Conquistó una infinidad de territorios don Julio César durante sus años como triunviro, pero también narrativas. El futuro dictador de Roma, forjador del título imperial, tejió con sus textos la imagen de los pueblos galos a los que atravesó, cual navaja afilada, en el siglo I a. C. Sus crónicas, escritas en tercera persona, dibujaron a unos celtas aguerridos y duros de doblegar, pero también supersticiosos y crueles. Tipos lo bastante entregados a sus deidades como para encerrar decenas de prisioneros en un colosal ídolo de madera… y prenderle después fuego. Eso dejó por escrito al menos. Dos mil años después, historiadores y arqueólogos debaten sobre la veracidad de sus testimonios.Habla CésarFue en el año 60 a. C. cuando Julio César dio el primer golpe para acercarse al poder de la Ciudad Eterna, aunque lo hizo de la mano de otros dos gerifaltes. Ese año, el militar constituyó un triunvirato con Cneo Pompeyo Magno y Marco Licinio Craso para controlar ‘de facto’ el Senado de la todavía República romana . Tras aquella imagen de unidad, sin embargo, cada una de las patas del banco anhelaba hacerse con la gloria de forma independiente. El futuro dictador lo intentó desde las provincias que dominaba como procónsul: Iliria –en la costa de Dalmacia–, la Galia Cisalpina –en los Alpes– y la Galia Transalpina –con capital en Narbona–.Noticia Relacionada Richard Cohen, esgrimista estandar No «Las espadas españolas tuvieron una importancia crucial en el siglo XVI» Manuel P. Villatoro El esgrimista, que ha participado cuatro veces en los Juegos Olímpicos, recorre la historia de estas armas blancas en ‘Blandir la espada’Poco después de su elección, allá por el 58 a. C., le sobrevino el deseado pretexto al militar con el movimiento de una tribu celta asentada en la actual Suiza. Los helvecios, como se llamaba esta confederación de pueblos, iniciaron una emigración a través de un territorio bajo control de la república. Aquella amenaza resultó en la excusa perfecta, como bien dejó sobre blanco el propio César: «Según costumbre y práctica del pueblo romano, no se puede permitir el paso por la provincia». En sus palabras, no había otro remedio que la guerra; en la práctica, este complejo entramado le ofreció el ‘casus belli’ para asaltar la vecina Galia y cosechar glorias militares.Allí fue, en aquella guerra que se extendió unos ocho años, donde Julio César alumbró a golpe de pluma su ‘De bello Gallico’; un colosal ensayo en el que no solo narró el devenir de las operaciones militares, sino también las costumbres y la cultura de los nativos. Por hablar, en este tratado hablaba hasta de la tendencia a la superstición de las tribus locales: «Toda la nación de los galos es supersticiosa en extremo; y por esta causa los que padecen enfermedades graves, y se hallan en batallas y peligros». Según el procónsul, se valían de cualquier práctica para aplacar a sus deidades; y entre ellas se contaba una tan turbia como la de sacrificar seres humanos en su honor. Así lo explicó: «O sacrifican hombres, o hacen voto de sacrificarlos, para cuyos sacrificios se valen de los druidas, persuadidos de que no se puede aplacar la ira de los dioses inmortales en orden a la conservación de la vida de un hombre si no se hace ofrenda de la vida de otro; y por pública ley tienen ordenados sacrificios de esta misma especie».En ese mismo apartado, Julio César dejó por escrito una práctica gala que le estremeció. Según su testimonio, este pueblo elaboraba «con mimbres entretejidos ídolos colosales, cuyos huecos llenan de hombres vivos». Pocos datos más ofreció; ni su tamaño, ni la forma en la que los construían. Sí especificó el triste final de los desgraciados que habían sido apresados en el interior de este ídolo: «Pegando fuego a los mimbres, rodeados ellos de las llamas, rinden el alma». Terminaban quemados vivos hasta la muerte, vaya. «En su estimación, los sacrificios de ladrones, salteadores y otros delincuentes son los más gratos a los dioses, si bien a falta de esos no reparan en sacrificar inocentes», completó.Y también EstrabónJulio César no fue el único que hizo referencia a esta truculenta práctica. Estrabón , el gran geógrafo del siglo I d. C., dejó constancia de ella en su ‘Geografía’. El autor incluyó la referencia en el capítulo dedicado a los galos, un texto en el que insistía en la propensión a la violencia de estos guerreros: «Hay que añadir a su irreflexión la barbarie y el salvajismo que suele ser connatural a los pueblos del Norte, como por ejemplo la costumbre de colgar, al volver de la batalla, las cabezas de los enemigos de las colas de los caballos para llevárselas y clavarlas ante las puertas de sus templos».Dejó escrito Estrabón que los galos se jactaban de mostrar «a los extranjeros las cabezas de los enemigos famosos embalsamadas con aceite de cedro» y que, para ellos, eran tan importantes como para negarse a devolverlas. No aceptaban a cambio ni montañas de oro. A su vez, practicaban los sacrificios rituales como llave para relacionarse con los dioses. «Los romanos les hicieron terminar con esas prácticas, y con las referentes a los sacrificios y a la adivinación que eran contrarias a nuestros usos. Golpeaban, por ejemplo, en la espalda con una espada a un hombre elegido ritualmente como víctima y practicaban la adivinación a partir de sus convulsiones», añadía el cronista.Afirmaba el escritor no haberse inventado una palabra de aquello; todas estas prácticas, decía, habían sido descritas por el historiador Posidonio. El también político y astrónomo había viajado hasta la Galia en el siglo I a. C. y, en palabras de su colega geógrafo, había estudiado sobre el terreno las costumbres de los galos: «Cuenta Posidonio que él mismo pudo ver este espectáculo en muchos lugares distintos, y que lo que al principio le repugnaba, con la costumbre, lo llegó a soportar serenamente». Según Estrabón, una de las torturas rituales que conoció fue la del hombre de mimbre: «He oído hablar también de otras formas de sacrificios humanos, como por ejemplo la práctica de matar a flechazos a algunos, o la de crucificarlos en los templos, o la de fabricar un enorme muñeco de paja y madera en el que metían algunas cabezas de ganado, bichos de todo tipo, y hombres, y hacer con él un holocausto».¿Realidad o mito?La pregunta es obligada: ¿qué hay de realidad y qué de mito en la práctica del hombre de mimbre? Según explica el antropólogo e historiador Peter S. Wells en ‘The barbarians speak’, debemos tener cautela a la hora de analizar las fuentes clásicas. Para empezar, porque solo contamos con una versión: la de los conquistadores. En la práctica, la historia de Europa al norte del Mediterráneo comienza con los relatos de Julio César, compuestos entre el 58 y el 51 a. C. «Poseemos muy poca información escrita sobre los pueblos que vivieron en lo que hoy es Francia, Alemania, los Países Bajos, las Islas Británicas, Escandinavia y Europa del este antes de Julio César», explica el experto en su obra.Noticias relacionadas estandar No En el siglo V a. C. La postura que los godos aconsejaban para mantener relaciones sexuales Manuel P. Villatoro estandar Si «La Monarquía hispánica creía en la libertad» Manuel P. VillatoroEl experto sostiene que los pueblos nativos, sin tradición escrita, no dejaron registro literario de su día a día. Los cronistas de sus vivencias y de sus guerras contra las legiones fueron, por tanto, los mismos romanos que les atacaban. Unas fuentes interesadas que, desvela, «solían desdeñar a los bárbaros y estaban ansiosos por transmitir cualquier información negativa» sobre ellos. A su vez, insiste en que «hay pocas evidencias arqueológicas de prácticas como los sacrificios humanos». Así que, por enésima vez, más dudas que certezas.

Leave a Reply