Esta fue la rica ciudad que enorgulleció a los reyes de la Monarquía hispánica

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Esta fue la rica ciudad que enorgulleció a los reyes de la Monarquía hispánica

Volvió a brillar la Perla de Andalucía, aún más si cabe. Con el advenimiento del siglo XVI, las nuevas corrientes renacentistas trajeron aires renovadores al corazón de la Monarquía hispánica. Sevilla, puerto hacia aquel infinito allende los mares, se vistió de gala y abrazó su condición de capital imperial ‘de facto’. Su pasado latino y la estancia en la urbe como ‘cuestor’ de un tal Julio César, considerado por muchos su fundador, fueron pilares suficientes para ello. «Se buscó una reconexión con la Roma de los emperadores en todos los sentidos. Incluso el cabildo popular se llegó a autotitular como ‘Senatus Populusque Hispalensis’ (SPQH)».El hito pretérito lo desvela a este periódico el historiador Fernando Olmedo Granados. Andaluz de nacimiento -su acento le delata-, acaba de publicar ‘Sevilla. Puerta del mundo’ (La Esfera); una obra que busca poner en valor la ciudad hispalense. O recordarlo más bien, porque importancia atesoró de sobra durante doscientos años. «Como dijo Braudel, en el siglo XVI era la ciudad donde nacía el corazón del mundo. Era el puerto al que llegaban los caudales que revolucionaron la economía mundial. Toda Europa esperaba que las flotas atracaran para hacer sus pagos efectivos, y la plata española, que entraba por Sevilla, era la que permitió el comercio con China y Oriente, muy deficitario de metales preciosos», sentencia.Noticia Relacionada Temía ser capturado vivo por la URSS especial No La agonía del Reich, mes a mes: los 106 últimos días de Hitler Manuel P. Villatoro Durante los estertores del nazismo, el ‘Führer’ pasó de la incredulidad en la derrota al pavor a ser capturado vivo por los soldados soviéticosEsa grandeza vertebra una obra con mil ramificaciones históricas; todas ellas centradas en aquella gran ciudad que iluminó el Siglo de Oro español con su comercio, su cultura y su arquitectura. Y lo hace, además, a través de un centenar de láminas pintadas a mano por el ilustrador Arturo Redondo Paz. «Mi favorita es la panorámica de la urbe. Con ella, el lector puede observar los cambios que se han producido desde 1519 y hacer un recorrido por sus calles», señala Olmedo. El historiador sostiene que ha trabajado mano a mano con su colega para que cada una de estas pequeñas obras de arte sea precisa a nivel histórico: «Si imprimiéramos la original, mediría más de tres metros. Cuenta con una fidelidad topográfica envidiable. Además, la presencia de cada edificio está justificada en los archivos».Auge de SevillaFue en el XV cuando Sevilla dio sus primeros pasos hacia el SPQH; ese siglo en el que la expansión de la Monarquía hispánica a través del Nuevo Mundo abrió la Península Ibérica a la entrada y salida masiva de hombres y materiales. Eran una infinidad los puertos desde los que podrían haber partido los buques, pero los Reyes Católicos apostaron por un sistema proteccionista. Fue uno, y solo uno, el que monopolizó todo este tráfico marítimo a través de la Casa de la Contratación de Indias. «A partir de la fundación en 1503 de esta institución, Sevilla empezó a ser un foco de conexión, o gozne, entre el Mediterráneo y el Atlántico», señala Olmedo.Representación de la Catedral de Sevilla ARTURO REDONDODe la mano de la Carrera de Indias, el sistema de convoyes que unió el viejo y el nuevo mundo, Sevilla se transformó en el motor económico y cultural de la Monarquía hispánica. En un suspiro, su población alcanzó los 120.000 habitantes; unas cifras que superaban de forma amplia las 15.000 almas que residían en Madrid en 1580. «Se convirtió en un punto clave para los negocios. Acudían gentes de todos los países. Algunos pasaron a América y otros se naturalizaron. Por eso hay un grupo importante de sevillanos que tienen apellidos de origen flamenco o genovés», suscribe el experto. Las razones fueron muchas, pero Olmedo señala una: «Era un puerto más seguro que el de su gran competidora, Cádiz, al ser interior y estar a resguardo del Guadalquivir». Su adversaria, de hecho, quedó en entredicho tras terminar saqueada en 1596 por problemas en sus defensas.Qué importancia no tendría Sevilla, que Carlos V contrajo matrimonio con Isabel de Portugal entre sus muros el 11 de marzo de 1526. Triste desconsuelo para su otra gran competidora en el interior: la Ciudad Imperial. «Toledo daba prestigio al monarca; Sevilla, caudales de oro y plata. Este tipo de visitas reales se convirtieron en un reconocimiento a su importancia; un adorno para la corona», suscribe el historiador. Sobre estos pilares se sustentó aquella idea de que Sevilla era equiparable a la capital del Imperio de las legiones con la llegada del Renacimiento. «A nivel ideológico se llevó a cabo una transposición, una operación de reconexión con Roma. Se buscó hacer una nueva Roma en idea y en realidad», desvela el experto.Ilustración del Arenal de Sevilla ARTURO REDONDODice el autor que, en los siguientes dos siglos, se introdujeron en Sevilla «los modos del arte clásico para diseñar esa nueva Roma en idea y en realidad». El impulso vino a todos los niveles, hasta el arquitectónico. «Se puede ver en la Lonja de Mercaderes, en el Hospital de la sangre… Se importaron columnas de mármol desde Génova para levantar patios de corte clásico, unas 30.000», añade Olmedo. Y otro tanto sucedió desde el punto de vista intelectual. «Sevilla ha sido una cantera de inspiración literaria muy conocida: Cervantes, Lope de Vega, Mateo Alemán…», completa. Insiste en que debemos repetirlo para que no se olvide, y nosotros, obedientes, lo replicamos en estas líneas.Caída de RomaPero hasta los grandes imperios se disuelven. Sevilla terminó por caer en desgracia a mediados del siglo XVII, cuando una epidemia de peste asoló a sus gentes. A partir de ahí arrancó un declive paulatino que culminó en 1711 con el traslado a Cádiz de la Casa de Contratación. «Lo que antes era una ventaja, contar con un puerto fluvial en lugar de marítimo, se convirtió en un problema. Por un lado, aumentaron los tonelajes de los desplazamientos de los navíos de forma exponencial; por otra, el Guadalquivir empezó a llenarse de sedimentos. Ambos factores dificultaron la navegación», completa. Que Felipe III impulsara la fortificación de Cádiz fue la puntilla. «Con el cambio, el dinamismo de la economía perdió fuelle», sentencia el experto. El final, sin embargo, no apagó su historia. Y si no, ahí está este libro para recordarla.

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