Roma y el Vaticano: entre la Tierra y el Cielo

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Roma y el Vaticano: entre la Tierra y el Cielo

A la Ciudad del Vaticano le sucede un poco como a todas las ciudades de las que, si uno sale andando de ellas, no sabría decir dónde termina. ¿En esas fábricas, en aquellas casas? Existen murallas, verjas y puertas, pero no hay un límite que diga que uno ya no está en la Ciudad del Vaticano y está entrando en Roma. El contacto entre ambas no es más que una frontera abstracta, pintada en el mapa digital y emocional. El reportero viene buscando la línea en el suelo que separa lo laico de lo sagrado como cuando conoció el Ecuador en Kenia y un metro más para acá, el agua giraba en un sentido, y un poco más allá, en el otro. Uno sabe que se ha alejado del Vaticano porque en las tiendas de ‘souvenirs’ venden imanes para la nevera con unas reproducciones de las partes nobles del David de Miguel Ángel -en realidad son recuerdo de Florencia, pero qué más da-, y conforme uno se aleja de San Pedro, el David cada vez está más dotado. Cuando la ‘bartularia’ es descomunal, uno puede decir que ya no está en el Vaticano.Buena parte de Roma es un territorio de nadie, una zona indeterminada y porosa en la que las dos ciudades influyen una en la otra, por la que en el Vaticano se vive una espiritualidad ligerísima y en el resto de la ciudad, un espontáneo y respetuoso recato. Pese a representar la capital del catolicismo, todo el Vaticano sigue siendo un poco la gran ciudad sensual y toda Roma, es un poco una iglesia.Paolo SestoSe puede vivir junto al Bernabéu, junto a la bahía de la Concha, junto al Retiro o la Giralda, pero ¿cómo será vivir junto a la Santa Sede? Entre Largo degli Alicorni y la Via Paolo Sesto está la esquina de la manzana de la Roma civil que entra más en el Vaticano, como un mordisco urbanístico de lo que se llama la ciudad extraterritorial. Estamos al oeste de la Via della Conciliazione con sus grupos de peregrinos que entonan canciones tras las cruces de madera camino de la Puerta Santa de San Pedro. Aquí construyó el Papa Francisco el Palazzo Migliori donde vienen a asearse y a comer los mendigos de la zona.Noticia Relacionada estandar Si La cruz pectoral: con reliquias del obispo Polanco fusilado por la República Patricia Romero El nuevo Papa lució un auténtico relicario que alberga también huesos de San Agustín de Hipona, de la madre de este, de un obispo de Valencia del siglo XV y del único obispo que se negó a jurar fidelidad a NapoleónMás allá, residencias, la curia de los Agustinos, tan de moda por el papa León XIV; Santa Mónica, etc. No hay bicicletas en los balcones, ni buzones. Aquí viven los cardenales y en el telefonillo se pueden leer nombres de los que eran papables como el ya olvidado Burke. Pero encontrar aquí un vecino es como encontrar una aguja en un pajar. Peregrinos y turistasEl reportero está punto de ser atropellado por un ‘rider’ cuando cruza la calle para encontrarse con Francesca, que vive en una de estas casas y que está acostumbrada al trajín de curas que rezan el rosario en voz alta, monjas de paso corto, peregrinos y turistas de los que no se podría saber cuál es cuál. Guías enarbolan banderas de extravagantes colores y los ‘carabinieri’ que cuidan de la zona sustituyen a la Guardia Suiza, con sus gorras fenomenales, rematadas con escudos brillantes de latón como si ordenaran el tráfico de un libro de historia. «Es ruidoso y no es muy cómodo vivir aquí, desde luego no es un barrio tranquilo, pero hay mucha seguridad y vivimos más de cerca la espiritualidad que el resto de la gente, aunque no vayamos a misa», confiesa la administrativa de 45 años, una rareza civil entre residencias y oficinas de órdenes religiosas.Recuerdos del Papa Francisco en una tienda de postales ABCEl Vaticano es el estado más pequeño del mundo y mide solo 44 hectáreas alrededor de la basílica de San Pedro. El ‘Ager Vaticanus’ era el extrarradio de la ciudad en época romana, un área periférica de huertas, villas y enterramientos, pero uno de sus muertos lo cambió todo. San Pedro fue enterrado aquí y convirtió al lugar en un sitio de peregrinación. En el siglo IV, Constantino mandó construir la basílica de San Pedro, se fortificó en la época medieval, crecieron alrededor los albergues para peregrinos y las tiendas de ‘souvenirs’ de la época, vinieron las murallas y, con el Renacimiento, la plaza que diseñó Bernini y el poder religioso de una comunidad que hoy representa a 1.400 millones de católicos de todo el mundo. Mussolini trazó la Via della Conciliazione desde el Castillo de Sant´Angelo y pervivió la ciudad interior con museos, palacios, residencias, jardines, farmacia y un supermercado. Hace un par de años, intentaron construir un centro comercial de lujo anexo que se iba a llamar Vatican Luxury Outlet para vender bolsos caros a las chinas, joyas y zapatillas de 600 euros, pero terminaron poniéndole de nombre Caput Mundi, por el dicho de Roma como ‘Cabeza del mundo’ A los curas no les gustaba y al año, quebró.Flores de calabacínEsta es una ciudad tradicional conservada por la gracia de Dios y el peso ritual del hecho religioso que allí se vive. Al cierre de esta crónica, el reportero no se ha encontrado uno solo de esos sitios de moda en los que ofrecen tostas con aguacate. Sirven flores de calabacín con queso y anchoa -qué ricas están, las de Casa Luigi-, tablas con charcutería y quesos, pasta a la amatriciana, carbonara, ‘cacio e pepe’, ‘pomodoro’ y para de contar. Ni rastro de un gastrobar. En Borgo Pio, en la frontera este, los sacerdotes, empujados por el calor y quizás por la tentación de aparecer en uno de esos calendarios de curas guapos, se sueltan el alzacuellos, se apoyan en las paredes de amarillo romano y al mediodía toman pizza al corte o se sientan en los bancos frente a las tiendas de rosarios con imágenes de Carlo Acutis, el santo adolescente, con su mochila. En Valladolid todo son zapaterías; en León, sombrererías y en Borgo Pio, vas a comprar un cargador y todo son tiendas de cálices. Ahí, junto a las murallas, se mezclan escotes y sotanas, vespas, gente agotada que arrastra los pies como aplastados por la carga de la conciencia, camareros que invitan a los transeúntes a sentarse. Te puedes comprar una casulla. Hay cajeros automáticos, presentaciones del Santísimo, camisetas de fútbol y ‘tote bags’ del Papa Francisco en los que aparece sonriendo de joven, como entusiasmado por un Photoshop desde el más allá de los iconos.José Luis Trucios, un cocinero de cincuenta y pico, se apoya en la esquina, se enciende un pitillo y sonríe como Omar Sharif. Me invita a su restaurante en Via Borgo Pio y explica que con el Jubileo ha venido mucha gente, pero han tenido tiempos mejores. «El McDonalds nos ha hecho mucho daño porque absorbe a la chavalería. Esto resulta duro para trabajar, pero vivir aquí es todo un espectáculo». Todo resulta pío e irreverente al mismo tiempo, confuso y dotado de un sentido perfectamente identificable. En la colina Pincio, asomados al atardecer malva de la ciudad sobre el Vaticano, alguien ha sacado un micro y un altavoz, y doscientos jóvenes cantan a coro ‘Iris’ de Biagio Antonacci -«Iris, tra le tue poesie»-, y no sabe si está uno en una ‘rave’ o en una misa de Hakuna. Vinos y karaokesCelia, una gallega que vive en Roma, destinada junto a su marido en un puesto diplomático, cree que toda la ciudad vive una suerte de espiritualidad. «Los que vivimos aquí comentamos que, aunque no estés en el Vaticano, saber que queda ahí al lado aporta cierta paz». Vive en Prati, un lujoso barrio, con casas de hace un siglo en el que habitan vecinos todavía, como los últimos mohicanos del primer ensanche de la Santa Sede. Hay portales con escaleras con alfombra roja, una suerte de barrio de Salamanca a la romana en el que ya podríamos sentir que vivimos en una ciudad normal, si Roma fuera en algún momento una ciudad normal. Les gusta salir y, a cada ocasión, van andando a los sitios y pasan por el Vaticano.Cerca de Santiago y Montserrat, la conocida como Iglesia Española, en un restaurante de vinos con terraza en tres mesas juntas, charlan en animada juerga cuatro chicos y cuatro chicas de entre 20 y 30 años. Viendo los vestidos de ellas se diría que es Domingo de Ramos por el recato y la elegancia, pero llevan la vida normal de la gente de su edad: se hacen fotos, se ponen ruidosos a la tercera botella de vino y nos invitan al que dice una de ellas, pelirroja y simpática, que es el mejor karaoke de la ciudad: el Planeta Magnético. Me parece un sitio fantástico, como para arrancarse con alguna letra cósmica de Franco Battiato, especialmente alguna que hable de Túnez. ‘La Dolce Vita’En el Vaticano había un supermercado interno llamado popularmente el Annano, pero está cerrado. Cuentan que allí se compraba a precios baratos y lo gestionaba el propio Vaticano. También dentro hay una farmacia, pero uno no puede entrar. Los guardias suizos, con su moderada cortesía, cortan el paso a los reporteros y, si la japonesa tira una foto de más, la echan de allí con cajas destempladas. Esa es una puerta del Vaticano, además de la Puerta Santa que cruzan los peregrinos, naturalmente, pero llamarlo frontera sería decir demasiado, pues la Santa Sede rebosa sus límites y se extiende indefinidamente. «Roma es una ciudad eminentemente dual -explica Juan Claudio de Ramón, diplomático y autor de ‘Roma: la ciudad desordenada’ (Siruela)-. Es sacra y es profana al mismo tiempo. La primera escena de ‘La Dolce Vita’ es un Cristo que aparece volando, pero por encima de las azoteas están las chicas en bikini. La primera escapada que hace Marcelo con Anita Ekberg es a una iglesia, y ya ahí se la intenta ligar. En ‘La grande bellezza’ de Sorrentino, también las primeras imágenes son de unas monjas. Compáralo con cómo trata Almodóvar a las monjas. Las dos ciudades conviven en perfecta tolerancia. Los párrocos bendicen las casas y nadie se queja. El cristianismo se encontró con una ciudad pagana y sensual, y le puso una Cruz encima. La ciudad es híbrida. No hay anticlericalismo en Roma, porque odiar a la Iglesia sería tanto como odiar a Roma».

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