Alcaraz-Sinner, y una final en París que refuerza la nueva rivalidad del tenis

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Alcaraz-Sinner, y una final en París que refuerza la nueva rivalidad del tenis

Aplaude Carlos Alcaraz y pide a la Philippe Chatrier que haga lo mismo hacia Lorenzo Musetti, fundido en lo físico y lo moral tras dos horas y media de un encuentro brillante que se acaba en un segundo porque no le aguanta el muslo izquierdo. Lo dio todo, se había llevado un set, había dominado a Alcaraz y no sirvió para nada. Este Alcaraz, que en la mañana se inmortalizó en la huella de Nadal, es superior en esta pista porque gana con brillanteces, a medio gas y también con fantasmas internos. Segunda final en París y quinta de Grand Slam, de las que ha ganado cuatro.Enfrente, cómo no, Jannik Sinner, que rinde a Novak Djokovic a pesar de la resistencia del serbio, puro gen competitivo que se niega a desaparecer de las grandes rondas porque tiene tenis e inteligencia de sobra para doblegar a cualquiera. Puntos brillantes, entrega extraordinaria, bravura y tenis. Venció a Alcaraz en Australia, venció a Zverev en París, rompió el saque de Sinner, tuvo tres bolas de set. Vive para estos momentos, aún con hambre y ambición, rendida la grada. Este es Djokovic. Cómo se va a retirar, si tiene competitividad, nivel y ambición a raudales y solo Sinner, este Sinner, pudo frenarlo en la semifinal. Pero no le llegó para inclinar al número 1 después de tres horas de juego, de atenciones médicas, de quejidos en cada bombazo del rival. Honor en el adiós.Los dos mejores del ranking han aceptado este protagonismo en el nuevo tenis. Una rivalidad que se retroalimenta, en la que se discuten los títulos, las victorias, los ‘roscos’ endosados. Mañana, su primera cita en la final de París, de las muchas que se intuyen, con el español como defensor, y el italiano como aspirante.«Luchamos por este tipo de situaciones, pero intentamos no darlo por hecho, aunque con 22 años haya llegado a cinco finales. Sabemos que esto no tiene por qué ser igual o mejor en el futuro. Así que le damos el valor que se merece, como si fuera la primera. Es lo bonito. No pensar en el pasado, vivir el momento, apreciar estar en una final de Grand Slam sin dar nada por hecho», acierta a decir el español, el quinto más joven en alcanzar este número, después de Wilander, Borg, Nadal y Becker.Lo logra con un ejercicio ante Lorenzo Musetti de entereza y responsabilidad, de conocerse a sí mismo y de aceptar las circunstancias propias y ajenas. Tiene 22 años, pero ha crecido mucho en este viaje de torneo en torneo, de título en título, y también de frustración en frustración. «Del año pasado a este no ha habido mucho cambio físicamente. Hemos mejorad, nos vamos conociendo y sabemos mejor qué nos conviene y qué no. Y a partir de ahí vamos construyendo un camino adecuado a nuestra carrera». El mejor cambio, desliza, está en la cabeza. «Mentalmente hemos aprendido de las situaciones que hemos vivido, de jugar finales, con momentos buenos y malos y forjando un nivel mental fuerte y capaz de solventar problemas».Los que solucionó contra un Musetti estupendo que le exigió de todo y por eso sabe mejor el triunfo, desentrañado el lío mental en el que estaba metido él solo. «A veces solo pienso en mí mismo. No pensamos en si he perdido el set o quién lo ganó. No estuve preocupado de estar por abajo, porque hice unos errores, y sé que hay tiempo para recuperar en cinco sets. Sé que soy fuerte mentalmente para saber volver».Saber volver incluso de su propia frustración, que ha reconocido tener en alguna fase del encuentro (sin un buen porcentaje al saque y con 32 errores), y que es consciente que seguirá teniendo. «Aprender de las situaciones y de la experiencia no significa que vaya a estar sereno o no me queje ni una sola vez. Es aprender a que no te afecte mucho tiempo. Hoy ha habido momentos en los que me eh cabreado, las cosas no me salían bien. Me he quejado, le he pegado la patada al asiento, pero tenemos claro que es momentáneo. Sueltas la rabia que llevamos dentro y en el siguiente punto estás ya preparado. Que no dure casi nada. Nos vamos conociendo y no soy como otros que necesitan estar serenos sin abrir la boca, pero son cosas de un punto o dos y se nos olvida después».Porque se le oscureció la Philippe Chatrier, un juego malo, malísimo, en el que Musetti lo pilló en un renuncio y fue un set en contra del que supo salir con paciencia, esos enfados y autoconocimiento, y con la humildad de bajar el escalón y tirar de pico y pala: un derechazo, un remate, un correr de lado a lado, forzar la resistencia del rival y afianzar la suya, aunque se tenga 6-5 y saque y haya que alargar la agonía un poco más.En el ‘tie break’, ese otro Alcaraz despejado y libre que sacude sin miramientos hacia Musetti y hacia sus propios cabreos. Mucho más fino y consciente de su nivel, que es muchísimo, sentencia al rival con una dejada que choca en la red y cae para su favor. Un punto que es el de inflexión, que a Musetti se le hace una carga demasiado pesada haber ganado un set, haber recuperado dos roturas, y aun así, ceder en el desempate con solo tres puntos en su marcador.El dolor mental y físico le agarrotan el muslo izquierdo y van acabando con su resistencia. No puede, no sabe, no quiere. Y Alcaraz enlaza puntos, juegos, aplausos y confianza para un 6-0 y un 2-0 en el que Musetti se rinde.Alcanza Alcaraz la final de París, segunda consecutiva, en esta tierra que empieza a dominar: 21 triunfos en esta gira, por solo una derrota. Quinta final de Grand Slam, con 22 años, el más joven tras Wilander, Borg, Nadal y Becker.

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