El Rodríguez ha visto a llegar a su hija y a su parienta con chanclas y calcetines de las Baleares . El ‘puente’, que no se cogió por el día de de la Comunidad, se lo ha hecho pensando en Ibiza, con la mami, que le gusta petardear entre tres generaciones menos y vestir del blanco de la isla. El Rodríguez, en cambio, se ha tirado estos días de vacaciones con el gozo del ‘dolce far niente’, pijamilla de tela y Orfidal en tortilla. Porque el Rodríguez es así, de lujos domésticos. Arturito Torremocha, el de Loma, vividor, muy alegre de americanas y vaqueros, se presentó en su casa con un Matusalem añejo que se bebió casi a morro el bueno de Arturito. En vista de que el Rodríguez estaba buscando a Morfeo entre la horterada de Eurovisión, Torremocha iba vaciando la botella encontrando, a cada trago, más adjetivos sobre el brebaje espirituoso. Al Rodríguez el tono, cada vez más gangoso de su amigo, sí que le provocaba más sueño. «Ahí te quedas, cierra al salir», le dijo como dándole todo el tiempo del mundo a paraísos dipsómanos. Y se fue y dejó al otro silbando a los monigotes cantarines de Eurovisión.El Rodríguez soñó que era capitán de un velero en El Atazar, luego soñó que de Madrid a Ibiza se podía ir navegando, y de lo demás no se acordó. Lo despertó su Begoña, con un arrumacos que traían más mala leche que cariño. El Rodríguez, entonces, vio que las piernas bronceadas de su mujer e hija acaban en unas chanclas sin calcetines. «Lo más», le dijeron a la vez. Y el Rodríguez pensó que las había perdido por siempre jamás. Al día siguiente todo Madrid llevaba puesta unas chanclas con calcetines. Él iba ufano con sus mocasines rumbo al triunfo de la oficina y las broncas.

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