 cañones y 3.000 lanzacohetes se prepararon para iniciar, a golpe de artillería, la ofensiva final. Esa misma tarde, y como sucediera en el Titanic , la Orquesta Filarmónica de Berlín comenzó su último concierto del conflicto. Tras escucharlo, Hitler respondió a las amenazas con una proclama: «Quieren aplastar Alemania y aniquilar a nuestro pueblo. Mientras los hombres mayores y los niños serán asesinados, las mujeres y las niñas serán transformadas en putas de cuartel. […] Ahogad en su sangre el asalto bolchevique».«Los rusos saben exactamente donde estoy y me temo que dispararán obuses de gas. Es inimaginable que me capturen vivo» Adolf HitlerEl 20 de abril fue un día agridulce para el ‘Führer’: cumplía 56 años en mitad de la debacle. A las tres de la tarde, un Hitler al que le temblaba sobremanera el lado izquierdo de su cuerpo salió del búnker para recibir las felicitaciones de algunos miembros de las SS y varios niños del ‘Volkssturm’. «¡La batalla de Berlín debe ganarse!», gritó. Nadie respondió. Después, bajó las escaleras hacia el refugio. No volvió a salir al aire libre tanto tiempo. Para colmo, la moral de los defensores era ínfima. Los jerarcas se sentían derrotados y, a partir de entonces, y hasta final de mes, insistieron al dictador en que debía abandonar la ciudad y retirarse a la seguridad de los Alpes. Aunque en su interior dudaba, su respuesta siempre fue negativa. «¿Cómo podría alentar a las tropas al combate si […] voy a ponerme a salvo?», afirmó.Al día siguiente, un proyectil impactó en las cercanías del búnker. « ¿Entonces, los rusos están tan cerca? », preguntó. Aquello fue un doloroso golpe de realidad. Esa espita hizo estallar la poca cordura que todavía albergaba el ‘Führer’. En los diez días siguientes, se obcecó en idear una operación militar que, en su cabeza, liberaría Berlín del yugo soviético. Pero para ella contaba solo con ejércitos diezmados y cercados. La tensión también le hizo sospechar de todos los gerifaltes y generales nazis. Y lo cierto es que no le faltaba razón con dos de ellos… A finales de mes, Hermann Göring le traicionó y quiso hacerse con el poder del Reich desde la región de Obersalzberg. Himmler hizo lo propio al intentar negociar con los Aliados una rendición.Arriba, y debajo, a la izquierda: última salida de Hitler a los jardines de la Cancillería antes de morir. Fechadas a finales de abril. A la derecha, su testamento ABC y bundesarchivEn su última semana, Hitler navegaba entre la desesperanza y el miedo a ser capturado por los rusos. «Considero que la lucha está perdida», espetó el 22. El 29 contrajo matrimonio en el búnker con Eva Braun y, al día siguiente, preparó todo para su marcha definitiva. «Los rusos saben exactamente donde estoy y me temo que dispararán obuses de gas. Hemos desarrollado durante la guerra un gas que anestesia 24 horas. Y ellos lo tienen. En inimaginable que me capturen vivo», afirmó.El 30 debió de ser la jornada más larga de su vida. Tenía claro el guion. Para empezar, eligió a su sucesor: el almirante Karl Dönitz, genio de los submarinos y hombre fuerte de la ‘Kriegsmarine’. Al mediodía, afirmó a Otto Günsche , su ayudante de cámara, que no quería «que su cadáver» fuera «exhibido por los rusos en un museo de cera». Con esa triste frase arrancó la función final. A las 13:30, Kempka, su chófer personal, recogió combustible para calcinar los cuerpos del ‘Führer’, de su esposa y de sus perros. No querían que fuesen vejados por los soviéticos. Alrededor de las 15:30, y tras una ronda de despedidas, marido y mujer se quitaron la vida en su habitación. Ella, con cianuro; él, con un disparo de Walter PPK 7,65 mm. Acto seguido, sus cuerpos fueron quemados en una zanja.Mayo: despertarAmaneció un nuevo día para Europa el 1 de mayo de 1945, aunque las grandes potencias todavía lo desconocían. El portador de la nueva fue Hans Krebs : a las 3:30 de la mañana, el militar fue escoltado hasta el cuartel del teniente general Vasili Chuikov . Estaba agotado e iba acompañado tan solo de un soldado con una bandera blanca clavada en la bayoneta. El germano se quedó estupefacto cuando atravesó las líneas enemigas. «Qué armamento tan increíble tienen aquí!», afirmó. Sus días de gloria habían terminado. Cuando llegó al destino, una gran sala de conferencias, desveló que Hitler había muerto. «Lo sabemos», respondió Chuikov. Pero no era más que un farol; la realidad es que recelaron. Lo más probable, pensaban, era que hubiese huido.El secreto saltó a la radio esa misma noche, ya era imposible esconderlo. A eso de las diez y media, un locutor alemán informó de que Hitler había «caído en su puesto de mando en la Cancillería del Reich luchando hasta el último aliento contra el bolchevismo y por Alemania». A continuación, informó a los oyentes de que la responsabilidad de liderar el país había recaído sobre Karl Dönitz. Hechas las presentaciones, dio paso al almirante. «El ‘Führer’ me ha nombrado sucesor suyo. […] Mi primera misión es salvar a los alemanes de la destrucción que les acecha por el avance enemigo. Solo para este fin sigue en pie la lucha militar», explicó. Como nuevo jefe de Estado y comandante supremo de la ‘Wehrmacht’, exigió también disciplina: «¡Cumplan con su deber, soldados. La vida de nuestro pueblo está en juego!».La situación era desesperada para los últimos remanentes de la ‘Wehrmacht’ y de las SS; los Aliados sabían que el fanatismo haría que muchos de ellos lucharan hasta la muerte. La guerra, en definitiva, no estaba ganada todavía. Para colmo, la posibilidad de que Hitler hubiera escapado a los Alpes para liderar la última resistencia del Tercer Reich inquietaba a los grandes líderes europeos. Como resultado, Winston Churchill no hizo ninguna declaración ante la Cámara de los Comunes sobre la situación del conflicto en el viejo continente; tan solo recalcó que «era, definitivamente, más satisfactoria que hace cinco años». Tampoco dijo palabra sobre el suicidio del ‘Führer’.Un soldado soviético observa el estado del Reichstag tras acceder a Berlíbn ABCLa noticia resultó demoledora en el corazón de Alemania. Periódicos nacionales, pequeñas hojas parroquiales de barrio… Todos replicaron la muerte del ‘Führer’ y, muchos de ellos, lo hicieron llamando a combatir a los Aliados para honrar su memoria. Ejemplos los hay por decenas. El 2 de mayo, el ‘Hamburger Zeitung’ anunció la «muerte militar de Hitler», informó de que había caído «enfrentándose a los bolcheviques» e incluyó un artículo en el que Karl Kaufmann, el ‘Gauleiter’ -líder de zona- de Hamburgo, instaba a todos los ciudadanos a ser disciplinados durante los «difíciles días que se avecinaban». En su contraportada todavía se veían anuncios para alistarse en las fuerzas armadas y noticias que honraban a los «héroes caídos» por el líder nazi.«Las reacciones fueron diversas, dependiendo de la identificación de cada uno con el régimen nazi», afirma el periodista e historiador Jesús Hernández. El autor de ‘Eso no estaba en mi libro de Hitler’ (Almuzara) sostiene que la noticia fue recibida entre sus más fervientes seguidores con desesperación, pues todo en lo que creían se había desmoronado: «Hasta el último momento confiaban ciegamente en que su ‘Führer’ guardaba un ‘as’ bajo la manga, ya fuera en forma de ‘armas fantásticas’ o de algún giro dramático de los acontecimientos que permitiera el triunfo final de Alemania» Con la noticia de su muerte, esa esperanza se esfumó y entendieron que la derrota era ya inevitable. «Entre los que aguardaban ser capturados por los soviéticos, hubo quienes prefirieron quitarse la vida», añade. «El ‘Führer’ me ha nombrado sucesor. […] Mi primera misión es salvar a los alemanes de la destrucción que les acecha por el avance enemigo» Karl DönitzPor otro lado, se hallaba el grueso de la población. «Aunque la mayoría mantuvo un relativo apoyo al régimen hasta el final, reaccionó a la noticia con una inesperada mezcla de indiferencia y alivio, sin que se diesen grandes señales de duelo. La muerte de Hitler suponía el final de la guerra y, por tanto, de los graves padecimientos que estaba causando. Aunque el futuro no podía ser más incierto, el inminente final de los combates y los bombardeos permitió a la gente, al menos, respirar aliviada», completa el experto español. Al final, fue este grupo el que se impuso. Poco a poco, día tras día, los oficiales que todavía combatían en el norte de Italia, Austria, Holanda, Dinamarca, Checoslovaquia, Baviera, la península de Curlandia -en la actual Letonia-, y diferentes estados alemanes como Schleswig-Holstein entendieron que luchaban por un Reich sin futuroDesde la sede de su gobierno en Flensburgo , un buque mercante en el que se reunía con sus ministros y al que se había trasladado el 3 de mayo, Dönitz movió los escasos hilos de los que disponía para cumplir sus objetivos. «Su prioridad absoluta era alargar el inexorable final de la guerra lo máximo posible para permitir que el mayor número de soldados pudieran rendirse a los Aliados occidentales, y no caer así en manos de los soviéticos , lo que equivalía a una muerte cierta», explica Hernández a ABC. No le fue mal en este sentido, pues, en las semanas siguientes, logró salvar cerca de dos millones de soldados gracias a lo que el experto denomina una «hábil táctica dilatoria» en lo diplomático.Los Aliados capturan a Dönitz, el sucesor de Hitler ABCLos datos avalan las palabras de Hernández. Mediante artimañas políticas, Dönitz consiguió convencer a Ike Eisenhower de que retrasara unas jornadas la firma de la capitulación para ganar tiempo. El 7 de mayo de 1945 primero, y el 8 después, no tuvo más remedio que enviar a sus subalternos para que firmaran el fin de la contienda .Con todo, Dönitz también ocultaba otro objetivo. «Quería formar un gobierno que pudiera ser reconocido por los Aliados y mantener así una continuidad del Estado alemán. Para ello, por ejemplo, rechazó la colaboración del jefe de las SS, Heinrich Himmler, al que destituyó el 6 de mayo. Hubiera sido un obstáculo para ese reconocimiento debido a su identificación plena con el nazismo», añade el experto. «El general Rooks nos leyó una comunicación en la que se disponía que debíamos ser detenidos. Sobran las palabras» Karl DönitzHernández está convencido de que el Gran Almirante no hubiera dudado en capitanear esa transición a la democracia si de eso hubiera dependido la aceptación de su gabinete, pero no por convencimiento propio. «Si los Aliados hubieran aceptado el trato, su perfil hubiera podido encajar en ese papel, ya que su figura tenía cierto prestigio y no estaba tan ligada a la ideología nazi como otros personajes del Tercer Reich. Sin embargo, nunca sabremos si hubiera funcionado ese experimento político», completa.Al final, la presión militar de los Aliados en todos los frentes, la debilidad del gobierno del Reich y la muerte de Hitler pasaron factura. Las fuerzas alemanas del norte de Italia y parte de Austria claudicaron el 2 de mayo. Dos jornadas después, Montgomery recibió la rendición incondicional de las tropas ubicadas en Schleswig-Holstein, Holanda occidental y Dinamarca. El 5 hizo lo propio el Grupo de Ejércitos G, lo poco que quedaba de la ‘Wehrmacht’ en las afueras de Berlín. Las últimas grandes batallas protagonizadas por germanos se sucedieron los días 11 y 12 en Checoslovaquia y Yugoslavia. Así hasta el 23, cuando cayó también Dönitz. «El general Rooks nos leyó una comunicación en la que se disponía, por orden de Eisenhower, que debíamos ser detenidos». El último ‘Führer’ respondió resignado: « Sobran las palabras ». Tras ser juzgado fue trasladado a Spandau.

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