Teoría y sentimiento del portero de fútbol

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Teoría y sentimiento del portero de fútbol

A los cinco años recién cumplidos, Javier ha decidido que en la vida quiere ser portero. Yo fui portero de chico como todos los que no sabíamos jugar ni podíamos hacer otra cosa con el balón que darle manotazos y patadones. Yo siempre odié el fútbol como una maldición que vuelve a mí cuarenta años y una generación después. Yo programé un hijo que fuera tercera línea de la selección española de rugby, con las cejas cosidas y la nariz rota, y Dios me ha dado uno madridista, futbolero y con vocación de portero como una cruz que abrazo mientras corto queso antes de los partidos y haciéndome, como él, sus hermanas y su madre, merengón acérrimo. Por casa, entre la cola de libros andaba ‘Cancerberos. Teoría y sentimiento del portero de fútbol’, la maravilla que acaba de publicar José María Contreras Espuny en Ediciones Monóculo, una delicia que lleva en la portada a su protagonista: el portero. Será por eso que Javier, que no sabe leer y mucho menos quiénes fueron Cerbero o Argos, me persigue para que lo lea y me mete notas con corazones pintados y mensajes de «Para Papá» que llevan las pés del revés. Mi hijo me recomienda el libro con el que he llegado a entenderlo a él, un libro para quererlo. Digo que el portero que yo conocía era el obligado del colegio, allí entre dos piedras, cuidando una portería de líneas verticales imaginarias, y aquí he vuelto al retrato de la nobleza del guardameta vocacional, el arquero que lo es no siendo la portería un arco, sino un arca, el tipo que se come los marrones, el que nos salva, el héroe de una saga de fortachones y sobrehumanos, tíos de mirada atenta, ágiles como un puma: Urrutikoetxea, Arkonada que tenía una heladería en la calle Matía de San Sebastián, Eduardo Chillida, San Pedro al que metemos tantos goles los pecadores o al menos, como apunta Contreras, esa es nuestra esperanza. Y Courtois y Javier en la pared de la antigua iglesia o en el parque en esa portería imaginada en líneas que son un puro consenso: «Va de ahí a ahí, ¿vale, papá?». «Vale», respondo, y le tengo que chutar setenta u ochenta balones seguidos, yo que no he chutado uno en mi vida.El arquero de vocación es el más noble de todos nosotros, en cuanto todo lo que le puede traer el devenir será probablemente malo, y lo sabe, pero ahí está en su perfecta soledad, en su manera de ser y de vestir distinto. Un tipo de corazón grande, un conservador en toda regla, el que defiende, el que se deja lo que haya que dejarse, heroico en saltos y costaladas. Cómo me gusta Javier cuando se tira al suelo aunque ya tenga la pelota entre las manos, pues el sacrificio que tan bien describe Contreras es una parte sustancial de su misión. Ah, el portero, ese cuya misión es evitar el disfrute y el éxtasis de los otros y cuida «el himen de sus tres palos, tan fino que con la brisa se estremece». Por qué se meterá uno a portero, me preguntaba, pudiendo ser un delantero y no el tipo que evita, en el mejor de los casos, la derrota. Ahora sé que estará él cuando todo falle, y que podré contar con él cuando las cosas se pongan feas. Siempre defenderá ese espacio mágico, que es «umbral y matriz», ese «vacío atento» que es la portería de la vida retratada al alimón entre un libro y un niño verdaderamente excepcionales.

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