Los columnistas nos equivocamos cuando cedemos a la tentación de hacer pronósticos en lugar de explicar lo que sucede. Es cierto que la predicción no es nuestro oficio y que si lo olvidamos nos arriesgamos a que la realidad nos deje en ridículo. Por eso las crónicas del Barça las escribo en directo, sin tratar de hacer creer al lector que sé cómo acabará el partido, aunque es inevitable ir haciendo pequeñas apuestas en el texto para que guarde una cierta coherencia. Y en los últimos tiempos me he dado cuenta de que por mal que se le pongan las cosas a este equipo siempre es un error decantar excesivamente la crónica hacia el fatalismo. Si el Barça de Pep se construía sobre la pretensión de no que tenía fisuras ni defectos, y aunque su fútbol era maravilloso, a veces colapsaba en la frustración de no llegar -nadie llega- a ser perfecto; el Barça de Flick en cambio no sólo asume sus defectos, sino que casi, casi los celebra, y ofrece a cambio un abanico tan apabullante de virtudes, de luz y de vigor que es estar ciego no reservar siempre hasta el final un espacio para la esperanza.El Inter desplegaba un fútbol superior en presión y acierto mientras yo escribía las líneas anteriores y se adelantó con un gol de Lautaro. La intensidad local ahogaba a los azulgranas, de amarillo ayer, que resistían con más voluntad que precisión, esperando su momento para tomar las riendas del partido. No es que todo les saliera mal, sino que nada les salía tan bien como necesitaban, pero parecía cuestión de tiempo que los instrumentos se afinaran. Los nervios y la precipitación no ayudaban y el Inter iba haciendo su partido y aunque atacaba menos que al principio lo hacía con peligro y de un penalti que lo era, pese a las protestas de Flick, llegó el segundo.Demasiadas pérdidas de balón, como en la segunda parte de la ida, pero el Barça estaba a un solo gol de meterse de nuevo en la eliminatoria y era el equipo más goleador de esta Champions, con 40 goles. El Barça volvió del descanso con nervio, con furia, atacando a un Inter nervioso y cansado pero que no renunciaba a correr cuando podía aunque sin demasiada imaginación para terminar las jugadas. A los de Flick les faltaba el punto de dulzura que les caracteriza y eso hacía que el Inter no se sintiera vulnerable hasta que de volea y por la escuadra Éric dio a su equipo justo lo que necesitaba: un gol temprano que pudieron ser dos en menos de cinco minutos si el portero suizo de los italianos, Yann Sommer, no hubiera intervenido con una parada descomunal. Antes del minuto 60, Dani Olmo empató la eliminatoria. Es el Barça más peligroso, temerario y sexy de todos los tiempos. Un Barça de pura emoción, que realiza el mito del fútbol de un modo adictivo. El Barça sobrevolaba como las águilas el partido y ejercía una presión agobiante. La entrada de Araujo por Íñigo dio un suspense añadido a la noche, por la facilidad con que suele cometer errores. El Barça llegaba y llegaba y Sommer sacó con una mano prodigiosa un disparo de Lamine Yamal que se colaba por la escuadra. Fermín entró por Dani Olmo y lo que hacía rato que se estaba cociendo, y que sólo podía parecer imposible a los que no entienden a este equipo, acabó llegando en el 88, Raphinha mediante. Pero Múnich subió de precio y Acerbi devolvió el empate al marcador en el descuento, marcando el gol de su vida. Mini regalo de Araujo, aunque peor fue su pasividad ante Thuram, ya en la prórroga, que desencadenó el cuarto local, obra de Frattesi. Quedaba demasiado partido aún para encargar ningún entierro. El Barça se asomaba se acercaba al empate y se asomaba al abismo, sabiendo que nadie hace promedio entre la gloria y el olvido. Sommer, monumental, también lo sabía y con la punta de los dedos evitó un golazo de Lamine Yamal. El Barça no perdió la fe pero perdió el partido. Son unos chicos geniales pero sin Champions no hay destino. Los columnistas -es verdad-cuando hacemos pronósticos, hacemos el ridículo.

Leave a Reply