Cómo la guerra de Ucrania condiciona el gasto militar

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Cómo la guerra de Ucrania condiciona el gasto militar

La invasión rusa de Ucrania y la insistencia reiterada por Donald Trump de que Europa asuma una mayor responsabilidad en su propia defensa están impulsando una profunda transformación en la industria militar europea y global. Sin embargo, la guerra en Ucrania plantea una situación engañosa en términos estratégicos y tecnológicos, debido a sus características particulares, difíciles de replicar en otros contextos. Este conflicto específico, dominado por el uso intensivo y llamativo de los drones, pero alejado de lo que fueron las ‘totalkrieg’ libradas en Europa en el siglo XX, podría llevar a conclusiones equivocadas sobre las necesidades presentes y futuras de defensa.El conflicto ucraniano ha demostrado que las guerras modernas pueden depender considerablemente de tecnologías más accesibles, menos costosas y efectivas, como drones comerciales adaptados militarmente. Estos dispositivos, que inicialmente podían parecer marginales o complementarios, se han convertido en actores principales, alterando considerablemente las reglas de enfrentamiento y obligando a una reconsideración estratégica y táctica profunda. Por ejemplo, drones FPV (‘First Person View’) empleados por Ucrania tienen un coste aproximado de 400 dólares por unidad y han sido capaces de destruir tanques rusos T-72 valorados entre 3 y 4 millones de dólares. Asimismo, sistemas más avanzados como la torreta automatizada ‘Sky Sentinel, desarrollada específicamente para interceptar los drones Shahed de fabricación iraní, tiene un coste aproximado de 150.000 dólares por unidad, ofreciendo una alternativa económica frente a sistemas occidentales considerablemente más caros.En consecuencia, la industria de defensa se está inclinando decisivamente hacia sistemas no tripulados, inteligencia artificial y sensores avanzados, capaces de detectar y neutralizar amenazas con precisión quirúrgica. Esto amplía considerablemente el mercado potencial, especialmente en Europa y países aliados presionados por Estados Unidos para incrementar sus gastos militares hasta alcanzar al menos el 2% del PIB comprometido en la OTAN. En este contexto, la iniciativa europea «Preparación 2030» pretende movilizar hasta 800.000 millones de euros en cuatro años para fortalecer la infraestructura defensiva continental.Las demandas de Trump también representan una oportunidad comercial significativa para los fabricantes europeos, quienes podrían reducir su dependencia tecnológica y logística respecto de Estados Unidos. Esto incentivaría una reindustrialización estratégica en defensa, especialmente en Alemania, Francia y Polonia. En 2024, las cinco principales compañías de defensa europeas—BAE Systems, Leonardo, Thales, Airbus y Rheinmetall—registraron un incremento del 10,5% en beneficios, alcanzando los 6.313 millones de euros, lo que evidencia ya una respuesta positiva a esta tendencia.No obstante, el coste de estos nuevos sistemas, aunque inferior al de plataformas tradicionales como cazas o buques, presenta desafíos económicos significativos. La investigación y desarrollo continuos, junto a la producción en masa necesaria para alcanzar economías de escala, requieren inversiones elevadas que podrían tensionar considerablemente los presupuestos nacionales. De hecho, en 2024, el gasto militar conjunto de los países de la Unión Europea alcanzó los 326.000 millones de euros, mostrando un aumento del 17% respecto al año anterior, impulsado por la necesidad de adaptarse rápidamente a las nuevas realidades del campo de batalla.En un conflicto total, los sistemas tradicionales de alta gama tendrían mayor protagonismoSi bien la guerra de Ucrania ofrece un ejemplo particular de conflicto limitado y prolongado, una guerra total con participación directa de grandes potencias implicaría conclusiones radicalmente diferentes. Si en Ucrania se viera algo parecido al arrasamiento desde el aire de ciudades como Rotterdam, Coventry o las ciudades alemanas en la Segunda Guerra Mundial o se hubieran sistematizado masacres de civiles como las ocurridas en Bucha, las prioridades serían muy distintas. En un conflicto mayor, los sistemas tradicionales de alta gama como defensas aéreas integradas, aviones furtivos, misiles balísticos intercontinentales y submarinos nucleares recuperarían protagonismo absoluto, obligando a sostener también líneas tecnológicas más tradicionales y costosas. La reciente exigencia estadounidense de elevar el gasto militar hasta el 5% del PIB refleja claramente esta dualidad estratégica. Alemania, por ejemplo, ya ha eliminado el límite constitucional de endeudamiento para permitir alcanzar esta cifra, indicando que las presiones políticas desde Washington tendrán efectos inmediatos y sustanciales en las prioridades industriales europeas.La industria de defensa enfrenta así una encrucijada estratégica clave: debe adaptarse a un entorno tecnológico ágil, ligero y accesible derivado del ejemplo ucraniano, mientras mantiene capacidades robustas y más costosas para una potencial guerra total. Europa, ante la necesidad creciente de autonomía estratégica y de un mayor gasto en defensa, debería equilibrar ambas perspectivas con una planificación industrial y presupuestaria cuidadosa, sin dejarse llevar por un tipo de guerra específico. Esta evolución no solo determinará el futuro inmediato de la seguridad europea, sino que tendrá profundas implicaciones para la estabilidad global en las próximas décadas.

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