Amén a la faena de Uceda Leal, torero de Madrid por los siglos de los siglos. Casticismo puro desprendía su faena al cuarto, la única para saborear y paladear. Un torero clásico, natural, sin posturas forzadas, vertical en su altura, con más solera que medio escalafón. Qué gozo ver tanta torería sin azúcar ni edulcorante. Un torero en torero. En el andar y en el torear, con la verdad de quien no tiene nada que demostrar a estas alturas, sacando muletazos con más clase que un colegio de pago, con el poso de la veteranía. Fue un toro medio este santacoloma, que hizo sonar el estribo de modo Rabioso –como su bautismo– en la primera vara; más se emplearía en la siguiente. Se percibía la ilusión del aficionado –que no es lo mismo que el público– por ver a José Ignacio, esa eterna promesa que tantas tardes de aroma ha regalado a la capital y que ayer reverdecía laureles. Un perfume que se hacía más intenso después de ver a sus compañeros de cartel, tan espesos y acelerados.Brindó Uceda a los tendidos, que corearon los oles en los dos ayudados más toreros de este domingo de mayo. Un lujo en medio de la monotonía, de patatas con carne o carne con patatas, que decían los antiguos. Más sabroso era el guiso del chef madrileño, regado con añejo vino. Hermosísimo fue el cambio de mano: despacito, despacito… Si notas de reguetón, pura sinfonía. El toro tuvo su son, pero no le sobraba el recorrido. Todo ponía Uceda Leal: relajado por el lado de la cuchara; profundo en unos naturales de mano baja sin retorcimiento alguno. ¿Y qué me dicen de ese trincherazo que venía pidiendo los pinceles de Paloma Velarde? (Una maravilla su inminente exposición en esta plaza). Como Rabioso punteaba y no quería mucha algarabía, el madrileño lo midió perfectamente. Ni un muletazo de más ni uno de menos, con ese final a dos manos que embelesó a los 22.964 que colgaron el ‘No hay billetes’. De colofón: su letal espada y una oreja al toreo de siempre, al que no pasa de moda, al que perdura y los abuelos contarán a los nietos. Y quién sabe si los sobrinos de la discoteca y las copas lo contarán mañana en su instituto: «El domingo vi a un torero…» De Usera y más castizo que Chamberí. Fue la nota más honda de la corrida de La Quinta, con más expectación tras su ausencia de Sevilla por una declaración de principios: no aceptaban ls migajas de preferia. Los santacolomas de los Martínez Conradi se quedaron voluntariamente fuera del templo maestrante, pero sí pisaron el Vaticano del toro bravo con una corrida que ofreció el triunfo, pese a que el aficionado esperase más chispa. Se conmemoraban los 120 años de la Real Unión de Criadores de Lidia, un aniversario que pedía esa bravura que no se negocia. No hubo esa casta total deseada, pero los de La Quinta –sin llegar a meter esa marcha– estuvieron por encima de los dos más jóvenes del cartel: de la década de los ochenta ambos… Sumaba sus añitos la terna, vaya que si sumaba, aunque fue el más veterano el único que mantuvo ese diálogo eterno entre la tierra y el más allá, el diálogo de un hombre con la tauromaquia imperecedera. Suyo, por cierto, fue el lote de más agradables hechuras (un zapato el primero). Numerosos ganaderos ocupaban su localidad en el día dedicado a su institución, aunque los nervios, como es lógico, se adivinaban en los de La Quinta, que lidiaron una corrida que a alguno le pareció de más agua que vino, pero que tuvo orejas que cortar y, también, sus teclas –y no siempre se las tocaron)–. Cómo arrastraron varios el hocico, con ese son tan mexicano. Dentro de la gran nobleza del conjunto, alguno (el segundo) tuvo más peligro del que se atisbó, pero por los dos últimos no se apostó como hay que apostar en Madrid. Con pitos abandonaron la plaza Daniel Luque y Emilio de Justo. «Venga, Daniel, que este puede ser», le gritaron desde el 7 al de Gerena. «Que no pare, que no pare», le decía la cuadrilla. Lo cierto es que el tal Solitario fue un cinqueño tremendamente incómodo y complejo. E incómodo anduvo el sevillano, espesote de ideas. Mucho mejor era el quinto, al que picaron malamente y al que luego Luque concedió una generosa distancia, esa distancia que a la mínima hace que la grada se ponga más de parte del toro que del matador, aunque la realidad es que no terminó de cogerle el aire, sin su voraz capacidad. Hasta empezaron las guasas de contar los muletazos: 85, 86, 87… Con palmas arrastraron a Azulejo, mientras silbaban a Daniel LuqueFeria de San Isidro Monumental de las Ventas. Domingo, 18 de mayo de 2025. Novena corrida. Cartel de ‘No hay billetes’. Toros de La Quinta (incluido el 6º bis, con mucho que torear), de nobleza en conjunto dentro de sus matices y sus teclas; humilladores, con acento mexicano, aunque a veces les faltó entrega en su medio recorrido; con opciones los cuatro últimos, especialmente 5º y 6º. José Ignacio Uceda Leal, de negro y oro: estocada (silencio); espadazo algo delantero (oreja). Daniel Luque, de verde océano y oro: estocada desprendida (silencio tras aviso); estocada trasera (pitos). Emilio de Justo, de rioja y oro: pinchazo hondo tendido y descabello (silencio tras aviso); tres pinchazos y tres descabellos (pitos tras dos avisos).Cuando apareció el guapo Lentisco, cárdeno salpicado, hubo un runrún en el ambiente. Todo se le hizo a la contra a este toro: desde los latigazos del saludo a quites desafortunados o ese prólogo rompedor. De eléctrica pasión la faena de Emilio de Justo con un toro, lógicamente, a menos, pero es que este nevado 42 merecía otro trato. No gustó por dentro ni por fuera el insídido y renqueante sexto, por lo que asomó el pañuelo verde. Transmitía el serio Gallareto, con esa manera de meter el morro, incluso gateando, pero que también se revolvía. Demasiado atacado y sin colocación anduvo el extremeño con un cárdeno que lo exigía todo por abajo. El lote fue suyo; el toreo, de Uceda, Leal al clasicismo.

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